martes, 18 de febrero de 2020

HOTEL ATLANTICO 3

SUSAN FLEMING
Cuando TSN subió al autobús ya estaba sentada en el asiento contiguo al que a él le habían asignado al comprar el billete en la taquilla. Era rubia, guapa y elegante, repitió para sí mismo, lo que sus ojos acababan de verificar en un primer y elemental ejercicio de auscultamiento. Le saludó y le pidió permiso par sentarse a su lado, como si no tuviera pleno derecho a ello y pensara que le podía molestar su presencia. Ella aceptó con una sonrisa que no pretendió del todo que fuera de circunstancia. A continuación se presentó como Susan Fleming. TSN hizo un gesto de aceptación con la cabeza, pero no le dijo como se llamaba. Probablemente porque al mismo tiempo sintió un pinchazo en la cabeza que lo obligó a sentarse de inmediato. No fue un mareo, como él pensó en un primer momento, pues a su alrededor la realidad permanecía estable. Nada que ver con algo orgánico, que requiriese de inmediato el concurso de algún facultativo medico. Luego se dio cuenta de que le había estallado lo que él llamaba un burbuja en el pensamiento y bajo la bóveda craneal empezó a desesperezarse la memoria. La mujer rubia y elegante seguía a su lado hablándole de la perdida de su hijo, pero él empezaba a no estar sentado a su lado, al menos con la memoria que había comenzado a ir a su aire. De vez en cuando hacia el simulacro de que seguía la conversación de Susan Fleming, pues le parecía una falta de respeto no hacerlo, pero lo que verdaderamente le preocupaba era los efectos no previstos de esa burbuja que le había estallado dentro. El autobús se puso en marcha rumbo a su destino que, al parecer, era el mismo que el de la mujer rubia y elegante, según le había confesado nada mas decirle cual era su nombre. Casi al mismo tiempo le estalló una burbuja en su pensamiento y su memoria empezó a desentumecerse bajo la bóveda craneal, se dijo, con lo cual su primer objetivo era identificar a esa mujer que tenia delante y colocarla en algún lugar inteligible de su vasto recorrido. Pero había algo que no funcionaba bien, ya que si intentaba seguir el hilo de la conversación que le proponía la mujer, su memoria se abría en dirección opuesta a donde había decidido orientar su vida, que no era otro lugar que ir hacia ninguna parte, el movimiento por el movimiento era su único destino y también su única brújula. Simplemente, pensó, al escuchar las palabras de alguien que no fueran las suyas, todo se le había revuelto por dentro, como si le hubieran sentado mal no tanto por lo que decían, como por la falta de hábito para digerirlas. Hizo un gesto de escalofrío y Susan Fleming le pasó una chaqueta roja, que, le dijo, era el único recuerdo que le quedaba de su último marido, el padre de su hijo muerto. Unos kilómetros más adelante, Susan Fleming se calló de repente, metió la mano en su bolso y se arrellanó en el asiento como para dar una cabezadita hasta el final de su viaje, al menos fue lo que pensó su acompañante. Le pareció que la decisión de la mujer rubia y elegante era lo más apropiado para su burbuja y los efectos sobre  su memoria. TSN hizo lo propio y notó que aquellas también pedían un descanso para buscar la orientación dentro de la bóveda craneal. Durante el viaje él miraba de reojo a su acompañante y vio que, efectivamente, lo de la cabezadita iba en serio, lo cual en parte lo tranquilizó por lo que trató de insistir en hacer lo mismo sin conseguirlo. Después del estallido de aquella primera burbuja en el pensamiento vino otra y luego otra, por lo que la memoria bajo la bóveda craneal no conseguía lograr el descanso que él deseaba. Trataba más bien de interponerse en su camino y parar en seco el movimiento por el movimiento, desnortando la brújula. Susana Fleming, mientras tanto, continuaba dormida sin haber movido un músculo desde que cerró los ojos. Unicamnete, eso si lo comprobó, la respiración había perdido fuerza y ya no roncaba como al principio, en ese momento parecía que no respiraba tan inaudible era el ruido que hacía. Se dio cuenta, mientras se fijaba en el rostro tranquilo de Susan, que el movimiento de la memoria le hacia subir el oleaje de su conciencia. Así logró entrever los despojos de una edad remota, aquella en que empezó a dejar de ser niño y se abrió ante sí, por primera vez, el mundo con todo el esplendor de su potencialidad. Le pareció extraño que ningún revisor, o funcionario con tal cometido, no hubiera pasado todavía para pedirles los billetes. Tampoco distinguió a nadie que pudiera tener tal oficio hablando con el conductor, como solía ser habitual en este tipo de líneas de transporte. Al final se quedó dormido. Lo notó cuando el autobús se para en la estación y se despertó sobresaltado. Miró a Susan, pero seguía en la misma posición desde que se quedó dormida. Al volver a la vigilia notó que en el interior de su pensamiento no había actividad alguna y que, en consecuencia, la bóveda craneal había recuperado su silencio habitual. Fue entonces cuando asoció esa vuelta a la normalidad de sus constantes vitales con que quien las había alterado, Susan Fleming, no estuviera dormida sino muerta. Efectivamente se acercó más a ella y comprobó que no respiraba, y bajo sus pies vio un tubo de barbitúricos vacío. Con toda la cautela de que fue capaz abandonó el autobús y se dirigió al vestíbulo de la estación. Cuando se dispuso a entrar en el lavabo, se dio cuenta de que llevaba puesta la chaqueta roja que le había prestado Susan. Decidió dejarlo todo como estaba y se acercó a la taquilla para sacar un billete para el primer autobús que saliera hacia cualquier destino. No dejo de congratularse consigo mismo, cuando sintió que había recuperado el movimiento por el movimiento, santo y seña de su destino.