miércoles, 24 de noviembre de 2010

FÓRMULA UNO


No se si hay consenso, mas pronto que tarde lo habrá, sobre quien es el primer artista de verdad del siglo XX. Un tipo llamado Duchamp, Marcel Duchamp y su urinario como la obra fundacional del arte del siglo pasado. Con ese gesto, porque lo del urinario fue sobre todo un gesto de osadía e intución, el francés se cargó EL ARTE (así con letras gordas como un zepelín) y toda su corte de expertos, sabios, especialistas, mandarines, pactos sobre lo que ha de ser la alta cultura, instituciones sabiondas que dan premios doctos y todo ello aliñado, como no, con el sentido común de la razón universal y tal y tal. Ora pro nobis. Más que cargárselo, ya que el mismo confesó que no era algo que le preocupase, la aparición del urinario duchamptiano desplazó a toda la MILENARIA TRADICIÓN ARTÍSTICA (otra vez con mayúsculas) al ámbito de los gustos personales, que tienen su lugar de puesta y nidificación en las reuniones sociales de todo tipo, mediante las cuales el ser humano trata de matar el aburrimiento y hacer negocios. Ahí hombres y mujeres, gracias al alcohol y lo que sea menester, discuten acaloradamente de lo que haga falta, dependiendo de la información y conocimientos de que dispongan. También si les gusta más Picasso que Poussin, o Leonardo que Rodin, o Moore que Chillida, o si el románico es mas chulo que el gótico, o Mies van der Rohe que Gaudí, o Welles que Ford, y así. Pero ahora todos estos ya no se los ve ni se los entiende como parte de ese olimpo donde SU ARTE, con la pulsión de transcendencia y la vocación de permanencia, aspiraba a convivir eternamente a la vera del DIOS CREADOR. Ahora son materia de discusión intercambiable con el futbol, las peculiaridades sexuales de los famosos, la nueva cocina, la cata de vinos, la filosofia anglosajona y china, los viajes al oriente lejano, las anécdotas sobre grandes hombres desaparecidos, los robos de guante blanco institucionales o de fuera de la ley, etc.

Tuvieron que pasar cincuenta años y dos devastadoras guerras mundiales, con sus secuelas del Holocausto nazi, el Gulag soviético, las bombas norteamericanas sobre Hiroshima y Nagasaki, para que el urinario de Duchamp adquiriese toda su significación. De repente, la humanidad lo había perdido todo, material y moralmente no le quedaba nada donde asirse, únicamente la determinación de no desaparecer y la fuerza significativa de aquel humilde urinario por descubrir. Pero para matar el nihilismo en que la habían dejado solo tenía la opción de convertirse en masa y comerse lo que quedaba del planeta. De esta manera despegó definitivamente la sociedad de masas y el sistema democrático que la teledirige despóticamente y sin piedad.

Sobre los humeantes escombros, todo lo que de creativo surgió al lado de la dura supervivencia, fue un emocionado homenaje a aquel objeto superviviente y, por supuesto, a su autor, que desentendido de todo y de todos jugaba al ajedrez en Cadaqués. Tambié resultó ser la nueva manera de mirar el mundo. Arte conceptual, arte povera, land art, performance, body art, video art, happening, minimal, son la imagen real y verdadera del siglo XX, en el que todavía seguimos. Todo bajo la influncia del caos consumista, todo irremediablemente efímero, todo circulando a chorros por entre los canales y redes, que no paran de extenderse y buscarse con anhelo y desesperación a la velocidad de la luz.

Disculpe este extenso proemio, pero yo quería hablarle de la Fórmula 1 y me parecía que tenía que coger carrerilla. Sitúese conmigo en la final del campeonato en el circuito de Yas Marina , desierto de Abu Dhabi. El día 14 de noviembre pasado tuvo lugar una de esas experiencias creativas, trufada de intrusismo ultra técnico. Luego todo se acabó hasta el año que viene. Mi amigo, consumado narrador de estos eventos me lo explicó así para que lo recordásemos juntos. Yo lo hago partícipe del mismo deseo.

“El F10 de Ferrari es una gran computadora. Una de las mejores computadoras. Con el piloto Alonso dentro y dando vueltas a un circuito es un gran poema visual. Con el locutor explicando como la computadora F10 con Alonso dentro da vueltas a un circuito es un excelente relato homérico con la poética de las grandes epopeyas de la antigüedad. Zeus contra Cronos, Cronos contra Hermes, pero los tres a favor de que su Héroe-Alonso salga indemne y victorioso del campo de batalla, de su lucha a muerte contra el olvido, contra la muerte. Incluso con los red bull dentro. Entonces, ¿que hacía el ingeniero de pista Chris Dyer tomando decisiones en este mundo que no es el suyo? ¿Por que nadie se lo dijo? Ni los delegados divinos en la pista: Botín, el capo de la pasta, o Luca Cordero di Montezemolo el capo di capo le dijeron nada parecido a: ingeniero Dyer, usted póngame a punto la computadora y cállese para siempre. Usted cuando la computadora está parada puede hacer lo que quiera, pero cuando sale a la pista usted no puede querer lo que quiera. Usted tiene un problema, ha perdido la capacidad de la perplejidad al pensar que todo tiene solución, matemática por supuesto, y además piensa que todos los que no son ingenieros somos tontos. Usted es un ingeniero superdotado, pero con una mente muy simple. Únicamente está preparado para medir cosas y pensar de forma mecánica y literal. Por eso la cagó al meterse en la poética de la pista. No entiende que la limpieza del alma de Alonso, que solo quiere ser el primero en la línea de meta, es infinitamente más compleja e imprevisible y va más lejos que su afán por poner la calculadora y el ordenador en cada curva. La velocidad extrema y la fragilidad del alma humana comparten un sendero común fuera de una escala alfanumérica. Pero usted es como un niño, y a los niños de vez en cuando hay que decirles que se callen y dejen de joder con la computadora”

Hubo periodos de la historia en que la principal misión del ARTE fue la exaltación espiritual y el enigma divino sobre el destino humano. En otros la búsqueda de la belleza, el preciosismo y todo eso. Y antes de la gran debacle mencionada se impuso, vanguardias mediante, lo convulso que hubiera en la originalidad y la actualidad. ¿Y ahora, en la época de la mayor sofisticación técnica conocida y de la irreversible globalización planetaria? ¿en la época de la física cuántica y de la instantaneidad de la velocidad de la luz? Una de las respuestas puede estar en la búsqueda, en nuestras experiencias creativas, de lo más rápido y de lo más lento. Dos magnitudes que le sientan bien a lo minúsculo y lo efímero, las cabales medidas de nuestra hechura humana. Al fin.