Hay películas, novelas, cuadros, sinfonías, en fin, obras de arte, que son testimonios de la eternidad, de lo perdurable, de lo que no cambia nunca. Las hay, sin embargo, que son testimonios de la actualidad, del instante. Y con su presencia ayudan a llenar su vacío. Para saber cuando una obra de arte es perdurable tiene que pasar tiempo, el tiempo de su actualidad. Dejar de ser actual, es decir, dejar de estar sometida a los imperativos del instante y de lo efímero, es una condición irreductible para saber si es algo mas que una pieza de entretenimiento o de información, con lo cual no entro a valorar su calidad, o no, que va por otro camino. Una obra actual puede ser de calidad, pero tal atributo no nos da pistas de su perdurabilidad. Da cuerpo y sentido a un ranking de actualidad, en competición con otras piezas actuales.
¿Y que le importa todo eso a un espectador o lector de hoy, que vive instalado en la mismidad de su presente? ¿Que le importa, podrá decir, el posible testimonio de la eternidad de una obra que disfruta, o no, hoy, si no va a estar allí cuando eso se produzca? Me atrevería a responderle de manera poco periodística o histórica, con una convicción que creo haber mencionado en alguna otra ocasión: los seres humanos no estamos hechos y necesitados solo de actualidad, por muy evidente que parezca, y por mas que sea eso el santo y seña de la industria mediatica y todos sus terminales, sino que escondemos algo poderoso y desconocido bajo el nombre de practica y experiencia de las artes. Es solo una sospecha y, me temo, que indemostrable (de forma periodística o histórica, claro esta), pero con suficiente fuerza para entender la vigencia que tienen entre nosotros, de repente, practicas y experiencias artísticas que fueron actuales hace ya muchos años o siglos. No es necesario que le diga nombres. Y no me refiero a las que están inducidas por la propia industria mediática. Léase esas exposiciones de autores mundialmente conocidos con sus interminables colas. Estoy hablando de practicas y experiencia artística, no de marketing. Lo cual no quiere decir que a través del marketing no se pueda acceder a la practica y la experiencia artística.
Todo lo anterior viene a cuento, porque mientras vi la peli de Hansen-Love "Le pere de mes enfants" me di cuenta, de forma inusual, de que estaba asistiendo a una experiencia exclusiva de actualidad. Una mas. Con su intensidad y anhelo de complejidad, con la voluntad firme por parte de su autora de hacer bien su trabajo, todo lo cual, sin embargo, no me saco del campo de acción y tiempo narrativo propio de tantos productos artísticos actuales, que hablan de lo mismo de parecida manera. Ese algo poderoso y desconocido, que dije antes, no apareció en ningún momento. Y existe, porque lo he sentido y experimentado.
Se me podrá argüir, con razón, que esas experiencias son muy personales y que con los medios tecnológicos actuales pueden quedar satisfechas de inmediato, sin esperar a que nadie me las programe. La cuestión no es desmentir esos razonamientos, sino de intentar dilucidar que es lo que los sostienen. Y sin son de índole actual o eternos. Y que significa eso. Entre los testimonios de la actualidad (imperiosos y apabullantes en su dominación) y los de la eternidad (silenciosos y fatalmente destinados a estar recluidos en los rincones oscuros de su desolada intimidad) tiene que haber un lugar común, visible y compartible, de encuentro. Y no me refiero solamente a las practicas y experiencias artísticas. Igualmente pasa con la vida. No estaría mal que, por una vez, aquellas ayudaran a esta a curar la indigestión que padece, debido al atracón de actualidad que se esta metiendo.