En una cena entre amigos y conocidos (ahora no me acuerdo cual era la exacta proporción entre unos y otros), uno de los comensales en un momento en que la conversación había subido el tono existencial y, por tanto, se aproximaba el momento en el que había que decantarse sobre el asunto y todo lo demás, dijo: mirad, no os comáis mas el coco, la vida solo es, en el mas largo y completo de los casos, nacer, crecer, reproducirse, envejecer y morir. Nada más. De repente, me dio la impresión de que la realidad había dejado de concernirle o lo hacía al nivel que lo puede hacer a un perro su existencia. Y tu, ¿por que no ladras en lugar de hablar? No se lo dije, pero me quede con todas las ganas del mundo regurgitandome en el cerebro. Hay mucha gente, demasiada gente, que en las reuniones sociales tiene una rara habilidad para neutralizar, o ningunear, situaciones como esta, en las que parecen, al fin, diluirse todas esas convenciones hechas de querellas estériles y expectativas ilusorias, mediante las que evitamos tratar con lo que tiene de penetrable y misterioso la realidad, efrentandonos, así, a la perspectiva que ello genera. Surfistas sobre la cresta de la ola que mejor los balancea, creo que es un buena frase con que bautizarlos.
Fue el (conocido, ahora me acuerdo, era un recién conocido que me acababa de presentar uno de mis amigos), quien, al hilo de las disquisiciones sobre la vida y sus misterios, nos había puesto a todos, minutos antes y gracias a los bucles por donde derivan estas charlas sociales, al borde del abismo existencial al confesar, sin remilgos y con toda franqueza, que en la visita que había hecho hacia una semana al museo Marmottan de Paris no pudo evitar, una vez mas, que se le saltasen las lagrimas delante de uno los cuadros de la pintora impresionista Berthe Morisot.
Si superando todas las trabas educacionales que hemos padecido, y padecen, pensadas para que la vida educativa tenga el efecto de un erial sobre el alma de los educandos en cuestiones de investigación y creatividad, fue capaz el llorón de emocionarse delante del cuadro de la Morisot y, ademas, decirlo, ¿a cuento de que se puso a ladrar en los tramos siguientes de aquella reunión? ¿Nos vio a todos los asistentes miembros de la especie canina?
Aunque dejaban ver su fácil emotividad, aquellas lagrimas me colocaron, muy a pesar de su dueño, en un territorio nada habitual, en el que me sentía concernido infinitamente mas que en el que delimitaba la cena organizada alrededor de la mesa. Sin pretenderlo, vistos así, los cuadros de la Morisot me colocaron ante esas interrogaciones que, por imperativos sociales, nos vemos obligados a repudiar siempre. Yo le hubiera preguntado, sin dilación, el por que se le saltaban las lagrimas. No por hacer chanza ni porque me parezca la mejor manera de ver un cuadro, sino porque me sugerían una veneración primordial semireligiosa, que intuyo siempre anda danzando en nuestro interior en lucha constante contra el estupor que nos produce la vida, contra su precariedad y el limite de nuestros destinos. Se me ocurrió, así, una forma elegante de no clausurar y seguir por los caminos existenciales a que nos había llevado la conversación. Pero no tuve tiempo. Le dio por ladrar y ya todo fue, hasta los brindis, a cara de perro.
Que quiere que le diga. Lo difícil de todas las proclamas cargadas de buenas intenciones es que se den las condiciones sociales de su cumplimiento. Pierda ya toda esperanza. Para sobrevivir al año que viene deje de exigir respuestas y soluciones y aupese al carro de las interrogaciones. No es lo propio de los perros, pero si de los seres como nosotros, tallados a base de razón y de lenguaje. En verdad somos unos ignorantes, por mucha información a la que tengamos acceso. Y dada las fechas me disculpara que me ponga pomposo, la felicidad, si es algo, es una actitud interrogativa ante la realidad.