Me levanté y salí de casa camino de la cafetería del barrio. En el camino me acerqué al kiosco y compré el periódico. El titular del día hacía mención a “la ultima perfomance de Boris Johnson”, asi que decidí, cuando me senté en la mesa de la cafetería, ir directamente a leer a mi columnista de cabecera. Su escrito arrancaba diciendo que para vivir hay que mentir. Lo que me extrañó es que a continuación dijera que ahí residía el escándalo. Seguí leyendo por ver si se refería al titular de cabecera del periódico, no en balde el arte de los auténticos payasos es decir la verdad a través de su grotesca impostura. Esta es una de las primeras lecciones sobre la verdad que recibimos al poco de nacer, me refiero al primer día que papá y mamá, la encarnación viva de nuestra verdad única y total, nos llevan con sus mejores intenciones al circo o a cualquiera de los sucedáneos que le han salido a medida que la modernidad ha ido cumpliendo años. Efectivamente, para mi consuelo, mi columnista de cabecera no hablaba directamente de Johnson ni del otro payaso de moda, Donald Trump, aunque dejaba intuir que estos dos ¨artistas¨ formaban parte de la matriz de aquella creencia, para vivir hay que mentir, que nos estaba conduciendo a los seres hablantes a desesperar de las palabras o perder la confianza en ellas, que es lo que nos singulariza respecto a los animales y, en definitiva, nos hacer ser como somos. Cuando acabé de repasar lo que había en las demás páginas del periódico, salí de la cafetería y me dirigía al cajero de la sucursal de banco más próxima, pues al pagar al camarero me di cuenta de que me había quedado sin dinero en metálico. Introduje la tarjeta de crédito en la ranura correspondiente de la máquina que a continuación me pidió, como era habitual, mi código secreto. Lo hice, mirando de reojo por si había alguien cerca de mí esperando, y la máquina se puso a pensar como lo hacen estas máquinas. Después de unos breves instantes que me parecieron una eternidad apareció en pantalla lo siguiente: número correcto, operación cancelada, inténtelo pasados unos minutos. Mi primera intención fue no hacer caso a la recomendación de la máquina y volver a intentarlo de nuevo, pero me di cuenta de que en ese lapso de tiempo se había formado una cola de tres personas que también querían sacar dinero. Así que opté por tomármelo con calma, al fin y al cabo no tenía nada que hacer, y decidí darme una vuelta por los alrededores y volver a intentarlo más tarde, cuando no hubiera nadie esperando. Mientras iba caminando no pude menos de volver a pensar en lo que había escrito en el periódico mi columnista de cabecera, para vivir hay que mentir. La asociación que me vino a la cabeza hizo que me pusiera a temblar. Nunca he considerado que la mentira tuviera algo que ver con la exactitud del número de mi cuenta corriente. Y, sin embargo, todo parecía indicar que el virus de aquella, hasta ahora un atributo propio únicamente de las palabras, también estaba infectando a los números. Me acordé, entonces, de lo que mi columnista de cabecera había escrito hacia un par de meses respecto a una entrevista que le hicieron a otro payaso famoso, Adolf Hitler, poco antes de acceder al poder. Al aparecer el fūhrer dijo que lo importante es conseguir el poder todo lo demás es falso. No me quedó más remedio que aceptar, aunque nada más fuera para abandonar la parálisis que me embargaba, que los payasos como los niños son los únicos que dicen la verdad. Decidí dar un par de vueltas más a la manzana donde se encontraba el cajero de la sucursal del banco, y al final opté por no sacar dinero, aunque eso suponía tener que volver a casa andando, ya que, en ese momento, me sentí incompetente para mentir al conductor del autobús diciéndole lo que me había pasado, evitando así mi vergüenza y el escándalo que hubiera organizado.