En la semana que hoy comienza, una vez mas, el continente europeo se la juega a una sola partida entre lo real y la ficción. Entre la dolorosa realidad de miles de seres humanos sin trabajo y sin nada que inventar ya; el altísimo paro juvenil en todas partes adquiere, incomprensiblemente, un carácter irreal, puesto que lo real sería una revuelta total o un enfrentamiento abierto a sangre y fuego. Y la incertidumbre que producen, cada hora, la subida de las bolsas, las quitas soberanas, la alteración de las calificaciones de las agencias de rating, la teatralizacion de cumbres, mini cumbres, reuniones bilaterales y soliloquios de toda geometría y condición.
¿Estamos ante nuevas formas de esclavitud, que justifican una nueva forma de Guerra civil europea, entre el norte rico y el sur pobre? ¿Entre los que tienen trabajo fijo y los que han perdido toda esperanza de tener, al menos, uno precario? ¿Entre los que gustan del trabajo bien hecho y organizado y los que trabajan en plan chapuza y a trompicones? ¿Entre los ahorradores y los despilfarradores? ¿Entre los de herencia protestante y los de herencia católica? ¿Entre los que llegan ahora y los que ya están aquí, pero que, igualmente, llegaron en otros ahoras pasados de los que parece no quieren acordarse? Desde el Cromañon todos somos irreductiblemente emigrantes. En fin, ¿entre los partidarios de la Unión y los que no, al menos, así unidos?
No se hacia donde vamos. Y si lo hacemos en busca del bien común, del interés publico o del interés general, que no son lo mismo, o, sin mas, vamos a la deriva. Ni si seguimos creyendo, o no, que la utilidad para la mayoría haga las decisiones mas adecuadas. O que el bien del individuo deba coincidir siempre con el de los estados. O que la mayoría, por el mero hecho de serlo, tenga siempre la razón. O que la razón haya de constituir el único argumento para la toma de decisiones. Pero si se que nuestro futuro, como ciudadanos europeos, depende de como resolvamos todos estos entuertos, que representan las líneas visibles e invisibles que cruzan toda Europa como recuerdo y rastro de nuestros sueños incompatibles.
Y también se, lo que paso hace 150 años en el continente norteamericano, igualmente sometido a las tensiones atávicas de siempre, pero de difícil control con métodos que no fuesen, igualmente, los de siempre. Le dejo algunas muestras, que pueden ser de interés para nuestra actualidad continental, del primer discurso de investidura del presidente Abraham Lincoln, pronunciado delante del Capitolio de Washington, el 4 de marzo de 1861. Conviene no olvidar que sobre la convivencia de los ciudadanos europeos actuales pesa como una losa, aunque no siempre nos demos cuenta, el fantasma de la mas horrible de las guerras habidas en nuestro continente: la Segunda Guerra Mundial. Y que en su discurso el presidente Lincoln ya advirtió del probable advenimiento de la peor guerra que ha sufrido el continente norteamericano: la Guerra de Secesión Americana.
Ciudadanos de los Estados Unidos:
Cumpliendo con una costumbre tan antigua como el gobierno mismo, me presento a vosotros para dirigidos la palabra y prestar el juramento prescrito por la Constitución de los Estados Unidos antes de tomar posesión del cargo de presidente (...).
Al prestar el juramento que me impone mi cargo, es mi animo observar estrictamente la Constitución y las leyes, y mientras yo no recomiende otras nuevas al Congreso, creo que será mejor para todos conformarnos y regirnos por aquellas normas legales que no han sido anuladas.
Setenta y dos años hace que tomo posesión el primer presidente bajo nuestra Constitución nacional; durante este periodo, quince presidentes distintos, todos ciudadanos tan distinguidos como ilustres, han representado al poder ejecutivo del Gobierno a través de muchos peligros, pero siempre con feliz éxito; y a pesar de esto, y con tales precedentes, entro en el desempeño de mis elevadas funciones con tanta desconfianza como temor de que me falten las fuerzas necesarias en la situación presente.
La separación con que sueñan algunos estados de la Unión, que no era hasta hace algún tiempo mas que una simple amenaza, es ahora, según parece, un plan resuelto (...).
Que haya personas en un punto u otro que tratan de disolver la Unión a toda costa y que buscan un pretexto para hacerlo, es cosa que ni afirmo ni niego; si existen en realidad esas personas, no es necesario que yo les dirija la palabra. Pero esto no quita que hable a los verdaderos amantes de la Unión.
Antes de entrar a discutir un tan grave asunto como lo es el de la destrucción de nuestro sistema, con todos sus beneficios, recuerdos y esperanzas, ¿no seria prudente averiguar por que lo hacemos? ¿Quien se atrevería a dar un paso tan osado mientras los males que nos aquejan no sean reales y verdaderos, mientras no tengamos la seguridad de que al huir de unos no nos afligirán otros peores? (...).
Una parte de nuestros país cree que la esclavitud es conveniente, y que es preciso extenderla, mientras que la otra opina que es un mal y debe suprimirse; y he aquí el gran caballo de batalla que da origen a tantas disensiones, a pesar de que la ley relativa a los esclavos fugitivos y la referente a la supresión del trafico de negros están hoy en vigor, como todos saben.
Físicamente hablando, no podemos separarnos; no podemos aislar nuestras respectivas partes sin levantar entre ellas una barrera inexpugnable; un marido y su mujer están en el derecho de divorciarse, alejandose después uno del otro, pero las diferentes partes de la Unión no pueden hacer esto; deben permanecer unidas y continuar sus relaciones, ya sean estas amistosas u hostiles. ¿Será posible que estas relaciones sean mas ventajosas o satisfactorias después de la separación que antes? ¿Podrán los extraños hacer tratados mejor que los amigos de las leyes? ¿Podrán observarse mejor aquellos que estas? Suponed que se va a la guerra; la lucha no ha de ser eterna, y cuando después de grandes perdidas por ambas partes sin conseguir beneficio alguno cese la contienda, todo serán dificultades respecto a la conducta que se deba observar (...).
En nuestras actuales disensiones, ¿queréis decirme si hay alguno que crea que no este de su parte la razón? Si el que rige los destinos del país favoreciese al Norte o al Sur, la razón y la justicia resplandecerían por el juicio de este gran tribunal que se llama pueblo americano.
Mientras que el pueblo vigile y sea virtuoso, ninguna administración, por mala que sea, podrá perjudicar gravemente al gobierno ni al país en el corto espacio de cuatros años.
Compatriotas: os recomiendo con el mayor encarecimiento que meditéis tranquilamente sobre este punto; nada se pierde por exceso de reflexión. Una resolución precipitada, que la mayor parte de las veces produce fatales consecuencias, no se hubiera tomado ciertamente pensando antes con serenidad; y si es preciso, nada se pierde con reflexionar dos veces, rectificando lo que pida el buen sentido.
Si se admitiera que vosotros los que estáis descontentos del gobierno tenéis toda la razón , aún en este caso no habría motivo fundado para precipitados.
La inteligencia, la religión y una firme confianza en ese Dios tan poderoso que siempre dispenso sus favores a este país, es todo cuanto necesitamos para resolver satisfactoriamente nuestras diferencias. Y a vosotros, los que estáis descontentos, permitidme que os diga que solo de vosotros depende la paz o la guerra civil.
No habrá conflictos sin que seáis vosotros los agresores; no existe ningún precepto divino ni humano que os autorice a destruir el gobierno, en tanto que yo soy estoy obligado por juramento solemne, según el cual debo preservarlo, protegerlo y defenderlo.
Voy a concluir: no somos enemigos ni debemos serlo; aunque algunos se hayan dejado dominar en un momento por la cólera, no por esto se deben desatar los amistosos lazos que nos unen para el bien común.