jueves, 28 de septiembre de 2017

OCURRENCIA O DESTINO

En algún sitio he leído que el ser humano es el ser defectuoso que produce cultura, pues al carecer de instinto se siente desprotegido. En efecto, qué haríamos nosotros sin los suplementos culturales del fin de semana, con sus innumerables ofertas culturales de todo tipo, que haríamos sin las antológicas que de vez en cuando se inventan los gestores culturales para hacer caja y de paso recuperar ese hábit,o tan del gusto del hombre masa, de hacer colas interminables, que haríamos sin las bienales, o sin los festivales anuales de cine, independiente por supuesto. Moriríamos de más aburrimiento, sin cabe. 

No me vi de forma inevitable arrastrado hacia el pasado glorioso helénico, mientras paseaba entre los andamios que sujetaban el Partenón de Minujín. No me conmoví ante la cantidad de libros que la autora argentina había encarcelado entre plásticos, a la espera de su liberación en la fiesta final - el espectáculo otra vez, como no - de clausura de Documenta 14. La cual consistía en que cualquier visitante podía ese día acercarse al Partenón de los libros y, rasgando el plástico transparente que los aprisionaba, llevarse los libros, otrora prohibidos, que desease. Semejante acción convertía al sujeto en cuestión en un heroico libertador en un doble sentido. Por una parte, liberaba al libro de su cárcel plastificada en el templo fundacional de la democracia, un símbolo demasiado forzado en la construcción o búsqueda de la ambigüedad y paradoja, que me hizo difícil asimilar su contraposición a la oscura y cruel prohibición verdadera que esos libros y sus autores padecieron en el pasado, y, por otro, el visitante se libraba así mismo de ser un vulgar consumidor de libros en el mercado editorial. Siguiendo a Chus Martínez, el pensamiento que se desprendía de todo ello me pareció cogido con pinzas, de tal modo que en cuanto hiciera un poco de viento se convertía todo en una ocurrencia. Pues este es el peligro que corren muchos de los autores del llamado arte contemporáneo, que, al abandonar la mimesis de la obra del Creador Divino, se han dedicado a imitar, cuando no copiar directamente, a la de los creadores humanos que decidieron aquel abandono a principios del siglo XX. Resumiendo. Duarte desde que lo vio nada más llegar a la plaza de Federico, no fue capaz de encontrar la empatía necesaria para adentrarse en el Partenón de los libros y disfrutar con lo que allí sucedía. Son los andamios al aire libre, me dijo. Esas estructuras de hierro, como las que sujetan los edificios declarados por las autoridades en ruinas, son las que me molestan. No me aclaró si a sus sentimientos o a sus pensamientos. La imagen de un edificio en ruinas me detuvo, justo antes de que decidiera que todo aquello era una ocurrencia de Minujín imitando la originaria decisión de Duchamp, cuando dijo al mundo que su urinario era inútil para mear, aunque nos podía cambiar la vida si lo veíamos como un obra de arte. Una decisión que desplazó la creatividad hacia un territorio lleno de minas, o de trampas, en tanto en cuenta allí solo mandaba la arbitrariedad del ego humano. O dicho de otra manera, nos olvidamos con esa decisión humana, mejor dicho, con los oportunistas que la convirtieron en decisión divina, de algo que no debimos hacer nunca, a saber, que somos la única especie que puede darse el lujo de reconocer su propia irrelevancia en el cosmos. Ese es y ha sido siempre nuestro verdadero destino.