Dijo que había disfrutado con lo que había leído en la novela MATADERO 5 y pidió una cerveza al camarero. Cuando éste la oyó mostró un tipo de desconcierto que le selló los labios y la expresividad no verbal de la cara. Quienes la acompañaban alrededor de la mesa siguieron a lo suyo no mostraron ninguna reacción reseñable. Cuando llegó el que faltaba dejó el libro abierto por la página 32 sobre la mesa y, disculpándose por el retraso, llamó al camarero y pidió un gin tónic. A continuación dijo, a mi me parece un pedazo de historia, me lo he pasado muy bien leyendo. El camarero lo oyó mientras se alejaba hacia la barra para preparar lo que le había pedido, lo que no le impido sentir vergüenza y remordimiento por lo oido. Primero vergüenza por los crímenes cometidos por otros y remordimiento de que estos crímenes existan y se hayan instalado de manera irrefutable entre las personas y la cosas que ya existían, tal y como lo cuenta el narrador del libro, convirtiéndose al fin y al cabo en la herencia sobre la que se fundamenta el mundo actual. Pero en segundo lugar, vergüenza y remordimiento por la forma de leer aquellos hechos por quienes no los vivieron, pues los convierten en un documento histórico y no en un acontecimiento del alma de cada lector. ¿Hay alguna posibilidad - pensó el camarero - de que estos tipos no rubriquen, o bendigan, cualquier cosa que digan o hagan con el guisopo del verbo disfrutar? Sin que, al mismo tiempo, se sientan obligados a tener que explicar, por ejemplo, que diferencia hay entre ese disfrute y otros mas comunes como es, pongamos, dar un paseo a la orilla del mar una tarde de primavera. ¿Disfrutan sus clientes con el asesinato de personas en masa y con que ese asesinato sea hoy una de las “bellas” noticias mediáticas? Es como si pensaran - dijo para si el camarero - usted cometa las barbaridades que tenga pensado hacer según su programa de vida, pues dentro de cincuenta años se lo contaran a sus nietos como si fuera un invento alienígena o una viñeta de dibujos animados. Toda cultura encierra en su interior su propia barbarie, dijo un filósofo, cierto, pero no lo es menos que toda barbarie anuncia ya, para solaz de los lectores o espectadores del futuro, su propia caricatura. Al menos cuando yo estudiaba en la universidad - insistió el camarero en su monólogo interior, mientras se acercaba a la mesa del libro abierto con la bandeja en la mano - quisimos imaginar que un camarero actual no recuerda de la misma manera ni con la misma responsabilidad las guerras de esta época moderna, como un campesino del siglo XVII pudo recordar sus guerras de religión. Fue Václav Havel quien escribió en un ensayo de 1984 titulado “Política y conciencia”, les dijo el camarero a los de la mesa cuando acabó de servir el ultimo pedido, “Creo que, en lo que respecta a la relación de la Europa Occidental con los sistemas totalitarios, no hay mayor error que el mas extendido: la incapacidad de comprender los sistemas totalitarios por lo que en definitiva son: un espejo convexo de toda la civilización moderna y un duro y quizá último llamamiento para una redefinición global de la idea que esta civilización tiene de si misma.” Cuando el camarero se marchó y antes de que ninguno de los de la mesa pudieran decir palabra alguna, unas hormigas aladas empezaron a volar entre las palabras y las frases de la pagina 32 por donde estaba abierto el libro. Ninguno de los presentes supo como reaccionar ante el surgencia alienígena, como había previsto el camarero, que se les había echado encima en la reunión de aquella mañana. Y si aquella tenia que ver con las palabras de Havel o con la aparición desconcertante de las hormigas aladas haciendo vuelo bajo entre las frases del libro.