Yo creo que una de las novedades de esta crisis ha sido la irrupcion de uno de los aspectos inexorables del principio de la realidad, como es el del dolor que siempre le acompaña. De repente, la vida es de forma irreductible dolorosa, muy dolorosa. Y dura, muy dura, como dice Jackie Brown, uno de los personajes de la novela “Los amigos de Eddie Coyle”, de George V. Higgins, que hemos comentado entre los lectores de noche.
El dolor al que me refiero no tiene que ver con el arrasamiento de las condiciones vitales de gran parte de la población. No hemos vuelto a la epoca manchesteriana, que Dickens relató en toda su crudeza. Es mas bien el dolor proveniente de la falta de costumbre de tenerlo cerca, es el dolor de haber olvidado que formaba parte de nuestra vida, porque nos convencimos de que lo habiamos superado. No es un dolor nuevo, estaba ahí, es un dolor no mirado. Esa visibilidad inseperada es para nosotros la forma que coge el dolor, con la que a partir de ahora tendremos que convivir, no las luctuosas y esplícitas estampas de otras latitudes o de otras épocas con las que a veces nos quieren levantar la conciencia y tal. Pero nadie nos orienta sobre como vivir con ese dolor, que nos produce una aflicción que nos deja inmóviles, aunque las calles se llenen de gente pidiendo explicaciones sobre que hay de lo nuestro.
Infinitud y abismo son la coordenadas entre las que se mueve este nuevo dolor que nos invade y nos embarga, y que nos duele intensamente porque ahora no nos queda otro remedio que mirarlo de frente. No me preocupa tanto lo de ganarnos la vida, si es que hemos decidido seguir vivos, eso es casi de obligado cumplimiento. Como sea y donde sea. Como siempre. Esta crisis, sin embargo, tiene que ver con el hecho de como ganarnos, no la vida, sino nuestras vidas, la de usted, la de los otros, en fin, la mia. Miramos fuera y no es el paisaje de los personajes manchesterianos de Dickens, pero es mas inhospito. Las palabras que daban cuenta de lo que ocurria en aquel entonces eran como el acero y se referian a la firmeza de las cosas y de las personas. Eran igual al mundo que representaban.
Cuando oigo hablar a los miles de opinadores sobre los que nos pasa, sus palabras tienen la misma inestabilidad de una casa en llamas. Dicen una y mil palabras, una i mil veces, pero el mundo al que se refieren nos los hace ni puto caso. Indiferente e insensible, sigue como una zarza ardiente su destino devastador. Y de nada vale querer mirar para otro lado, como durante todos estos años.
miércoles, 29 de febrero de 2012
martes, 28 de febrero de 2012
ESTATURA
Había crecido hasta alcanzar solo los ciento cuarenta centímetros. Todos los días me veía obligado a dedicar entre treinta y cuarenta minutos en el trayecto que había entre mi casa y la oficina de la sucursal bancaria donde trabajaba. Sin querer buscar otra alternativa, utilizaba siempre el servicio del metro. Y sufría por ello.
Lejos de enfadarme con los chistes y bromas de mis colegas respecto a mi adicción al metro, por ver si se me pegaban, decían, si nos los cien, al menos unos cuantos de sus cien centímetros, yo seguía con mi obsesión de ser como los demás. Y si el metro era un servicio público, no podía renunciar a utilizarlo todos los días, ya que sino me advendría la sensación de pertenecer a cualquier otra especie que, desde luego, no era la de público.
Por más que lo intentaba, no conseguía eludir las horas de máximo ajetreo. Esto me suponía llegar siempre tarde a la oficina. Tampoco me parecía oportuno justificar cada día el retraso, así que mi honestidad profesional me llevaba a recuperar el tiempo perdido una vez concluida la jornada laboral.
La ingobernabilidad de mi estatura se había convertido con el paso del tiempo en un dolor constante e insoportable. El impedimento de acceder a las barras horizontales de los vagones me dejaba como única opción las verticales, siempre y cuando los cuerpos de los demás no obstaculizara tal pretensión. Era en este trance cuando aparecía mi padecimiento cotidiano. Lo normal era que, dadas las avalanchas humanas que asaltan los trenes en las horas punta, no pudiera llegar a agarrarme a ninguno de aquellos barrotes. Mi cuerpo, entonces, quedaba a la deriva entre el traqueteo de espaldas y bajos abdómenes. No me importa reconocer, que en mas de alguna ocasión tuvieron que ayudar a levantarme después de haberme pisoteado como en un lagar. Excepcionalmente, cuando conseguía agarrarme a una de las barras verticales a mi alcance, me arrepentía pocas estaciones después. Prefería ser zarandeado a tener como única línea del horizonte los bajos vientres, pechos, altos traseros y demás zonas de quienes me rodeaban con desigual voluminosidad. En mas de alguna ocasión me llamaron la atención por atrevido y obsceno. Aprovechar y ocupar algunos de los escasos asientos que dejaban libre, me parecía tan incómodo auparme a ellos como permanecer allí sentado. Las piernas sin base de sustentación acababan por disminuir mi sensibilidad, y no estaba dispuesto a moverlas constantemente par evitar semejante molestia.
Así de zarandeado y humillado, acusado unas veces de inmoral y otras de infantilismo no superado, fueron pasando los años durante los que, poco a poco y casi sin darme cuenta, me fui abrazando a una depresión que me llevó a quedar recluido en un sanatorio para enanos mentales. Mucho tiempo después, al felicitarme por mi recuperación y con ánimo de ayudarme a iniciar una nueva vida, mis familiares y colegas me regalaron un coche deportivo de esos que también los llaman utilitarios. Miré a todos con desprecio por encima del hombro, con lo tuve la sensación de haber crecido. Siendo así que en verdad me sentía curado, les dije. Prueba de ello era que, por fin, ejercía el derecho a manifestar mis propias chanzas.
Lejos de enfadarme con los chistes y bromas de mis colegas respecto a mi adicción al metro, por ver si se me pegaban, decían, si nos los cien, al menos unos cuantos de sus cien centímetros, yo seguía con mi obsesión de ser como los demás. Y si el metro era un servicio público, no podía renunciar a utilizarlo todos los días, ya que sino me advendría la sensación de pertenecer a cualquier otra especie que, desde luego, no era la de público.
Por más que lo intentaba, no conseguía eludir las horas de máximo ajetreo. Esto me suponía llegar siempre tarde a la oficina. Tampoco me parecía oportuno justificar cada día el retraso, así que mi honestidad profesional me llevaba a recuperar el tiempo perdido una vez concluida la jornada laboral.
La ingobernabilidad de mi estatura se había convertido con el paso del tiempo en un dolor constante e insoportable. El impedimento de acceder a las barras horizontales de los vagones me dejaba como única opción las verticales, siempre y cuando los cuerpos de los demás no obstaculizara tal pretensión. Era en este trance cuando aparecía mi padecimiento cotidiano. Lo normal era que, dadas las avalanchas humanas que asaltan los trenes en las horas punta, no pudiera llegar a agarrarme a ninguno de aquellos barrotes. Mi cuerpo, entonces, quedaba a la deriva entre el traqueteo de espaldas y bajos abdómenes. No me importa reconocer, que en mas de alguna ocasión tuvieron que ayudar a levantarme después de haberme pisoteado como en un lagar. Excepcionalmente, cuando conseguía agarrarme a una de las barras verticales a mi alcance, me arrepentía pocas estaciones después. Prefería ser zarandeado a tener como única línea del horizonte los bajos vientres, pechos, altos traseros y demás zonas de quienes me rodeaban con desigual voluminosidad. En mas de alguna ocasión me llamaron la atención por atrevido y obsceno. Aprovechar y ocupar algunos de los escasos asientos que dejaban libre, me parecía tan incómodo auparme a ellos como permanecer allí sentado. Las piernas sin base de sustentación acababan por disminuir mi sensibilidad, y no estaba dispuesto a moverlas constantemente par evitar semejante molestia.
Así de zarandeado y humillado, acusado unas veces de inmoral y otras de infantilismo no superado, fueron pasando los años durante los que, poco a poco y casi sin darme cuenta, me fui abrazando a una depresión que me llevó a quedar recluido en un sanatorio para enanos mentales. Mucho tiempo después, al felicitarme por mi recuperación y con ánimo de ayudarme a iniciar una nueva vida, mis familiares y colegas me regalaron un coche deportivo de esos que también los llaman utilitarios. Miré a todos con desprecio por encima del hombro, con lo tuve la sensación de haber crecido. Siendo así que en verdad me sentía curado, les dije. Prueba de ello era que, por fin, ejercía el derecho a manifestar mis propias chanzas.
sábado, 25 de febrero de 2012
LA GUERRA FINANCIERA Y SU LENGUAJE
No se qué va acabar antes con nosotros si la batalla finaciera o la batalla informativa sobre la batalla financiera. Lo que ya no cabe ninguna duda es que esta guerra informativofinanciera va a transformar nuestras vidas en semejante medida y proporción que lo hicieron las vidas de nuestros antepasados con las dos guerras mundiales que padecieron. Yo creo que es un conflicto de similar rango y magnitud aunque con diferentes medios y estrategias, y, sobre todo, sus víctimas podemos contarlo. Lo cual nos añade, al doloroso hecho de tener que sobrevivir cada día, una plus de responsabilidad narradora. Y no se si estamos preparados para eso. Un bombardeo mata y es a los que todavía quedan vivos a quienes les corresponde enterrar los cuerpos o dejar que se pudran entre los escombros. Igualmente el hundimiento de una economía nos deja con el corazón en vilo y el cerebro a la deriva, lo que no evita que el estómago pida lo suyo. Y al no haber tantos muertos que enterrar, hay mas estómagos vivos que muerden sino se llenan cada día.
Sobre los efectos letales del bombardero financiero, el bombardeo informativo no tiene la compasión necesaria para ayudarnos a sobrellevar la catástrofe, entiendiéndola. ¿Qué hemos hecho mal, muy mal, para merecer esto? Al igual que una víctima de una guerra convencional pide una tumba digna, o un hospital donde le puedan curar sus heridas, los damnificados de esta cruel guerra financiera pedimos a la información, que no deja de hablar de ella y sin la cual no sabriamos nada que no fuera sus dentelladas despiadadas en nuestras cuentas y patrimonios, lo necesario para poder contarnos a nosotros mismos con veracidad y honestidad lo que está pasando y, sobre todo, lo que nos pasa con lo que está pasando. Porque somos nosotros, no solo los damnificados, sino los verdaderos protagonistas de esta lúgrube historia, y nos asiste ese derecho. Pero todos los medios de comunicación se han convertido en un único canal hueco que admite todo tipo de trastos y objetos que al penetrar en su interior los convierte en un flujo indiferenciado de información, que lo único que consiguen es añadir mas aturdimiento y miedo. Un único canal hueco con una lengua elástica y sin voz que vale para todo y no es de nadie. Así es el lenguaje de la información que cubre cada día sin parar esta guerra financiera interminable. Continuamos vivos, sí, y, sin embargo, no sabemos de que somos culpables, y porque eso nos hace sentirnos incurable y dolorosamente perdidos en un mundo al que no queremos renunciar porque seguimos pensando que es el nuestro y el mejor de todos los posibles.
En una guerra convencional está claro quien es el único y criminal responsable: quien tira la bomba y quien ha ordenado hacerlo. Nadie en su sano juicio pide que le bombardeen su casa al anochecer. Ahora bien, cuando el bombardeo es monetario, y no es sobre los cimientos y vigas que aguantan la casa sino sobre la hipoteca que hace posible su habitabilidad física y espiritual, no se puede pensar exactamente lo mismo ni agarrarse a esa cabal convicción de quienes son los únicos culpables. Y es aquí donde la información debería cumplir esa misión de la que parece haber abdicado. Y no estoy con ello diciendo que el criminal bélico clásico lo sea mas que el financiero actual ni que la víctima del desahucio lo sea menos que la que encuentra su casa en ruinas.
El dolor y la humillación no están relacionados con los litros de sangre vertidos, ni con la subida de la prima de riesgo, ni con la indemnización por año trabajado. No únicamente con eso. Estamos ya en otro mundo y, por tanto, tiene que ver también con la manera de empezar a contar sus hechos fundacionales. Es decir, con el lenguaje, otra vez con el uso que se hace del lenguaje. ¿Con que va a ser, sino, en esta sociedad en la que vivos y desahuciados (¡que gran paradoja para meterle el diente!, y las que nos tocará descifrar, pues esta guerra es también y, sobre todo, la de sus paradojas y, por tanto, de sus perplejidades) no nos va a quedar otro remedio que seguir sobreviviendo, y a la que pomposamente llamamos del conocimiento y de la información?
Sobre los efectos letales del bombardero financiero, el bombardeo informativo no tiene la compasión necesaria para ayudarnos a sobrellevar la catástrofe, entiendiéndola. ¿Qué hemos hecho mal, muy mal, para merecer esto? Al igual que una víctima de una guerra convencional pide una tumba digna, o un hospital donde le puedan curar sus heridas, los damnificados de esta cruel guerra financiera pedimos a la información, que no deja de hablar de ella y sin la cual no sabriamos nada que no fuera sus dentelladas despiadadas en nuestras cuentas y patrimonios, lo necesario para poder contarnos a nosotros mismos con veracidad y honestidad lo que está pasando y, sobre todo, lo que nos pasa con lo que está pasando. Porque somos nosotros, no solo los damnificados, sino los verdaderos protagonistas de esta lúgrube historia, y nos asiste ese derecho. Pero todos los medios de comunicación se han convertido en un único canal hueco que admite todo tipo de trastos y objetos que al penetrar en su interior los convierte en un flujo indiferenciado de información, que lo único que consiguen es añadir mas aturdimiento y miedo. Un único canal hueco con una lengua elástica y sin voz que vale para todo y no es de nadie. Así es el lenguaje de la información que cubre cada día sin parar esta guerra financiera interminable. Continuamos vivos, sí, y, sin embargo, no sabemos de que somos culpables, y porque eso nos hace sentirnos incurable y dolorosamente perdidos en un mundo al que no queremos renunciar porque seguimos pensando que es el nuestro y el mejor de todos los posibles.
En una guerra convencional está claro quien es el único y criminal responsable: quien tira la bomba y quien ha ordenado hacerlo. Nadie en su sano juicio pide que le bombardeen su casa al anochecer. Ahora bien, cuando el bombardeo es monetario, y no es sobre los cimientos y vigas que aguantan la casa sino sobre la hipoteca que hace posible su habitabilidad física y espiritual, no se puede pensar exactamente lo mismo ni agarrarse a esa cabal convicción de quienes son los únicos culpables. Y es aquí donde la información debería cumplir esa misión de la que parece haber abdicado. Y no estoy con ello diciendo que el criminal bélico clásico lo sea mas que el financiero actual ni que la víctima del desahucio lo sea menos que la que encuentra su casa en ruinas.
El dolor y la humillación no están relacionados con los litros de sangre vertidos, ni con la subida de la prima de riesgo, ni con la indemnización por año trabajado. No únicamente con eso. Estamos ya en otro mundo y, por tanto, tiene que ver también con la manera de empezar a contar sus hechos fundacionales. Es decir, con el lenguaje, otra vez con el uso que se hace del lenguaje. ¿Con que va a ser, sino, en esta sociedad en la que vivos y desahuciados (¡que gran paradoja para meterle el diente!, y las que nos tocará descifrar, pues esta guerra es también y, sobre todo, la de sus paradojas y, por tanto, de sus perplejidades) no nos va a quedar otro remedio que seguir sobreviviendo, y a la que pomposamente llamamos del conocimiento y de la información?
miércoles, 22 de febrero de 2012
LA ESPERA Y SUS ESPECTROS
Hay mucha prisa porque todo esto acabe y poder volver a la normalidad. Yo creo, sin embargo, que lo normal ya ha llegado y es estar viviendo en una nueva época que se caracteriza por la espera. Y por los espectros. Fíjese que a la prisa anterior no opongo la lentitud, sino la espera. Ni al mas allá de la prisa el mas acá de la lentitud, sino el lugar donde habitan lo espectros. Por tanto, recomiendo que nos habituemos a la literatura de la espera: Kafka, Beckett, Lem,..., y así tendremos tiempo y un nuevo tempo para convocar a los espectros.
Mientras esperamos a que algo acontezca para poder extraer el secreto a todo lo que nos atenaza, los espectros nos pueden ayudar a reflejar nuestros afanes y a conocernos mejor. Herederos de una tradición laicocristiana en la que siempre nos han prometido, y hemos llegado a creer ciegamente en su merecimiento, un lugar paradisíaco, así en el cielo como en la tierra, donde quedarían satisfechos todos nuestros deseos de una vez por todas y para siempre, hemos dejado atrás hasta olvidarla una tradición mas antigua pero mucho mas interesante, el hades griego, el lugar de exilio de las sombras humanas, que, si bien permanecían ya al margen del magma de la vida, podían ser convocadas por los vivos en forma de recuerdos, de evocaciones, de presentimientos y, por qué no, de emociones que la memoria impulsaba a renacer.
Una sombras que se acoplan como el guante a la mano con la intimidad de nuestro lenguaje, pues tambien es el suyo, y que nada tiene que ver con la presuntuosidad megalómana de los lenguajes públicos y privados, siempre apuntando con su rivalidad perpetua a ese paraíso que nunca acaba de llegar porque no puede hacerlo, ya que en verdad no existió nunca.
Y podía acontecer, mire por donde, el inicio de un nuevo diálogo con los habitantes del Hades, que nos lleve a recordar y a evocar una antigua pregunta alojada en el hueco de nuestra intimidad como un efecto de resonancia de ese ruido ensordecedor que tanto nos atemoriza, fruto de la lucha criminal entre el Estado y el Mercado, ¿por que soy alguien en lugar de nadie, siendo, como parece y compruebo cada día, el ser nadie mas simple y fácil que el ser alguien, emparedado como me encuentro entre aquellas dos hienas histéricas?
Mientras esperamos a que algo acontezca para poder extraer el secreto a todo lo que nos atenaza, los espectros nos pueden ayudar a reflejar nuestros afanes y a conocernos mejor. Herederos de una tradición laicocristiana en la que siempre nos han prometido, y hemos llegado a creer ciegamente en su merecimiento, un lugar paradisíaco, así en el cielo como en la tierra, donde quedarían satisfechos todos nuestros deseos de una vez por todas y para siempre, hemos dejado atrás hasta olvidarla una tradición mas antigua pero mucho mas interesante, el hades griego, el lugar de exilio de las sombras humanas, que, si bien permanecían ya al margen del magma de la vida, podían ser convocadas por los vivos en forma de recuerdos, de evocaciones, de presentimientos y, por qué no, de emociones que la memoria impulsaba a renacer.
Una sombras que se acoplan como el guante a la mano con la intimidad de nuestro lenguaje, pues tambien es el suyo, y que nada tiene que ver con la presuntuosidad megalómana de los lenguajes públicos y privados, siempre apuntando con su rivalidad perpetua a ese paraíso que nunca acaba de llegar porque no puede hacerlo, ya que en verdad no existió nunca.
Y podía acontecer, mire por donde, el inicio de un nuevo diálogo con los habitantes del Hades, que nos lleve a recordar y a evocar una antigua pregunta alojada en el hueco de nuestra intimidad como un efecto de resonancia de ese ruido ensordecedor que tanto nos atemoriza, fruto de la lucha criminal entre el Estado y el Mercado, ¿por que soy alguien en lugar de nadie, siendo, como parece y compruebo cada día, el ser nadie mas simple y fácil que el ser alguien, emparedado como me encuentro entre aquellas dos hienas histéricas?
martes, 21 de febrero de 2012
LA OTRA VERDAD DE LOS GOYA
La presentadora de la Noche de los Goya sacó con sus palabras la imagen a la palestra. Interpeló a los gobernantes de este país y a continuación nombró al señor Sarkozy y la señora Merkel. Fijo así, ante millones de espectadores, el sentimiento de depauperación en el que nos encontramos inmersos.
La Noche de los Goya es cualquier cosa menos un espacio y un tiempo de realidad cotidiana, y Eva Hache será lo que sea menos un busto de los telediarios. Guste mas o menos, esa es otra historia, la Noche de los Goya, como las de todos los festivales de cine, es una Noche de la Ficción. Por eso, si la narradora es competente, como es el caso de este año, justamente ahí es donde, y de forma imprevisible, puede aparecer la verdad.
El ansia de maquillarla, sin embargo, llevará a nuestras marionetas electas en los próximos años a la realización de múltiples operaciones de lifting que nos harán creer que los templos y murallas, que otrora dieron cobijo a nuestros ideales, todavía se mantienen en pie. Nadie va a ahorrar ningún esfuerzo para que eso sea así. Y llegado el momento improrrogable del desengaño, seguiremos con los ideales a la intemperie, deambulando como sonámbulos de una lado para otro tratando de buscar un nuevo lugar de encuentro y de comunicación. Un nuevo cobijo. Pero lo que encontraremos serán los viejos fantasmas apostados a la vuelta del camino. Siempre ha sido en tiempo de catástrofes y de malos augurios, ya que mirar a la verdad de frente no ha sido nunca un atributo que nos haya identificado. Por eso somos tan aficionados a las ficciones aunque parezcan reales, como sucede cada vez mas a menudo. Decimos que nos son útiles para entretenernos, otra mentira. Lo expresemos o no, intuimos que en esas ficciones se encuentra lo que andamos buscando. Y saberlo así..., con eso nos basta.
Con su breve parodia Eva Hache puso el foco allí donde el foco nunca quiere iluminar. Las carcajadas del respetable sellaron con su estruendo una certidumbre inapelable, que no admite otra aproximación que no sea bajo ese palio. Y encima, para regocijo de los cínicos, gano la película "No habrá paz para los malvados".
La Noche de los Goya es cualquier cosa menos un espacio y un tiempo de realidad cotidiana, y Eva Hache será lo que sea menos un busto de los telediarios. Guste mas o menos, esa es otra historia, la Noche de los Goya, como las de todos los festivales de cine, es una Noche de la Ficción. Por eso, si la narradora es competente, como es el caso de este año, justamente ahí es donde, y de forma imprevisible, puede aparecer la verdad.
El ansia de maquillarla, sin embargo, llevará a nuestras marionetas electas en los próximos años a la realización de múltiples operaciones de lifting que nos harán creer que los templos y murallas, que otrora dieron cobijo a nuestros ideales, todavía se mantienen en pie. Nadie va a ahorrar ningún esfuerzo para que eso sea así. Y llegado el momento improrrogable del desengaño, seguiremos con los ideales a la intemperie, deambulando como sonámbulos de una lado para otro tratando de buscar un nuevo lugar de encuentro y de comunicación. Un nuevo cobijo. Pero lo que encontraremos serán los viejos fantasmas apostados a la vuelta del camino. Siempre ha sido en tiempo de catástrofes y de malos augurios, ya que mirar a la verdad de frente no ha sido nunca un atributo que nos haya identificado. Por eso somos tan aficionados a las ficciones aunque parezcan reales, como sucede cada vez mas a menudo. Decimos que nos son útiles para entretenernos, otra mentira. Lo expresemos o no, intuimos que en esas ficciones se encuentra lo que andamos buscando. Y saberlo así..., con eso nos basta.
Con su breve parodia Eva Hache puso el foco allí donde el foco nunca quiere iluminar. Las carcajadas del respetable sellaron con su estruendo una certidumbre inapelable, que no admite otra aproximación que no sea bajo ese palio. Y encima, para regocijo de los cínicos, gano la película "No habrá paz para los malvados".
sábado, 18 de febrero de 2012
LA BATALLA ESTA EN LA RED
Quedarse en casa no es sinónimo de derrota, ni de que no haya que hacer nada. Es la respuesta cabal y que se merece un capital oculto no localizado como el que tenemos ahora. Tras la pancarta y gritando es lo que esperan ellos de nosotros. Y es lo que quieren, saber donde nos encontramos en cada momento. A un capital difuso, gaseoso, evanescente no se puede contraponer un ciudadano explícito, rotundo, gritón, a pecho descubierto. Así la derrota está asegurada. Algo de eso se inició en los primeros compases del 15 M, luego se volvió a lo de siempre. Es un tiempo nuevo y por tanto es un tiempo de catacumbas. Esto ha sido así desde los primeros cristianos. A los movimientos imprevisibles de los capitales debe corresponder, igualmente, una dinámica inopinada e imprecisa de los ciudadanos. Nuestra parte de responsabilidad en lo que pasa radica ahí, nos hemos expuesto demasiado hasta cogerle un gusto casi enfermizo a la exhibición. Hemos hecho una excesiva demostración de nuestra megalomanía, mientras los que realmente mandan han seguido ocultos. Si no guardamos algún secreto, estamos perdidos y en sus manos.
Cuando comenzó todo esto cada nueva reivindicacion suponia un baño de sangre, tal era el temor que los poderosos tenían a que la chusma (según su jerga) lo pudiera ejercer plenamente. Ese toma y daca es el que nos ha acompañado y ha dado alas renovadas a nuestra esperanza (siempre había algo real y nuevo que conquistar, lo cual daba sentido a la cohesión y traspaso intergeneracional) en los avatares que hemos ido viviendo durante los últimos doscientos cincuenta años. Pero yo creo que todo eso se lo va a llevar por delante, en forma de último episodio y epílogo, esta jodida crisis. Al igual que la Primera Guerra Mundial clausuró para siempre el modelo victoriano, y con él a su añeja aristocracia, que habia dominado el mundo hasta entonces. Después de todo, se mire como se mire, ese toma y daca aludido, al ser una fuerza humana en constante movimiento y confrontación, esta sometido a las mismas leyes de desaparición y cambio que las de la física.
La batalla real esta en la Red no en la calle. Y no es un juego de palabras. Tenemos que aprender a introducir elementos de desasoiego en el ámbito del capital virtual, que lo hagan sentirse mosca y no como siempre araña. Y que ese empuje sirva para dibujar metas hasta ahora desconocidas. Lo que más nos confunde es no tener en cuenta que la cultura ha mutado y que es inapropiado seguir reclamando mejoras y excelencias a un modelo que ya no existe. Y, sin embargo, el que realmente existe y crece ni nos interesa ni lo entendemos.
Y, otra cosa, debemos aprender a ser menos felices que lo que nos imaginamos. El control sobre ese desnivel forma parte sustancial de la solución del problema. En fin, lo de la cuenta de la vieja, no le pidamos a la vida lo que no nos puede dar ni a los bancos lo que no podamos pagar.
Cuando comenzó todo esto cada nueva reivindicacion suponia un baño de sangre, tal era el temor que los poderosos tenían a que la chusma (según su jerga) lo pudiera ejercer plenamente. Ese toma y daca es el que nos ha acompañado y ha dado alas renovadas a nuestra esperanza (siempre había algo real y nuevo que conquistar, lo cual daba sentido a la cohesión y traspaso intergeneracional) en los avatares que hemos ido viviendo durante los últimos doscientos cincuenta años. Pero yo creo que todo eso se lo va a llevar por delante, en forma de último episodio y epílogo, esta jodida crisis. Al igual que la Primera Guerra Mundial clausuró para siempre el modelo victoriano, y con él a su añeja aristocracia, que habia dominado el mundo hasta entonces. Después de todo, se mire como se mire, ese toma y daca aludido, al ser una fuerza humana en constante movimiento y confrontación, esta sometido a las mismas leyes de desaparición y cambio que las de la física.
La batalla real esta en la Red no en la calle. Y no es un juego de palabras. Tenemos que aprender a introducir elementos de desasoiego en el ámbito del capital virtual, que lo hagan sentirse mosca y no como siempre araña. Y que ese empuje sirva para dibujar metas hasta ahora desconocidas. Lo que más nos confunde es no tener en cuenta que la cultura ha mutado y que es inapropiado seguir reclamando mejoras y excelencias a un modelo que ya no existe. Y, sin embargo, el que realmente existe y crece ni nos interesa ni lo entendemos.
Y, otra cosa, debemos aprender a ser menos felices que lo que nos imaginamos. El control sobre ese desnivel forma parte sustancial de la solución del problema. En fin, lo de la cuenta de la vieja, no le pidamos a la vida lo que no nos puede dar ni a los bancos lo que no podamos pagar.
jueves, 16 de febrero de 2012
SALIR A LA CALLE O QUEDARSE EN CASA
Conviene hacerse a la idea de que ciertos principios, hasta ahora incuestionables, de la dinámica de toda protesta, conseguir canviar algo y para mejor, pueden llegar a ser devorados por la propia fuerza desatada y sin destino de aquella. De otra manera mas rústica pero mas expresiva, nadie sabe que palacio hay que asaltar para sacar de ahí a quien hay que colgar del palo mas alto en la plaza mayor de la ciudad, como auténtico responsable de la catastrofe que estamos padeciendo. Quedarse en casa, como recomendaba Pascal, puede ser, entonces, la respuesta adecuada. Es una cuestión símbólica, pero es que, aunque no nos demos cuenta, nos movemos y protestamos bajo el paraguas admonitorio de un puñado de símbolos que forman parte sustancial de las luchas y protestas de nuestra tradición emancipadora occidental. Sabemos el como pero ha desaparecido el que y el por que de lo que nos pasa y, sobre todo, que debemos hacer, precisamente el lugar donde anida lo simbolico y significativo. Arde Atenas, sí, pero sus llamas no significan lo mismo que cuando ardió París hace mas de doscientos años, por poner el ejemplo por excelencia. Aparentemente todo se lo come el fuego, pero en París los pirómanos eran también los nuevos arquitectos que se disponían a construir sobre los escombros humeantes. En sus nuevos edificios se aloja todavía nuestro estilo de vida.
Las interrogaciones que vierte sobre esa tradición de la lucha y la protesta una crisis como la actual que, no hay que olvidarlo, no es de la escasez y la pobreza sino de la superabundancia y la estafa, debería obligar a los convocantes a pensar, o desaprender en su caso, toda esa filosofía acumulada, volviendo a diseñar las estrategias con una mirada mas amplia. Cuanto mas ahinco pongan en identificar y señalar a los culpables, mas difusas y vagas (líquidas, queda bien y ayuda a hacer amigos decir esto ahora) se harán después las acciones a llevar a cabo contra ellos. El ruido no es sinónimo de nada, únicamente se representa a sí mismo. Y por muy elevado que sea su volumen lo único que conseguirá con sus vaivenes y ajetreos es mover el foco de atención y constreñir el ojo de la mirada. Si es marca de lo intolerable, sin embargo, el aullido de quien no tiene realmente nada que llevarse a la boca, o de quien padece una inhumana y prolongada injusticia. Pero haber sido estafados por una panda de trileros o timadores no es en absoluto comparable. Es secillamente otra cosa, a la que nadie sabe como enfrentarse. Ni estafadores ni estafados. Y es que el mundo del casino se rige por unas leyes aparte de las que hay aprobadas en lo que comunmente se entiende por vida honorable. Pero sin dar crédito a lo que nos pasa, el caso es que en el casino nos encontramos todavía. Todos. Evidentemente, unos peor que otros. Unos muy mal y otros como si no hubiera pasado nada.
Las interrogaciones que vierte sobre esa tradición de la lucha y la protesta una crisis como la actual que, no hay que olvidarlo, no es de la escasez y la pobreza sino de la superabundancia y la estafa, debería obligar a los convocantes a pensar, o desaprender en su caso, toda esa filosofía acumulada, volviendo a diseñar las estrategias con una mirada mas amplia. Cuanto mas ahinco pongan en identificar y señalar a los culpables, mas difusas y vagas (líquidas, queda bien y ayuda a hacer amigos decir esto ahora) se harán después las acciones a llevar a cabo contra ellos. El ruido no es sinónimo de nada, únicamente se representa a sí mismo. Y por muy elevado que sea su volumen lo único que conseguirá con sus vaivenes y ajetreos es mover el foco de atención y constreñir el ojo de la mirada. Si es marca de lo intolerable, sin embargo, el aullido de quien no tiene realmente nada que llevarse a la boca, o de quien padece una inhumana y prolongada injusticia. Pero haber sido estafados por una panda de trileros o timadores no es en absoluto comparable. Es secillamente otra cosa, a la que nadie sabe como enfrentarse. Ni estafadores ni estafados. Y es que el mundo del casino se rige por unas leyes aparte de las que hay aprobadas en lo que comunmente se entiende por vida honorable. Pero sin dar crédito a lo que nos pasa, el caso es que en el casino nos encontramos todavía. Todos. Evidentemente, unos peor que otros. Unos muy mal y otros como si no hubiera pasado nada.
domingo, 12 de febrero de 2012
LA MALA EDUCACION Y LA INSACIABLE CORRUPCIÓN
Esta vez un amigo, no un colega, es quien me escribe esta nota, que le muestro por si fuera de su interés.
La mala educación y la insaciable corrupción nos va a atar al furgón de cola europea durante lo que queda de siglo. Por lo tanto, gente como tu y como yo no tenemos nada que hacer en este país. Conviene aceptar esto desde ya mismo. Llegado un momento, que suele coincidir entre los cuarenta y los cincuenta, hay que empezar a buscar ese lugar, esa habitación propia, de amplios ventanales abiertos al mundo, pero lo suficientemente gruesos para que no nos afecte el ruido y el olor de su pestilente ambiente.
Sea cual fuere el talento, gente como tu y como yo han existido siempre y cuando llega esa edad nos entra el síndrome de la cabaña. Ese lugar a donde irte con la mujer de tu vida para cumplir con una única misión: escuchar y entender de una vez el mundo. La ciudad, la gran ciudad, de repente, ha dejado de tener sentido para nosotros. Metidos en el seno de sus servidumbres y torbellinos económicos, sociales y políticas ya no nos explica nada. Los amigos y conocidos no son cómo antes, ya que siguen hablando de la misma manera distraidos con mil tareas para ahogar el malestar de estar obligados a tener que decir siempre lo mismo, cuando a nosotros nada mas nos interesa una tarea y sus múltiples formas expresivas. Los familiares, que se puede decir de los familiares, pues que son siempre e indefectiblemente los familiares, con sus liturgias y ritos de siempre, siempre acogedores pero siempre iguales así mismos, porque sino no serian los familiares, y tal. Las hijas, ay las hijas, se van a ir, se están marchando y pronto habrá que llamarles por teléfono a Berlín o a Boston para decirles que cuando vienen a vernos. Y todo eso. A ellas, casi seguro, les molara mas ir a ver a los papis a una cabaña que a la casa de siempre.
Por carácter, biografía o por lo que sea, ha ido creciendo dentro de nosotros un runrún que pide silencio, atención, concentración y tiempo. Un runrún al que se la pela lo contingente del día a día, ya que lo que quiere escuchar es la música y la letra de lo que esta sucediendo desde siempre. A semejante súplica por compartir esa perspectiva afectiva no responderá nada ni nadie de quienes nos rodean. Abandonados a nosotros mismos, solo podremos encontrar consuelo y esperanza de escuchar y ser escuchados en la literatura, el cine, la música, etc... Dentro de la cabaña de grandes ventanales abiertos al mundo, pero de cristales lo suficientemente gruesos....
La mala educación y la insaciable corrupción nos va a atar al furgón de cola europea durante lo que queda de siglo. Por lo tanto, gente como tu y como yo no tenemos nada que hacer en este país. Conviene aceptar esto desde ya mismo. Llegado un momento, que suele coincidir entre los cuarenta y los cincuenta, hay que empezar a buscar ese lugar, esa habitación propia, de amplios ventanales abiertos al mundo, pero lo suficientemente gruesos para que no nos afecte el ruido y el olor de su pestilente ambiente.
Sea cual fuere el talento, gente como tu y como yo han existido siempre y cuando llega esa edad nos entra el síndrome de la cabaña. Ese lugar a donde irte con la mujer de tu vida para cumplir con una única misión: escuchar y entender de una vez el mundo. La ciudad, la gran ciudad, de repente, ha dejado de tener sentido para nosotros. Metidos en el seno de sus servidumbres y torbellinos económicos, sociales y políticas ya no nos explica nada. Los amigos y conocidos no son cómo antes, ya que siguen hablando de la misma manera distraidos con mil tareas para ahogar el malestar de estar obligados a tener que decir siempre lo mismo, cuando a nosotros nada mas nos interesa una tarea y sus múltiples formas expresivas. Los familiares, que se puede decir de los familiares, pues que son siempre e indefectiblemente los familiares, con sus liturgias y ritos de siempre, siempre acogedores pero siempre iguales así mismos, porque sino no serian los familiares, y tal. Las hijas, ay las hijas, se van a ir, se están marchando y pronto habrá que llamarles por teléfono a Berlín o a Boston para decirles que cuando vienen a vernos. Y todo eso. A ellas, casi seguro, les molara mas ir a ver a los papis a una cabaña que a la casa de siempre.
Por carácter, biografía o por lo que sea, ha ido creciendo dentro de nosotros un runrún que pide silencio, atención, concentración y tiempo. Un runrún al que se la pela lo contingente del día a día, ya que lo que quiere escuchar es la música y la letra de lo que esta sucediendo desde siempre. A semejante súplica por compartir esa perspectiva afectiva no responderá nada ni nadie de quienes nos rodean. Abandonados a nosotros mismos, solo podremos encontrar consuelo y esperanza de escuchar y ser escuchados en la literatura, el cine, la música, etc... Dentro de la cabaña de grandes ventanales abiertos al mundo, pero de cristales lo suficientemente gruesos....
jueves, 9 de febrero de 2012
SOBRE LA POBREZA Y TAL
Un colega me envia la imagen de arriba para ilustrar las recomendaciones que ha hecho una autoridad de esas de por ahí a los sin techo, para que no salgan a la calle debido al frio.
La autoridad de marras creo recordar que es política, es decir, de esas que se eligen indistintamente cada cuatros años mediante operaciones de marketing de diferente calidad y confusión, que encubren una misma oferta y en las que no hay metas, ni modelo social y productivo, ni modelo que batalle contra la injusticia, la desigualdad y la corrupción. Solo hay los trazos y los escorzos propios de las operaciones de marketing.
Ls dos preguntas que me he hecho despues de recibir el mensaje apuntan a la autotidad política y al colega. Sobre la primera, me pregunto si es competente para hacer otra cosa que lo que ha dicho. Sobre la actitud del colega, si la viñeta de Quino es una llamada universal a la esperanza o simplemente es su manera personal de estar colgado patéticamente en el recuerdo. Yo creo que la autoridad política es absolutamente incompetente, nada mas hay que ver cada dia las bolsas mundiales. Y no sé, para el colega, que es antes, si la soga de su recuerdo con la que pretende lícitamente salvarse de la catástrofe de una nueva realidad hasta ahora para él desconocida, pero que está en marcha, o al revés, que sea el desconcierto de un presente con todas las fuerzas desatadas chocándose unas contra otras, lo que le proporciona la fuerza para volver hacia un recuerdo, que pretende rescatar del abismo del fin de una época para hacer frente al huracán. El recuerdo serviría así para tirar de la vuelta de la épica o para ahorcar a la lírica.
Sin embargo, la hecatombe actual otorga a los recuerdos como los de Quino un carnet de salubridad insustituible y permanente, que no nos haga olvidar, con los IBEX por las nubes o por las alcantarillas, tanto da, que la pobreza y el hambre siguen siendo la principal y mas vergonzosa causa de muerte en el planeta.
martes, 7 de febrero de 2012
TOSER
No hay quien pueda con los que, dicen, aquejados de irritación en la garganta, se pasan media vida tosiendo y la otra mitad haciendo ímprobos esfuerzos por esquivar sus contumaces accesos de tos. Sencillamente me parecen insufribles. Ademas mienten con saña.
Como habitual usuario del metro me he acostumbrado a los mas extraños mohines y ademanes, que las personas suelen hacer en el trance breve, pero histriónico, de un trayecto de veinte o treinta minutos. Una tabarra que va desde el vulgar urgamiento de las fosas nasales con la intención de llegar a acariciar los mas recóndito del alma, hasta las demoledoras y guiñolescas escenas que producen el cansancio y la escasez de horas de sueño, sin olvidar los soliloquios, miradas lascivas y violicidas, voces megafónicas y otros registros que los humanos llevamos guardados en nuestros adentros.
Con desigual intensidad todas estas escenas las he ido incorporando al paisaje cotidiano que da fondo y cobertura a la rutina de ir de casa al trabajo, del trabajo a casa. Pero a los tosigosos me es imposible darles un papel en semejante ceremonia, ni que fuera fugaz y de relleno. No es de ley que tales adicciones tengamos que soportarlas gente que pagamos regularmente los impuestos. Soy tolerante con el típico carraspeo producido por fumar mucho, o por el añusgamiento imprevisto al tragar la saliva, o de la índole que sea. Pero con lo que soy intransigente es con ese encadenamientos de espasmos, prólogo a vomitar el hígado, que hace mutar a quien los emite en rara especie parecida a un batracio sanguinolento, de ojos desorbitados, baboseaste, resucitado de la noche de los tiempos. Estoy convencido que a partir de la tercera o cuarta convulsión su voluntad es malintencionada y llena de inquina hacia los demás. Son de ese tipo de gente que se crece ante lo insalubre.
En los lugares abiertos es fácil evitar sus impertinencias. En lo cerrados como el cine, el teatro, las iglesias,...el clima de recogimiento cultural o devocional es, aunque cada vez menos, una barrera para tales especímenes. En los autobuses cabe la posibilidad de que aireando al tosigoso se alivie en parte su desfachatez. Es en los trayectos del metro donde encuentra campo abonado para dar rienda suelta a su estética espasmódica. Los anuncios de prohibido toser, colocados en las paredes de los vagones, no existen, ni parece que sea una prioridad de la autoridad competente. No me queda otra solución que ofrecerle, hipócritamente, un caramelo mentolado para que ahogue su podredumbre. O, si soy consecuente, cambiarme de vagón. Aunque es bastante probable que la escena vuelva a repetirse.
Como habitual usuario del metro me he acostumbrado a los mas extraños mohines y ademanes, que las personas suelen hacer en el trance breve, pero histriónico, de un trayecto de veinte o treinta minutos. Una tabarra que va desde el vulgar urgamiento de las fosas nasales con la intención de llegar a acariciar los mas recóndito del alma, hasta las demoledoras y guiñolescas escenas que producen el cansancio y la escasez de horas de sueño, sin olvidar los soliloquios, miradas lascivas y violicidas, voces megafónicas y otros registros que los humanos llevamos guardados en nuestros adentros.
Con desigual intensidad todas estas escenas las he ido incorporando al paisaje cotidiano que da fondo y cobertura a la rutina de ir de casa al trabajo, del trabajo a casa. Pero a los tosigosos me es imposible darles un papel en semejante ceremonia, ni que fuera fugaz y de relleno. No es de ley que tales adicciones tengamos que soportarlas gente que pagamos regularmente los impuestos. Soy tolerante con el típico carraspeo producido por fumar mucho, o por el añusgamiento imprevisto al tragar la saliva, o de la índole que sea. Pero con lo que soy intransigente es con ese encadenamientos de espasmos, prólogo a vomitar el hígado, que hace mutar a quien los emite en rara especie parecida a un batracio sanguinolento, de ojos desorbitados, baboseaste, resucitado de la noche de los tiempos. Estoy convencido que a partir de la tercera o cuarta convulsión su voluntad es malintencionada y llena de inquina hacia los demás. Son de ese tipo de gente que se crece ante lo insalubre.
En los lugares abiertos es fácil evitar sus impertinencias. En lo cerrados como el cine, el teatro, las iglesias,...el clima de recogimiento cultural o devocional es, aunque cada vez menos, una barrera para tales especímenes. En los autobuses cabe la posibilidad de que aireando al tosigoso se alivie en parte su desfachatez. Es en los trayectos del metro donde encuentra campo abonado para dar rienda suelta a su estética espasmódica. Los anuncios de prohibido toser, colocados en las paredes de los vagones, no existen, ni parece que sea una prioridad de la autoridad competente. No me queda otra solución que ofrecerle, hipócritamente, un caramelo mentolado para que ahogue su podredumbre. O, si soy consecuente, cambiarme de vagón. Aunque es bastante probable que la escena vuelva a repetirse.
domingo, 5 de febrero de 2012
TENGO UNA PREGUNTA PARA MI
Un buen comienzo es importante para reiniciar una nueva forma de vida. Fuera nada ha cambiado, gente que va y viene, gente que conoce a gente, gente que habla de esto y de lo otro. Pero si quiero contar a alguien por donde quiero que vaya mi nueva vida, y que me escuche, sé que la competencia será muy dura. Tendré que captar su atención desde el principio, cuanto antes mejor, para que no me deje plantado o con la boca abierta. A parte de esto, que sirve para cualquier tipo de comienzo, sobre todo de esos a los que por aquí estoy acostumbrado, he de saber encontrarme con gente que me pida un importante grado de responsabilidad, también desde el principio.
Tener otros intereses, variados y variopintos, incluso folclóricos, viendo hasta donde se llegan con ellos, pienso que no es suficiente. Si quiero comenzar de nuevo de verdad, como a los animales peligrosos, debo tener ese tipo de intereses razonablemente amordazados. Que me ayuden en mi nueva vida, pero que no me molesten ni molesten a mis nuevos aliados. La responsabilidad compartida tiene tales exigencias. ¿Como se hace eso? Atención y concentración son facultades que debo tener a punto antes de comenzar de nuevo. De hecho es donde debo concentrar todo mi esfuerzo. No debo esperar con los brazos cruzados a ver que es, o quien es el que va a contar en mi nueva vida. Si he decidido que cuente, debo estar atento y activo a lo que me cuenta y a lo que yo quiero contarle desde el momento en que se haga presente.
¿Que pueden querer de mi esa gente con la que pienso que debo encontrarme si quiero salir de donde me encuentro? Si estoy atento y soy responsable con el compromiso adquirido, rápidamente me daré cuenta de que me estarán señalando su punto de vista (y no otro) y la distancia que debo tener con ellos (y no otra). Me estarán comenzando a definir, en definitiva, la propuesta de un campo de acción (y no otro) donde se desarrollará el tiempo que contará y nos contará en nuestra actividad conjunta. Es fácil imaginar el trabajo que me corresponde.
Como en cualquier actividad responsable comenzar de nuevo así es un trabajo que requiere un cierto calentamiento previo, lo cual significa tener el cuerpo y el alma en las mejores condiciones posibles para esa experiencia. Tiempo habrá para la alegría o la decepción. Pero no es necesario entusiasmarme ni decepcionarme antes de tiempo. Los seres humanos siempre ocultamos, la mayoría de las veces sin saberlo, algo poderoso y desconocido para nosotros mismos, que puede surgir debido a los retos a que nos obliga tener que tratar con lo nuevo, o con lo que estaba ahí pero no lo habíamos visto nunca, que es en definitiva lo que es lo nuevo. Todo junto requiere, repito, atención, concentración, tiempo y paciencia. Eso no quiere decir que el acuerdo de responsabilidad signifique fidelidad a cualquier precio, ni que no pueda, ni deba, romper con lo que creía que me iba abrir nuevos horizontes.
Tener otros intereses, variados y variopintos, incluso folclóricos, viendo hasta donde se llegan con ellos, pienso que no es suficiente. Si quiero comenzar de nuevo de verdad, como a los animales peligrosos, debo tener ese tipo de intereses razonablemente amordazados. Que me ayuden en mi nueva vida, pero que no me molesten ni molesten a mis nuevos aliados. La responsabilidad compartida tiene tales exigencias. ¿Como se hace eso? Atención y concentración son facultades que debo tener a punto antes de comenzar de nuevo. De hecho es donde debo concentrar todo mi esfuerzo. No debo esperar con los brazos cruzados a ver que es, o quien es el que va a contar en mi nueva vida. Si he decidido que cuente, debo estar atento y activo a lo que me cuenta y a lo que yo quiero contarle desde el momento en que se haga presente.
¿Que pueden querer de mi esa gente con la que pienso que debo encontrarme si quiero salir de donde me encuentro? Si estoy atento y soy responsable con el compromiso adquirido, rápidamente me daré cuenta de que me estarán señalando su punto de vista (y no otro) y la distancia que debo tener con ellos (y no otra). Me estarán comenzando a definir, en definitiva, la propuesta de un campo de acción (y no otro) donde se desarrollará el tiempo que contará y nos contará en nuestra actividad conjunta. Es fácil imaginar el trabajo que me corresponde.
Como en cualquier actividad responsable comenzar de nuevo así es un trabajo que requiere un cierto calentamiento previo, lo cual significa tener el cuerpo y el alma en las mejores condiciones posibles para esa experiencia. Tiempo habrá para la alegría o la decepción. Pero no es necesario entusiasmarme ni decepcionarme antes de tiempo. Los seres humanos siempre ocultamos, la mayoría de las veces sin saberlo, algo poderoso y desconocido para nosotros mismos, que puede surgir debido a los retos a que nos obliga tener que tratar con lo nuevo, o con lo que estaba ahí pero no lo habíamos visto nunca, que es en definitiva lo que es lo nuevo. Todo junto requiere, repito, atención, concentración, tiempo y paciencia. Eso no quiere decir que el acuerdo de responsabilidad signifique fidelidad a cualquier precio, ni que no pueda, ni deba, romper con lo que creía que me iba abrir nuevos horizontes.
miércoles, 1 de febrero de 2012
DE COMO LA VERDAD SE CONVIRTIÓ EN UN TANQUE O UN MISIL
La codicia de los respondones, esos que tienen respuesta para todo y todo lo quieren para ellos; esos que aunque no tengan la respuesta hoy no ceden porque estan convencidos de que la pueden tener mañana o pasado mañana o pasado pasado mañana o que si no la llegan a tener ellos, tienen una fe ciega en que personas afines mas inteligentes (¡!) estan a su búsqueda y captura, y mas pronto que tarde la encontrarán y se la servirán a ellos a domicilio y en bandeja de plata; esos a los que te diriges en actitud y aptitud interrogativa no porque no tenga otra cosa que hacer o porque me guste la chachára en plan suelta tu rollo que ahora suelto yo el mio y tal y tal, en plan monólogos paralelos que no llegan a encontrarse ni en el infinito, sino porque sabiendo de la importancia que tiene el diálogo entre las personas (porque he aprendido lo difícil que es encontrar su función precisa en la literatura o el cine) es conveniente que los dialogantes adopten aquellas actitudes desde el principio, única manera de que los dos acaben de dialogar con su inteligencia y su dignidad intactas, no aniquilándoselas uno al otro o el otro al uno con los disparos despiadados de sus respuestas, que poseen así el mismo efecto devastador que los mejores tanques o misiles, o llegado el caso la fuerza disuasoria del arma nuclear; esos y solo esos son los que se han apropiado del trozo mas apetecible del botín de la verdad dejando las sobras a lo que llaman las aves de rapiña, que desposeidas por ellos de toda verdad en su propio territorio merodean como pordiososeros con su manera de decir y contar, entreverada de interrogantes, dudas e incertezas, buscando algo para llevarse a la andorga de su intimidad donde, al cabo, acaban por alojar su particular forma de comunicarse con el mundo.
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