miércoles, 7 de diciembre de 2011

LA SOBERBIA

Contra todo pronostico - creímos que la democracia nos iba a hacer mejores - la soberbia, que era una cosa exclusiva de los poderosos y el peor de todos sus pecados, se ha extendido a todas las capas sociales. Se ha democratizado. Así hemos descubierto que ese patético fantoche en que nos convierte sale del movimiento pendular con el que se mueve nuestra existencia, el que oscila desde nuestra necesidad de sentirnos superiores hasta nuestra conciencia de ser inferiores. Y vuelta a empezar.

Aniquilados todos lo ámbitos de respeto, la soberbia se ha hecho dueña del cotarro social, intelectual y político, dando lugar a una de las épocas mas esperpenticas jamás conocidas, justo en el momento en el que mas humildad se necesita. No ya solo para salir del monumental lío económico en que nos encontramos metidos, sino para entenderlo en el mundo en que nos ha tocado vivir, que es la mejor de hacerlo, aprendiendo de paso a no volver a cometer los mismos errores.

El ser humano puede hacer lo que quiera, pero no puede querer lo que quiera (Werner Heisenberg). Aquí nos teníamos que haber parado, pero no lo hicimos. Mal hecho. Dudar un solo instante de nuestra omnipotencia, nos hace creer que nos disolveremos como el hielo frente al sol. Aunque sigan cayendo fuera de nuestro control, los ámbitos de respeto tradicionales (la vejez, la muerte, la sabiduría, el amor, la belleza, el silencio, el sentido,...), son pasto de nuestra voluntad de poder transformar todo lo que miramos y tocamos. ¿En que? En un circo permanente de espectáculos, donde hacer valer nuestras cualidades de superioridad. Ocultando de paso la fragilidad a la que tanto tememos.

Nos teníamos que habernos parado cuando la frase de Heisenberg, porque nos señalaba una línea roja. No una frontera, como al parecer creímos. Las fronteras son para superarlas, las líneas rojas son para detenerse. Las fronteras estimulan el espíritu guerrero de conquista. Las líneas rojas el del ciudadano, que sabe lo que no se debe hacer nunca, aunque pueda. La frase de Heisenberg nos indica que podemos ir hasta los confines de nuestro universo y de otros universos, pero también la estela de oscuridad y sombra que ese hipotético viaje deja a su paso. De otra manera, la ciencia y la técnica han hecho el mundo exterior mas pequeño y asequible, pero el interior mas misterioso y oscuro. O también, la brecha entre nuestros conocimientos y nuestra ignorancia se hace cada vez mas grande, y a favor de esta ultima. Pero la necesidad de esa convicción de omnipotencia, sin la que el contubernio científico-militar-financiero se paralizaría y ya no podría seguir siendo posible, nos obliga a pasar por encima de cualquier línea roja, creyendo, estúpidamente, que todavía son fronteras. Haciendo desaparecer así todo ámbito de respeto, el único lugar que nos puede dar una medida cabal de quienes somos y que hacemos, y hacia donde vamos. En el único donde, humildemente, podemos encontrar el sentido de nuestras vidas.

Al no ser así, todo deviene, entonces, en forma de caricatura. Si se fija con atención, estamos rodeados de payasos sin fronteras (no me refiero, claro esta, a los abnegados miembros de la ONG homónima). La forma de expresión idónea en un mundo dominado por sus seres mas desvalidos, que siguen empeñados en la patética pretensión de imponer su irreductible omnipotencia.