Conviene hacerse a la idea de que ciertos principios, hasta ahora incuestionables, de la dinámica de toda protesta, conseguir canviar algo y para mejor, pueden llegar a ser devorados por la propia fuerza desatada y sin destino de aquella. De otra manera mas rústica pero mas expresiva, nadie sabe que palacio hay que asaltar para sacar de ahí a quien hay que colgar del palo mas alto en la plaza mayor de la ciudad, como auténtico responsable de la catastrofe que estamos padeciendo. Quedarse en casa, como recomendaba Pascal, puede ser, entonces, la respuesta adecuada. Es una cuestión símbólica, pero es que, aunque no nos demos cuenta, nos movemos y protestamos bajo el paraguas admonitorio de un puñado de símbolos que forman parte sustancial de las luchas y protestas de nuestra tradición emancipadora occidental. Sabemos el como pero ha desaparecido el que y el por que de lo que nos pasa y, sobre todo, que debemos hacer, precisamente el lugar donde anida lo simbolico y significativo. Arde Atenas, sí, pero sus llamas no significan lo mismo que cuando ardió París hace mas de doscientos años, por poner el ejemplo por excelencia. Aparentemente todo se lo come el fuego, pero en París los pirómanos eran también los nuevos arquitectos que se disponían a construir sobre los escombros humeantes. En sus nuevos edificios se aloja todavía nuestro estilo de vida.
Las interrogaciones que vierte sobre esa tradición de la lucha y la protesta una crisis como la actual que, no hay que olvidarlo, no es de la escasez y la pobreza sino de la superabundancia y la estafa, debería obligar a los convocantes a pensar, o desaprender en su caso, toda esa filosofía acumulada, volviendo a diseñar las estrategias con una mirada mas amplia. Cuanto mas ahinco pongan en identificar y señalar a los culpables, mas difusas y vagas (líquidas, queda bien y ayuda a hacer amigos decir esto ahora) se harán después las acciones a llevar a cabo contra ellos. El ruido no es sinónimo de nada, únicamente se representa a sí mismo. Y por muy elevado que sea su volumen lo único que conseguirá con sus vaivenes y ajetreos es mover el foco de atención y constreñir el ojo de la mirada. Si es marca de lo intolerable, sin embargo, el aullido de quien no tiene realmente nada que llevarse a la boca, o de quien padece una inhumana y prolongada injusticia. Pero haber sido estafados por una panda de trileros o timadores no es en absoluto comparable. Es secillamente otra cosa, a la que nadie sabe como enfrentarse. Ni estafadores ni estafados. Y es que el mundo del casino se rige por unas leyes aparte de las que hay aprobadas en lo que comunmente se entiende por vida honorable. Pero sin dar crédito a lo que nos pasa, el caso es que en el casino nos encontramos todavía. Todos. Evidentemente, unos peor que otros. Unos muy mal y otros como si no hubiera pasado nada.