viernes, 21 de junio de 2019

OPTIMISMO XXI

No se si desde la antigua locución del despotismo ilustrado, “todo para el pueblo pero sin el pueblo” hasta la que repiten como un mantra los artistas de vanguardia, “ahora es el receptor el que tiene que poner lo que le falta a la obra”, se ha avanzado algo o estamos donde siempre, es decir, que hay unos que saben y otros que ignoran o que hay unos hablan y otros que escuchan, etc., o que, al fin y al cabo, solo están los que producen y luego los que se consumen lo producido adobado todo ello en forma de titulares o eslóganes o campañas o entrevistas o con cualquiera de esa puestas en escena con escenografía aplicada, en que se sustenta el optimismo actual, al que presta una impar ayuda el relativismo totalitario (valga el oximeron) de la sacrosanta libertad de expresión que se impone sin piedad a la discreta posibilidad de mostrar provisionalmente una forma particular de pensamiento. Titulares o eslóganes o frases hechas o lugares comunes o entrevistas pactadas o puestas en escena que nos dicen durante todo el día, desde la mañana hasta la noche, en el trabajo, en la familia o con los amigos, en la TV, la radio y las redes sociales, mediante una vaivén  incansable de imágenes y palabras cada vez más ajenas a una procedencia que no sean las propias palabras e imágenes (lo que se conoce como logomaquia e imagomaquia), cómo va el mundo, pero que nada dicen cuando lo dicen de cómo va ahí dentro nuestro mundo, el mundo de cada emisor o receptor. Dando por supuesto que si el mundo va bien o mal según como esas voces lo pinten, nuestro mundo ahí dentro tiene que ir en perfecto acorde y sintonía, produciendo, a su vez, de esta manera las correspondientes simpatías o enemistades, indignaciones o resilencias, todo adobado, como no, con una omnipresente sonrisa. ¿Te has preguntado alguna vez lo que le ha costado, y le cuesta, a nuestros bolsillos primero y luego al sistema educativo, cultural, sanitario, laboral, judicial, etc., inventar esas voces y enseñarles a modular esa forma de hablar y de hablarnos? En fin, ¿te has preguntado alguna vez lo que te cuesta personalmente, no solo en dinero, la tan afamada corrección social y política? Sin embargo, como decía San Agustin, es tal la descomunal indiferencia o despreocupación que mostramos, que ese asunto no parece importarnos demasiado. Aunque siga siendo, a nuestro pesar, lo más importante porque nuestro mundo, el mundo pequeño e íntimo de cada uno de los emisores y receptores es lo realmente propio y apropiado, pues es desde donde podemos verdaderamente intervenir sobre lo que sea o deje de ser nuestro carácter y nuestro destino. Muy al contrario, con la actitud dominante que aceptamos de la logomaquia e imagomaquia de esas voces, damos por inevitable que los titulares o eslóganes o las frases hechas o los lugares comunes o las puestas en escena no los producen el sistema educativo, cultural, sanitario, laboral, judicial, etc., a cuenta de nuestros bolsillo, o mejor dicho, damos por hecho que esos sistemas funcionan como la propia naturaleza que con su proverbial rutina produce las tormentas y las sequías o los huracanes y la calma chicha o que después del invierno decide que llegue la primavera o que el dolor o el bien estar de todos los seres vivos que tiene bajo su férula solo merezca su falta de atención. De ahí que nuestro optimismo actual se parezca cada día más al que nos muestran, con total indiferencia también, los animales y las plantas y la piedras. No debe ser casual, al respecto de lo anterior, el aumento del mercado de mascotas y la casi desaparición de la conversación cara a cara entre los seres humanos y hablantes.