jueves, 7 de febrero de 2013

LINCOLN, de Steven Spielberg



No buscaba sorpresas biográficas del tipo que Lincoln no muriese asesinado a los pocos días de acabar la Guerra de Secesión, o que no  hubiese conseguido aprobar la decimotercera enmienda que abolía definitivamente y en toda la unión la esclavitud. Los hechos están ahí y son datos inalterables. Buscaba como el alma de Lincoln, llámela conciencia si se adapta mejor a su religión, de la mano de Spilberg y de Daniel Day-Lewis se recomponía hoy ante aquellos mismos datos. Como una sinfonía del siglo XIX, esperaba que se mostrase ante mí, liberada de los corsés espacio temporales de la historia, totalmente diferente y renovada. Es la única razón de ser que tiene volver la vista hacia el pasado, a cualquier pasado, otorgarle sentido al  presente, a cualquier presente.

Lo consigue. La película consigue, de la mano de sus dos enormes artífices, instalarse desde el primer fotograma en el presente. Ese era el principal desafío y donde se jugaba todo lo demás. Aunque los títulos de crédito no ocultan desde el principio en que momento de la historia norteamericana se va a desarrollar la acción narrativa, nada más aparecer la imponente y retorcida figura de Abraham Lincoln el espectador siente y sabe que, aupado en el poder persuasivo de la perspectiva que aquella proyecta sobre lo que mira, todo lo que venga a continuación está ocurriendo en el ahora mismo. Y lo hace a cuenta de someter a un justo escarnio a los dirigentes políticos actuales, que, éstos sí, parecen que existen en tiempos que creíamos ya olvidados.

A la figura de Lincoln hay que añadir la luz que lo ilumina que, lejos de mostrar lo que tiene de aspaviento o ínfula técnica, como ocurre en tantas ocasiones, aparece como una emanación propia de aquella figura. Es eso lo que nos permite contemplar los diferentes pliegues de una personalidad proteica, que desde la experiencia mas dolorosa de saberse vivo y con el máximo poder como un inquilino en el infierno, como le confiesa a su mujer Mary hacia el final, consigue alcanzar la gloria, casi al mismo tiempo que una bala asesina le siega la vida para siempre.