miércoles, 20 de septiembre de 2017

UN ESTADO MENTAL

El periplo cicloturista de este año tenía un preámbulo y un adjetivo, sino contrarios, digamos, si contradictorios. El preámbulo se llamaba la Documenta 14, la muestra de arte contemporáneo más grande del mundo, que se celebra cada cinco años en la ciudad alemana de Kassel. El adjetivo, Romántica, pues así han calificado las autoridades culturales alemanas a la ruta cicloturista más antigua de las muchas que atraviesan la geografía del país germano. Ruta Romántica o Romantische Strasse. Al arte contemporáneo me gusta más llamarlo actual, pues las pinturas de las cuevas de Chauvet, por irme muy hacia atrás, me parecen contemporáneas, por ejemplo, de los vídeos de Bill Viola, uno de los creadores que exponían en Documenta 14. Respecto al calificativo romántica, no es que se refiera a una época histórica ya pasada - algo que hoy todo el mundo acepta -, sino que cada vez acompaña con menos significado a una manera de ser - algo de lo que todavía a muchas personas les cuesta desprenderse. Romántico, para entendernos, se ha convertido en un significante vacío que todo el mundo, empresas y particulares, precisamente por su insignificancia utilizan como una marca más tanto para un roto como para un descosido. Sin embargo, en el caso de la Romantische Strasse, si quisiera destacar la relevancia del momento de su fundación por los hechos que la acompañaron. La construcción de esta ruta ciclista vacacional fue idea, cito de forma resumida, de los americanos que vivían en Europa en los años 50, para devolver, citó literalmente, “la alegría de vivir” a la población después de la colosal catástrofe reciente de la Segunda Guerra Mundial. Supongo que en aquel entonces el calificativo “Romántica” denotaba y connotaba, como ninguno otra, esa inmensa necesidad que todos los supervivientes de la gran carnicería tenían de volverle a coger el pulso a la vida, después de tanto horror y muerte que los había sumergido en lo más hondo de unas tinieblas nunca antes vistas. 

No solo es compasión, sino, sobre todo, comprensión de lo que está ruta hoy significa, casi setenta años después de su fundación, en la Europa actual, cuya alegría de vivir no es ya una necesidad que surja de la miseria y el dolor sufridos, sino de una superabundancia no siempre vinculada al esfuerzo personal y colectivo. Y sí mucho a la piratería y la corrupción personal y colectiva. Una Europa en la que, no sintiéndonos herederos directos de quienes padecieron aquellas penalidades, los europeos de hoy tendemos a creer nos merecemos por méritos propios.