miércoles, 5 de junio de 2019

PERSIANAS

Lo que vino a decir aquel hombre, que se movía en la misma dirección que MG en el camino de ronda del castillo, fue que los Amigos del Castillo habían bajado las persianas de las ventanas de la fortaleza para que fuera nos pareciera a todos que era de noche. Su obsesión por mantener inaccesible a la presencia de cualquier ser humano, ya fuera vecino de la ciudad de bajo o forastero, las dependencias internas de la fortaleza justificaba plenamente esa imagen que se le había ocurrido mientras caminaba, le dijo. Esta vez no iba acompañado de su perra, pues había muerto recientemente víctima de un infarto, según le diagnosticó el veterinario. Al principio no lo reconoció, pues el hecho de que fuera en su misma dirección lo desconcertó. Aquella voluntad férrea por negar el paso al interior del castillo a todo el que no llevará un permiso, cuya manera de obtenerlo se hacía más confusa y difícil en tanto en cuanto el interesado más insistía en tenerlo en su bolsillo, imponía, al entender de MG, una rutina en los paseos alrededor de la parte del castillo que si estaba autorizada. MG había observado, empezando por el mismo, que los que cada mañana subían la cuesta del castillo para dar una o dos o las vueltas que fuesen siguiendo la traza del camino de ronda autorizado, lo hacían siempre en la misma dirección y siempre daban el mismo número de vueltas. MG, observaba también, que semejante rutina no afectaba a la parada previa para tomar un café en la cantina del castillo. De hecho, solo había coincidido allí con dos o tres de los andarines habituales a esas horas de la mañana, entre estos no se encontraba el dueño de la perra muerta por infarto. Mientras seguía caminando a su lado dándole vueltas a la misteriosa frase que vinculaba la noche exterior con la bajada de las persianas interiores de las ventanas de la fortaleza por parte de los Amigos del Castillo, que acababa de escucharle sin que mediara ninguna provocación o interpelación por su parte, se acordó de la primera vez que lo había visto. Tuvo lugar la mañana en que se lo encontró en dirección opuesta a la que él iba (tal vez el desconcierto le surgió no porque no le acompañara la perra, pensó MG, sino porque se lo encontró de espaldas, caminando en su misma dirección, a un paso anormalmente lento en comparación con el que llevaban otros cambiantes, incluido el mismo, y mirando con una atención concienzuda hacia las ventanas de la fortaleza) tratando de zafarse de un gran perro en celo que procuraba, con esa determinación que solo posee el instinto de naturaleza libre de todo condicionamiento cultural o moral, apoderarse enteramente del cuerpo de su perra. En aquel entonces, recordó MG, el hombre de la perra le había comentado medio a trompicones, mientras trataba de mantener el equilibrio al lado del animal en el estrecho camino de ronda, que el dueño del perro que intentó montar a su perra era un tipo que entraba y salía del castillo sin permiso. MG dudó durante unos minutos si seguir el paso de su compañero de ronda aquella mañana o adelantarlo y continuar al ritmo que llevaba hasta que se topó con él. Optó por lo primero después de pedirle su consentimiento. Lo primero que le preguntó, pues MG entendió que no se oponía a su compañía porque quería mantener una conversación referida a lo que mantenía su atención de forma invariable desde que se puso a su lado, fue si tenía permiso para dar su cambio de dirección en el paseo por el camino de ronda, y si eso tenía que ver con el episodio de su perra, y si éste, a su vez, era causa de la muerte del animal. Únicamente le contestó que esa amenaza por parte de los Amigos del Castillo, bajar las persianas para hacernos creer que es de noche, solo puede ser interpretada como un claro indicio del estado de ruina en que se encuentra el castillo y, al mismo tiempo, una llamada indirecta para encontrar alguna forma de redención.