jueves, 11 de noviembre de 2010

LA CULTURA-MUNDO, de Gilles Lipovetsky y Jean Serroy


LO IMPOSIBLE

Gilles Lipovetsky y Jean Serroy publican un nuevo libro titulado “la cultura-mundo, respuesta a una sociedad desorientada”. Lipovetsky, es el que más conozco, lleva años hablándonos del peligro del vacio o de la moda imperativa del carpe diem horaciano (disfruta el presente efímero, lo demás no cuenta, lo venden así como una aplicación mecánica del mundo griego a nuestro mundo, ay! como son los vendedores de humo) o de la paradoja que hay en la búsqueda de la felicidad que la hace parecer a su contraria, en fin, que desde que se fueron por el sumidero las filosofías holísticas es un hombre que debido a ese terremoto no quiere caer el pesimismo o el nihilismo rayano en el terrorismo. Y se empeña con firmeza y entusiasmo en ello.

La crisis, que de repente se nos ha echado encima, ¿por qué ha sido de repente, no?, vuelve a sitiar hasta conseguir derribar, esta vez parece que va en serio, ese optimismo que ha sido el santo y seña de la modernidad, desde la Revolución Francesa hasta nuestros días. Pero hay gente, con Lipovetsky a la cabeza, que, al menos retóricamente, no desisten en ponérselo dificil a las fauces del dragón que pretende comérselo todo y a todos.

Lo imposible que mencionaba en el anterior post ya está aquí, pero desgraciadamente no como lo habíamos soñado y deseado. Llegamos a concebir, alguno de los que hoy dirigen las cloacas del estado se acordarà de ello, que en lugar de seguir aspirando a mejoras sociales paulatinas y tal, que hostias, de una vez y para siempre concebir un mundo utópico ya no sin edad de jubilación, sino directamente sin nadie obligado a trabajar. La peña de entonces se pasó de frenada, y todavía no se ha parado del todo.

El francés que lo sabe todo de esto que hablo, propone la moderación como nuevo estilo de convivencia. No se trata, dice, de dejar nuestro modo de vida que tantos beneficios y alegrías nos ha proporcionado, no se trata dejar de consumir, la madre del cordero de ese estilazo de vida tan nuestro, ya que además de romper el espinazo de nuestra economía, también partiriamos en dos el sustento de la felicidad que tanto buscamos. Por que carpe diem sí, estupendo, pero la tarjeta de crédito también tiene su corazoncito.

La cultura-mundo que describe Lipovetsky, que ha dejado de ser occidental y se ha hecho planetaria, esta definida por cinco fenómenos dominantes: mercado, consumo, tecnociencia, cultura mediática e internet, e individualismo. Todo bajo la tutela del exceso, todo a lo grande y a lo mucho, todo en plan hiper, dice. Todos los límites que frenaba el desarrollo de la modernidad: la religión, el servicio público, la escuela, etc., han saltado por los aires. Concluye con aromas del estilo zen, no nesitamos una nueva sociedad sino una regulació de ésta, que solo es posible mediante una autorregulación de sus miembros.

Sabemos como se solucionan las crisis que precipitan por falta de alimentos o de aire para nuevas ideas, pero nadie nos ha dicho como se soluciona una crisis que se produce por saturación de los unos y confusión entre las otras, por el exceso de todo, aunque siga estando mal repartido. Pero ese es otro problema.

Hay gente que ve en esta crisis una ampliación del espectro de lo imposible. No ya aspirando a grandes conquistas sociales, sino más bien ligado a la panacea electrónica, a la gran lámpara de Aladino tecnológica. Lo imposible, se preguntan ahora, es si parpadeando nos podremos desplazar a un lugar en un instante, o si se podrán crear máquinas de movimiento perpetuo, o si alcanzaremos a leer el pensamiento ajeno, o, en fin, si llegaremos a ser invisibles.

Pero otros, y esto es si altera el rumbo tradicional de esa modernidad que nunca quiere mirar por el retrovisor mientras se desplaza, fijan lo imposible en las enseñanzas básicas del Antiguo Testamento, donde todo dolor y miseria muda con el tiempo (Eclesiastés) y donde el perdón (kipur) es tan obligatorio como el no olvidar jamás (Libro de José, el “zadik”, el justo), si lo que se desea es justicia con uno mismo y con los demás.

Lo imposible, por tanto, quedaría así determinado por lo último, leer en las ondas cerebrales de cualquier persona y por lo primero, leer otra vez el primer libro de la Biblia, el Génesis.