miércoles, 12 de junio de 2019

INFANTILISMO XXI

Cuando el otro día salí del teatro, después de asistir a la memorable representación de la obra de Michael Frayn,   Copenhage, no solo me di cuenta del significado fundacional de la nueva era asociada al manejo irresponsable del átomo, lo que el propio Heisenberg, uno de los protagonistas de la obra, llamó el nacimiento del pensamiento peligroso, a saber, sin duda hoy el ser humano puede hacer todo lo que quiera, pero no puede querer todo lo que hace, sino que, paradójicamente, me di cuenta, te digo, que también se iniciaba el final de la grandeza adulta humana sobre la tierra dando paso a un incierto y peligroso infantilismo perpetuo. No otra cosa nos quiso advertir Heisenberg en la obra de teatro a través de su conversación apasionada con el otro protagonista, Niels Bohr, y en su ensayo “Imagen de la naturaleza frente a la física moderna”, donde explica que el  pensamiento se vuelve peligroso cuando se deja en manos de adultos infantilizados. Dicho de otra manera, el manejo indiscriminado del átomo no deja de ser un juego de niños, y los niños, como todo el mundo sabía hasta ese año cero de la era atómica nuclear, tienden a creer que toda la realidad es una estampa de ficción enteramente a servicio de sus juegos imaginativos. Como infantil fue, después de hacer explotar las dos bombos atómicas sobre territorio japonés, tomar la decisión de quitarle peso al mundo y poner levedad al ser que había hecho posible semejante carnicería. Con la onda expansiva del plutonio desbocado sobre el imperio nipón, primer juego peligroso del adulto infantilizado contemporáneo, murió también el sujeto humano adulto que había llevado el peso de la grandeza de la humanidad sobre la tierra tal y como se conocía hasta ese momento, bienvenido el sujeto humano infantil como medida, a partir de ese momento, de todo lo que se hiciera o dejara de hacer sobre el planeta. A partir de entonces y de forma creciente, hasta hoy, tal sujeto ya no ha tenido que soportar el fardo de la ley de la gravedad ni el de tener buscar la verdad mediante un relato con trama. Sin gravedad, sin verdad y sin trama, en fin, sin relato podrá experimentar la levedad del ser sin culpa, por no tener que aguantar el infierno que siempre acaba siendo el otro. En las sociedades premodernas, es decir, las anteriores al sujeto adulto infantilizado, las amenazas y peligros eran contempladas, sobre todo, en términos de destino o imposición externa. Una molestia innecesaria que el genio infantil del adulto contemporáneo ha sabido solucionar mediante el uso en beneficio propio de las transformaciones inherentes a la modernización: el desarrollo tecnológico ha creado riesgos de un tipo antes desconocido, que renuevan permanentemente la imaginación del niño grande y mimado, que no prescinde, en sus ratos libres, de relacionarse con sus mascotas o exigir un lugar de retiro, en su lugar de trabajo o estudio, donde poder calmar la indignación de sus rabietas, que las produce el hecho de que ese destino no se acabe de cumplir como él se imagina.