Fíjate en eso que la sociología llama zonas de confort dentro de una sociedad, como la occidental actual, que es la quintaesencia cabal del bien estar a que siempre hemos aspirado los que ahí vivimos. Eso que se conoce como la historia de la emancipación humana no es otra cosa que ese largo y lento cambio que nos ha llevado desde la barbarie de la naturaleza hasta la civilidad y confort de la polis. Uno quisiera pensar que debería servir con esta distinción, pero tengo la sensación que dentro de la polis se han colado de rondón un serie variopinta e inclasificable de “caballos de troya” que hacen que muchos ciudadanos se sientan incómodos dentro del confort de la polis y busquen escapatorias igualmente variopintas e inclasificables en su exterior, para entendernos, en el bosque. Una vez más, cultura contra civilización, o al revés. Perdida - no quisiera decir para siempre - toda sensación de solidez o de peso o de gravedad en nuestra posición en el mundo, abandonados, por tanto, al estado líquido de nuestras emociones primordiales en permanente ebullición, faltos de toda esperanza de un logos (o como hoy se diga) que solidifique un poco la erupción de lava y el oleaje de los tsunamis a ella asociada, ya no sabemos si estamos dentro de la ciudad sitiada o somos los sitiadores de una naturaleza, la nuestra, definitivamente muerta por el fanatismo de una hiperactividad que no cesa nunca. Dicho de otra manera, no sabemos si entramos o salimos de esa ciudad, otrora sólida e incuestionable, símbolo imperecedero (eso creíamos) de nuestra marcha exitosa a través de la historia, o si somos los caballos de troya ahora portadores de la barbarie que ese éxito ha producido a su paso. Sea lo que fuere, y en cualquier caso, la marea insolidificable en que nos movemos ha acabado por desfigurar a la polis de forma irremediable. Es como si lava de nuestros adentros no pudiera encontrar el anhelado sosiego fuera. Leer en compañía es un buen ejemplo de esto, también asistir a una exposición, en fin, relacionarse con cualquier experiencia creativa vale igualmente. El arte, que nace en la polis sitiada por las tormentas de la naturaleza, ha tenido siempre esa capacidad solidificadora, que nos ha permitido salir con sentido de la ciudad sitiada y poder volver sanos y salvos. Pero creo que eso ya no es así. Hoy en día no hay punto de vista, venga del registro creativo que venga y ocupe el lugar que ocupe, que sea capaz de fijar la mirada de ese zombi desterrado en su propia zona de confort (como así le gusta nombra al lugar donde permanecen inalterables los movimientos espasmódicos de su liquidez constante) en que se ha convertido el antiguo y glorioso habitante de la polis.