miércoles, 29 de febrero de 2012

EL DOLOR DE LA VIDA Y SUS PALABRAS

Yo creo que una de las novedades de esta crisis ha sido la irrupcion de uno de los aspectos inexorables del principio de la realidad, como es el del dolor que siempre le acompaña. De repente, la vida es de forma irreductible dolorosa, muy dolorosa. Y dura, muy dura, como dice Jackie Brown, uno de los personajes de la novela “Los amigos de Eddie Coyle”, de George V. Higgins, que hemos comentado entre los lectores de noche.

El dolor al que me refiero no tiene que ver con el arrasamiento de las condiciones vitales de gran parte de la población. No hemos vuelto a la epoca manchesteriana, que Dickens relató en toda su crudeza. Es mas bien el dolor proveniente de la falta de costumbre de tenerlo cerca, es el dolor de haber olvidado que formaba parte de nuestra vida, porque nos convencimos de que lo habiamos superado. No es un dolor nuevo, estaba ahí, es un dolor no mirado. Esa visibilidad inseperada es para nosotros la forma que coge el dolor, con la que a partir de ahora tendremos que convivir, no las luctuosas y esplícitas estampas de otras latitudes o de otras épocas con las que a veces nos quieren levantar la conciencia y tal. Pero nadie nos orienta sobre como vivir con ese dolor, que nos produce una aflicción que nos deja inmóviles, aunque las calles se llenen de gente pidiendo explicaciones sobre que hay de lo nuestro.

Infinitud y abismo son la coordenadas entre las que se mueve este nuevo dolor que nos invade y nos embarga, y que nos duele intensamente porque ahora no nos queda otro remedio que mirarlo de frente. No me preocupa tanto lo de ganarnos la vida, si es que hemos decidido seguir vivos, eso es casi de obligado cumplimiento. Como sea y donde sea. Como siempre. Esta crisis, sin embargo, tiene que ver con el hecho de como ganarnos, no la vida, sino nuestras vidas, la de usted, la de los otros, en fin, la mia. Miramos fuera y no es el paisaje de los personajes manchesterianos de Dickens, pero es mas inhospito. Las palabras que daban cuenta de lo que ocurria en aquel entonces eran como el acero y se referian a la firmeza de las cosas y de las personas. Eran igual al mundo que representaban.

Cuando oigo hablar a los miles de opinadores sobre los que nos pasa, sus palabras tienen la misma inestabilidad de una casa en llamas. Dicen una y mil palabras, una i mil veces, pero el mundo al que se refieren nos los hace ni puto caso. Indiferente e insensible, sigue como una zarza ardiente su destino devastador. Y de nada vale querer mirar para otro lado, como durante todos estos años.