miércoles, 19 de junio de 2019

SOLITARIO

De repente, un día de los primeros de la primavera MG leyó, en el tablón de anuncios de la cantina del castillo, un anuncio en el que se permitía a los paseantes del camino de ronda ir acompañados de dos perros, firmaba la nota, como todas las notas que aparecían en ese tablón de anuncios, los Amigos del Castillo. Después de leer la nota MG pidió su habitual café con leche y se acodó en la barra de la cantina con la intención de escuchar algún comentario de los parroquianos, que hiciera alusión a esa autorización de poder pasear con dos perros. Después del incidente que hubo entre el perro de un tipo que, al parecer, estaba vinculado al interior del castillo y la perra de un paseante de la ciudad de abajo por cuestiones de celo animal, MG no había vuelto a escuchar comentario alguno relacionado con las presencia de los chuchos merodeando los alrededores del castillo. Muy al contrario, en su paseo diario alrededor del camino de ronda no volvió a ver ningún perro desde entonces. Lo que sí observó fue a más de un paseante con la correa de sujeción canina colgando de su cuello, pero ni antes ni después de encontrárselo en el camino de ronda logró MG detectar la presencia del animal que debería acompañar a quien llevaba la correa. Lo que si escuchó en los días siguientes fueron varios comentarios que venían de uno de los parroquianos respecto a la libertad de expresión a la que tenían derecho los perros y, por ende, todos los animales. Se acuerda de ello porque alguien que estaba cerca de MG le envió una señal inequívoca, a quien así se había manifestado a favor de los animales, llevándose la mano a su entrepierna al tiempo que apretaba el bulto que allí se encontraba. Tanto el animalista como el genitalista eran tipos que MG no conocía de nada. Cuando preguntó al camarero de la cantina, tampoco supo darle referencia alguna respecto si eran vecinos de la ciudad de abajo del castillo o sencillamente eran dos forasteros que pretendían llevar sus desacuerdos al interior del castillo, pues no se entendía, pensó MG, que estuvieran discutiendo de forma tan expresiva a esas horas de la mañana en un lugar como la cantina. El caso fue que esa misma mañana, cuando MG había andado más de la mitad del camino de ronda del castillo, se encontró de frente con un galgo, tal vez al entender de MG el perro con más elegancia y serenidad de su especie, que daba la impresión de no hacerse cargo de que algún ser humano lo pudiera estar esperando o buscando. Iba, pensó MG, como le gustaba imaginarse el futuro de los animales al ciudadano animalista que había escuchado en la cantina hacía tan solo unos minutos antes. Paseando como uno más, liberado del collar y el silbido de su amo. Cuando lo vio aparecer de pronto, en uno de los recodos del camino, MG se paró en seco como medida preventiva hasta que viera aparecer a quien, según la lógica dominante hasta esos momentos, debería acompañarlo. Pero no apareció nadie. El galgo siguió su camino hacia donde se encontraba MG que, ante la creciente sorpresa, decidió quedarse quieto. A pesar de que, hasta donde él conocía, los galgos se comportaban con los seres humanos siempre de forma pacifica. No habían pasado ni un minuto, cuando el perro pasó delante de él como un paseante más. MG giró la vista al recodo del camino, por ver si aparecía el dueño del chucho, pero no surgió nadie ni del camino ni de ninguno de los lugares adyacentes. Cuando el galgo se había alejado quince o veinte metros, escuchó algo parecido a un rumor articulado  que se parecían a las palabras, que no supo distinguir si venía de su cerebro o del lado donde se encontraba en esos momentos el animal. Volvió a mirar con más atención a los arbustos por donde éste acababa de pasar, no siendo que el rumor o lo que fuera proviniera de detrás de su espesura. Nada. Tampoco el galgo se dio por aludido, y siguió su camino con una determinación que, MG tuvo que reconocerse así mismo, no había visto hasta ese momento en un perro, ni en ningún otro animal doméstico o salvaje. El mundo ya no se podría manipular como dejó constancia el genitalista en la cantina del castillo, pensó MG mientras reanudó su paseo.