jueves, 27 de febrero de 2020

HOTEL ATLANTICO 5

VIÇOSO
Incomprensiblemente logró deshacerse de la persecución de Nelson y Leo, que también sin saber muy bien por qué querían matarlo. Según iba caminado por la carretera, se fijó en una parada de autobús que había unos cincuenta metros más adelante de donde TSN se encontraba. Aceleró el paso como si supiera que el autobús estuviera a punto de pasar. Cuando llegó a la parada, que tenia forma de garita de cemento con dos asientos metálicos en su interior, miró para comprobar si había un horario que le permitiese averiguar si valía la pena esperar o no. Dentro de la garita, encima de los asientos, había un pequeño tablón de anuncios con un papel sujeto con dos chinchetas, en el que había escrito un texto ilegible, que TSN supuso era el horario de llegada y salida del autobús. El papel tenia pinta de estar allí colgado desde hacía mucho tiempo, lo cual no quería decir, pensó TSN para animarse, que los autobuses no siguieran pasando a su hora. Las dos muertes con que se había topado, mas el intento de Nelson y Leo de acabar con su vida, le hicieron creer que el mundo se estaba acabando, si no lo había hecho ya. Lo que TSN estaba viviendo era, por decirlo así, una prorroga que alguien le estaba dando por alguna razón que desconocía. Salió un momento de la garita y miró en dirección a la curva de la carretera por donde tenia que aparecer el autobús. Nada. Únicamente la sombra que el sol declínate de la tarde, que avanzaba inexorable, proyectaba sobre el asfalto de la carretera. 

Volvió a sentarse en uno de los asientos metálicos, y pensó en qué había perdido que al hacerlo se había pedido el mismo para siempre. Todo empezó el día que dejó de repetirse ante el espejo, como hacía cada mañana, los tópicos a los que estaba habituado como combustible para salir de casa. De repente, notó un espasmo en la espalda, parecido a un ataque de lumbago, que lo dejó clavado sobre el lavabo. Ese día tuvo que llamar a la oficina justificando su ausencia por causa de un resfriado. Los tres días que le permitía la ley ausentarse del trabajo sin tener que presentar un justificante, creyó que serían mas que suficientes para superar el estado de extrañeza en que se encontraba. De nuevo se asomó a la puerta de la garita y lo único que comprobó es que se estaba haciendo de noche. Cuando pasaron los tres días legales de amparo todo seguía igual. Mejor dicho, todo se iba transformando en un paisaje desolador en el que únicamente le respondían sus piernas y un resto de anhelo de moverse sin parar hacia ninguna parte. Aun así decidió volver a la rutina diaria de levantarse cada mañana e ir a la oficina, pues siempre había confiado en su proverbial capacidad de superación y adaptación a las situaciones imprevistas que había tenido a lo largo de su vida. Miró el reloj y entonces se dio cuenta de que no había respondido a la pregunta que se había hecho hacia unos minutos. Fue cuando le vino otra pregunta a la cabeza que lo sumió todavía mas en la confusión, ¿a donde había regresado cuando volvió a la oficina y de donde se había ido?, ¿se trataba de lo mismo? Cuando había perdido toda esperanza, aparecieron las luces del autobús en la curva. Salió rápido dela garita y le hizo al conductor señales para que se parara. Antes de subir si fijó en un cartel, que al otro lado del cartel ponía Viçoso, escrito a mano. El TSN supuso que era el destino final y así se lo hizo saber al conductor, cuando le preguntó cuánto valía el trayecto. Pagó su billete y se sentó al final, donde estaban los únicos asientos vacíos a un lado y otro del pasillo central. Alguien en la estación lo remitió al único sitio en el pueblo donde podían darle hospedaje por esa noche. Cuando se dirigía hacia allí se preguntó si al dejar su trabajo en la oficina, después que comprobara que ya no era capaz de salir de casa con el ánimo que lo había hecho hasta entonces, había atravesado alguna frontera desconocida. Y si lo había hecho, cuando había sido exactamente el momento y a quien había dejado al otro lado. Llamó a la puerta de la hospedería y quien salió a recibirle se presentó de inmediato como Antonio,  y con una amabilidad, que desentonaba con la hostilidad exterior, le dijo que pasara.