martes, 19 de febrero de 2013

NOTICIAS DEL VATICANO

Desde el Vaticano nos llega la noticia de que el Papa renuncia a su cargo porque no se siente capaz de seguir representando al personaje. Igualmente no hay día que desde los palacios presidenciales autonómicos y central, hagan un brindis al sol con el titular que se puede resumir en: "He incumplido mis promesas, pero he hecho lo que debía".

La literalidad chata y avasalladora del poder terrenal de la Curia Romana se ha impuesto a la vulnerable ambigüedad de la imaginación que sostiene al Gran Heredero de San Pedro. Igualmente la vulgaridad de las vidas de los capitostes que okupan aquellos palacios presidenciales se impone a la grandeza que representa haber sido elegido como representante de la ciudadanía. La música se repite: el poderoso se impone al débil, la estupidez a la inteligencia.

En cambio, por poner un ejemplo de actualidad cinematográfica, el Lincoln de Spielberg sí cumple sus promesas electorales una vez que ocupa la Casa Blanca: abolir la esclavitud mediante la aprobación de la decimotercera enmienda. Pero no lo hace como debía: de forma pacifica, sino totalmente condicionado por la guerra civil mas cruel de su historia, en que él había metido a la joven república americana.

Los que funcionarizan su vida no pueden dimitir, porque la plaza fija en ella es lo único que tienen. Esto es lo que les otorga esa insultante seguridad en un mundo asediado por las sombras, pero también es la fuente de donde emanan parte de nuestros malestares, ya que encima tenemos que aguantarles sus incasables tabarras morales. O de manera mas fina, su aparente fe en sus palabras frente a la ambigüedad de las acciones que nombran y ejecutan.
¿Cuantos profesores deberían haber dimitido una vez que comprueban, día tras día, que incumplen las promesas que se hicieron a sí mismos y a la comunidad educativa? Por la misma razón, ¿cuantos médicos, abogados, ingenieros...? Y, como no: ¿cuantos padres y madres ven incumplidas las promesas familiares que se hicieron al decidir traer hijos al mundo y, a pesar de ello, continúan subvencionando a quienes hoy son la sangrante y atormentada imagen de su fracaso? Y, sin embargo, que nadie se atreva a decirles a ninguno de ellos que no están haciendo lo que tienen que hacer. Comprendo que la vida no entiende de este tipo de dosificaciones y razonamientos, ni se detiene ante los imponderables no queridos de sus excesos. Pero, ¿es que el pancartismo militante no podía ser algo mas selectivo y pedir la dimisión del profesor, abogado, médico, padre o madre,... que no cumplen lo mínimo con que se habían comprometido y nos habían prometido? Ya se que lo impide el déficit: ¿que haríamos con tanto haragán vagabundeando por las calles? Aunque, le he de conocer que, ante tanta irresponsabilidad consentida y subvencionada, a veces me delito con semejante distopía. Y no dejo de pensar, entonces, que solo a partir de ella se puede alcanzar la utopía de una dirigencia más decente y saneada.

A Lincoln lo recordamos por el excelente relato de la abolición de la esclavitud, no por ser uno de la artífices de la Guerra de Secesión. A Churchill, por el penetrante eslogan "sangre, sudor y lagrimas", no por ordenar el bombardeo indiscriminado (fueran o no objetivos militares), junto con Roosevelt  de todas las ciudades alemanas de mas de cien mil habitantes.  A De Gaulle, por sus verosímiles y apasionados relatos radiofónicos desde Londres, que consiguieron ocultar las tropelías colaboracionistas de muchos de sus oyentes. A Stalin, por liberar a la humanidad toda del yugo nazi mediante la aventura épica del Gran Ejercito Rojo. Al Vaticano, por seguir siendo la esperanza blanca de millones y millones de almas desesperadas en el continente africano y suramericano, no por la inquisición y por  los casos acumulados de violación y pederastia.

Y a nosotros. Usted y yo sabemos porque nos recuerdan y nos recordamos entre nosotros. Por no haber sido capaces de imaginar un Relato Fundacional de nuestras historias, contado por imaginativos Narradores de la Verdad y la Mentira. Por verdaderos Papas y Hombres de Estado que hubieran sido capaces de enseñarnos de forma renovada a atar lo de siempre, el fulgor de la vida y las sombras que proyectan sobre ella la presencia inevitable de la muerte. Es por ello que el relato insular y anglosajón: "Sangre, sudor y lágrimas", me sigue pareciendo el mas convincente y conveniente para los intereses de quienes habitamos hoy en día, y sobre todo habitarán mañana, en el maltrecho sur del continente europeo.