“Los hoplitas
(los ciudadanos de a pie o de infantería), sin darnos cuenta, inmersos en el trajín
histérico en que han convertido cada día nuestra vida, hemos cedido en algo que
nunca deberíamos haber hecho: los hombres no merecen ser recordados, únicamente
su legado, que tiene que ser superior a ellos (Eclesiastés)”.
De
seguir pensando por esta senda, el profesor Velasco sabe que su destino es ser
repudiado por sus alumnos y por el claustro de sus compañeros de facultad. A
parte de ésta no hay otra razón de peso que le impida continuar así. Sin
embargo, lo que oculta esta razón, digamos, laboral y doméstica, y que es la verdadera
razón para que el profesor no continúe pensando así, es el yugo tan formidable
a que lo somete su compromiso como intelectual.
A tal
extremo ha llegado esta sujeción que el profesor Velasco no sabe si los
resquicios que le quedan de pensar por su cuenta son anteriores a la adquisición
de su compromiso o son una respuesta fugaz y a la desesperada frente la
opresión que padece. Todavía le queda voluntad para darse cuenta de que el
compromiso intelectual forma parte de una doble visión mas amplia, que tiene en
Occidente mucho predicamento: por un lado, la discusión infructuosa y banal
sobre la libertad y la justicia. Por otro, la renuencia que tienen todos esos
charlatanes a sacarle punta a las ideas. Y a compartirlas con el de al lado.
A
veces, en los peores momentos de su infernal calvario, el profesor Velasco se
siente impelido a cometer su última acción heroica, antes de quitarse de
enmedio. Como los soldados de la revolución de los claveles portuguesa, a cuyos
momentos iniciales se siente afectivamente muy vinculado, y por requerimiento
clamoroso de la ciudadanía, le gustaría volver los cañones de su compromiso
contra la comandancia dirigente. Porque, ante la situación actual, que ya no encubre
sus efectos mas letales al igual que cualquier dictadura criminal, no otra cosa
que cañones son el compromiso de los intelectuales, entrelazado en un indisoluble
matrimonio de conveniencia con los intereses de la comandancia dirigente, tenga
uno u otro color. Siendo así que las honorables ideas en que se aupa tal
compromiso acaban actuando como eficaces pelotas de goma o balas de fusil
ametrallador, según las circunstancias, contra el gentío que no cesa de gritar:
basta ya de ladrones. Basta ya de asesinos.