¡Que poco dura la felicidad en casa del nuevo rico! ¿Y en la de la lozana juventud?, ya no queda ni su natural petulancia. Han pasado treinta años de subvenciones, ambición voraz, juegos de trileros y fíjese como hemos dejado el vergel en el que creíamos ibamos a disfrutar de placeres eternos, como un desierto. Y las teles de las autoridades: publicidad, publicidad y publicidad. Que ha dado el siguiente método de aprendizaje: si es que llego a pensar algo, que mas da decirlo o no, pago mis impuestos para que me digan lo que piensan ustedes.
Hubo un tiempo de sangre, moscas y barro. Pero nuestro carpe diem, pensaron los que empezaron a vivir de nuestros impuestos, se merecia un semblante mas alegre, imaginativo, tolerante y juguetón. Europa creyó, sin embargo, en la severidad y rigor que deberian haber producido tantos años de dolor y privaciones. Y abrió el grifo, pero nunca dejo de enseñarnos lo que iba registrando la calculadora. Pero nosotros solo nos fijamos en el grifo. Hubo entonces muchos malentendidos. Así se hiceron dueñas del cotarro la inconsistencia y la improvisación. Y al final nos quedamos sin visión. Sin ninguna visión. Al cabo, se acabó el sueño y empezó la pesadilla.
Los sacrificios van a ser descomunales y las reformas deben apuntar en la misma direccion para que aquellos no sean estériles. Pero allá a lo lejos, en las aulas de las escuelas, nadie se atreve a decir a los mas pequeños que el recreo se ha acabado. En el desierto, ni siquiera queda valor y fortaleza para eso.