Nada más entrar en la cantina, MG observó como dos coches de la guardia municipal se dirigieron precipitadamente, cuesta arriba, hacia la puerta de entrada del castillo. Debido a que no llevaban puestas las sirenas, la precipitación la percibió MG por la excesiva velocidad con que pasaron los vehículos en una zona que el ayuntamiento había numerado con el distintivo numérico 30, ya que cercanamente había dos guarderías y un área deportiva. Mientras vio como los coches policiales desaparecían en la curva tras la cual se accedía a la puerta del castillo, recordó la noticia que unos días antes había aparecido en el periódico local y de la cual nadie en la cantina había comentado nada, a pesar de que el diario iba de unas manos a otras de los parroquianos dejando sus huellas sobre las hojas de aquel. El titular de la noticia, publicada a cuatro columnas por el cronista oficial de la ciudad de abajo, decía que los Amigos de Castillo estaban buscando una nueva imagen corporativa (sic) que renovase la actual, acreditándolos así con mejor solvencia (sic) ante los vecinos y autoridades de la ciudad de abajo. El cronista oficial no tenía remilgos en alabar la imagen corporativa vigente del castillo, vinculada a un pasado glorioso, del que eran testigos indiscutibles las murallas. Hoy podían disfrutar de ellas (sic) los miles de visitantes de la ciudad, que suben cada día a practicar lo que desde la Oficina de turismo de la ciudad de abajo se denomina como “la vuelta al castillo”. MG podía dar fe de que semejante imagen corporativa no es que fuera anticuada, sino que sencillamente era falsa. Los visitantes que subían al castillo para dar la vuelta a sus murallas, que predicaba tan pomposamente la oficina de turismo, tenían que pedir antes un permiso que normalmente la misma oficina se lo negaba por no cumplir con los parámetros de seguridad que exigía la imagen corporativa vigente, que defendían con uñas y dientes los Amigos del Castillo. El que fuera la visita, sin sirena, de los dos coches de la policía municipal de la ciudad de abajo, el primer acontecimiento, relacionado con el castillo, que sucedió después de la noticia aparecida en el periódico local, le hizo pensar a MG que el cambio de imagen corporativa del castillo se iba a producir entre patrullas. La evolución que había experimentado el cuerpo de la policía municipal de la ciudad de abajo, sin dejar de ser una institución militar, era asombroso. De ser una institución temida por los vecinos, cuando en el castillo gobernaban sus antiguos dueños, a estar bendecida oficialmente por el apelativo de policía de proximidad había hecho que este cuerpo municipal, aunque sin dejar de aparecer en público uniformado y armado de los pies a la cabeza, pareciera el de un honesto y desinteresado benefactor. Lo contrario del cuerpo institucional de los Amigos del Castillo, que seguía férreamente adicto a la instrucción castrense a la que estaba fielmente alineada toda la herencia recibida. Era evidente que necesitaba otro cuerpo. El sueño de los Amigos del Castillo, pensó MG, era tener dos o tres cuerpos corporativos de los que poder disponer a voluntad, que les permitiera llenar el enorme vacío que se apodera del propio cuerpo de los albaceas al tener que administrar la herencia que habían recibido. A pesar de todas las trabas que ponían, MG creía que no debía ser fácil mantener la imagen corporativa llamada “amigo de ese castillo”. No olvidaba que, según dicen las cronistas de su historia, el castillo fue construido para defenderse de los enemigos de antaño al otro lado de la frontera, no para albergar un puñado de amigos de hoy en su interior. Construir una imagen corporativa es siempre para combatir a alguien, que previamente has definido como tu enemigo. El ejemplo más claro en el presente técnico económico son los equipos e fútbol y las corporaciones multinacionales. La corporeidad militar, por decirlo así, se han diluido entre ellos. Fue por ello que la presencia de la patrulla de la policía municipal no encajaba, a pesar de que el cronista oficial lo hubiera sugerido sibilinamente en su artículo, aquella mañana circulando a toda velocidad y sin sirena a la busca de la entrada en el castillo. Sin embargo, cuando MG empezó a dar la vuelta por el camino de ronda pudo ver a los coches policiales aparcados a las afueras y a dos de los policías haciendo guardia, como si estuvieran oficialmente de servicio de patrulla. Los otros dos policías habían desaparecido, por lo que MG supuso que deberían haber entrado dentro.