lunes, 22 de noviembre de 2010

CANINO, de Giorgos Lanthimos


LA CARA OCULTA DE LA LUNA

Una cosa es desear llegar a la luna y otra poner el primer pie en su superficie y decir aquello de que este es un pequeño paso del hombre pero es un gran paso para la humanidad, o por ahí. No hemos vuelto. Y mire que llevábamos soñando con el satélite desde la noche de los tiempos y desde la profundidades de las cavernas. Eche un vistazo a la cantidad de literatura que ha generado nuestro vecino astral. Busque en su memoria cuantos amores han comenzado por todo lo alto bajo la advocación y bendición de Selene. Sin embargo, no hemos vuelto a hacerlo por que allí no hay quien viva, porque allí no pasa nada. El romanticismo privado se acabó realmente el día que vimos por la tele el evento. Si ir a la luna es posible, en nombre de que me enamoro a partir de ahora. Como me voy a seguir imaginando la cara oculta de la luna, la que nunca ha sido pero que es fuente de todo el imaginario, la que siempre ha estado oculta por la que se ve, como un sello pegado al firmamento cada cuatro semanas.

Una cosa es buscar la felicidad sin descanso, lo propio de nuestra humana condición, y otra muy distinta haberla encontrado y contarlo. Muchas de las pelis que nos han hecho felices acaban con aquello de fueron felices y comieron perdices. De hecho buena parte de nuestra educación sentimental se aguanta en esas concesiones que casi siempre el director otorga al respetable. Nuestra idea de la felicidad y sus sensuales y sexuales efectos colaterales los hemos aprendido con ellos y sus relatos.

Canino es una peli que comienza cuando acaban las pelis que nos han hecho felices. Secuencias después del fueron felices y comieron perdices de aquellas. Es una peli, contada desde dentro de la luna, por alguien que ha puesto la tienda en su cara oculta y se ha quedado allí atrapado, al parecer porque las perdices les han sentado y mal, tienen flatulencia y problemas crónicos de digestión. Y es que el edén es así, una especie sobremesa pesada e indigesta que no puedes abandonar nunca. Pero no lo sabíamos, o lo sabíamos y mirábamos para otro lado y no lo decíamos a nadie, para que no supiesen la nuestra. Vaya usted a saber.

Desde que nos expulsaron del paraíso la historia de nuestra vida como especie se resume en la búsqueda constate del camino de retorno. Siempre hemos vivido la expulsión como un castigo y ahora resulta que, jódete, el castigo es encontrarlo e instalarse allí. Dios mío que tragedia la nuestra. Aviso para navegantes iluminados, optimistas de fe inquebrantable y demás sanadores.

Ahora volver a lo nuestro, la búsqueda de la felicidad perdiendo toda esperanza de encontrarla, resulta que le sobra un canino, el punto de fuga del edén. Una imagen acertada y adecuada a la magnitud de los tiempos que nos parten en cachos. El pecado original de esta nueva huida es quitarse por propia decisión un diente a golpe de maza, no comer ingenuamente engañados la manzana del árbol prohibido. De hecho no podía ser de otra manera, por aquello tan marxista de que la historia siempre se repite pero la segunda vez lo hace en forma de farsa. Y ese agresivo canino tiene ahora, además de su lado esperpéntico, una representación cabal de lo que significa abandonar el paraíso no con la humillación y la culpa como un fardo sobre las espaldas, sino porque quieres irte, aunque sea mellado, harto de sus bondades y beneficios, de su sinsentido. La imagen de la manzana queda, así, para románticos irredentos de los sonidos y colores primarios de la naturaleza, y tal.

El responsable de la tentación no es el diablo disfrazado de serpiente, sino el guardián del paraíso disfrazado de honorable padre de familia, como muchos de los que se reían mientras veían la peli. ¿Dónde están las cosas buenas? ¿dónde aquellos placeres e ilusiones que me prometieron y que solo llegan enlatados y a la carta?, inopinadamente parece así preguntarse una de las hijas delante del espejo antes de quitarse el diente. ¿Qué ha hecho el edén conmigo, donde he vivido siempre?

Ahora ya tiene el salvoconducto para salir del paraíso. Con la sonrisa deformada por el hueco que le deja el canino, podrá huir por la puerta grande del edén y echarse en brazos de la vorágine del mundo para buscar la respuesta en la sabiduría que ella desconoce, pero que tendrá que aprender con urgencia: a las cosas buenas siempre se las traga lo malo y las felicidades pequeñas y los pequeños consuelos apenas dejan huella. Y, si la dejan, hay que cavar para encontrarlos. Vaya marrón que le espera. Pero volverá a buscar la felicidad sin esperanza de encontrarla, mirando cada mes la cara iluminada de la luna. Y siempre podrá ponerse un implante en el hueco negro del canino. Y se echara un novio como dios manda. Y serán felices y comerán perdices. Y todo eso. Y usted y yo que lo veamos y lo disfrutemos.