martes, 3 de enero de 2012

THE ARTIST, de Michel Hazanavicius


LA PUREZA DE LA INGENUA SENCILLEZ

Que la evolución del cine ha estado determinada, en la centuria larga que tiene de existencia, por los avatares, a su vez, de la evolución tecnológica es algo, al día de hoy, bastante aceptado por la mayoría del personal que tiene tratos con el llamado séptimo arte. Tanto es así que me pregunto si, al cabo de estos cien años, lo que llamamos cine y que domina el cotarro de su industria asociada no sea únicamente eso. Lo otro, eso que no se porque le llaman cine independiente, es lo que sobrevive como las especies al borde de la extinción. Cualquier día nos levantamos y ya no está.

Cuando vi anunciada la película de Michel Hazanavicius lo primero que me vino a la cabeza fue las carreras o exhibiciones de coches antiguos. De repente, igual que se ha puesto de moda organizar carreras, o paseos, de seiscientos o hispanos suizos o fords o porches de hace medio siglo o setenta años, a la peña le va a entrar la fiebre de filmar en mudo. Sobre todo si a “The artist” le dan el Oscar y tal. Como mola.

Pero después de verla, lo que me vino fueron las preguntas en cascada. ¿Por qué desapareció el cine mudo de las carteleras y de los festivales? Porque llegó el sonoro, es la respuesta que he oído siempre. De las palabras, porque llegó el sonido de las palabras, su sintaxis, su música y todo eso. Esto nunca se añadía a lo de porque llegó el sonoro. ¿Pero el cine no es el arte de la imagen en movimiento? ¿Qué pintan las palabras en este invento? Entonces, ¿los hermanos Lumiere no proyectaron su primera peli en 3D porque esta técnica no se había inventado todavía? Pero eso de que si ahora no existe ya existirá mañana, ¿no es propio del pensamiento científico y su fe indestructible en el progreso lineal y previsible? ¿Es que el corazón de los cineastas, y de los demás trabajadores de la imagen, no ha sido, ni es, el lugar primordial de donde nacen los sueños, como siempre nos han enseñado, sino el laboratorio en donde se ponían, y se ponen, a prueba los prototipos mecánicos y tecnológicos del futuro? Ahora caigo, ¿por qué el capitalismo cinematográfico tenía que ser mas honesto que el financiero a la hora de manejar sus activos? ¿Por qué la prima de riesgo iba a ser de peor calaña y mas nociva que una peli o una serie de TV? Si todo depende de la celeridad y oportunidad con que nos las vendan. Si todas son de usar y tirar a la espera del último invento tecnológico que las haga mas atractivas de nuevo. ¿A que hemos venido llamando sueños en los últimos cien años? ¿Son de la misma materia y factura que las hipotecas basura? ¿Son los mismos, o intercambiables, sus fabricantes? Sus pecados sin duda: todo lo nuevo aniquila a lo viejo, porque es mejor y mas necesario. ¡Qúe passsa! ¿Qué hay que hacer para que “el maquista de la general” emocione a un chaval de ahora, lo mismo que me emociona a mi y lo mismo que emocionó a mi padre, que fue quien me enseñó a emocionarme? ¿Qué tienen que decir a esto los productores, los distribuidores y los exhibidores? No sigo. Fatalmente todas esta preguntas se han quedado sin respuesta para siempre.

El tiempo artístico y el de los sueños no tiene nada que ver con el tiempo histórico, que es el mismo que el de la actualidad periodística y el tecnológico, y el mismo que el del entretenimiento, esa agónica necesidad que surge entre el tiempo de trabajo alienante y el del ocio estéril. La industria del cine, contemporánea de la física cuántica, supo esto desde el principio. Nació como espectáculo en una barraca, a la espera de que llegara el 3D en las salas multigalácticas. Todo lo de la monserga de los sueños se ha reducido a esa espera. Ya ve.

No se trata de tecnología si o tecnología no, y toda esa discusión estéril. Es su imperiosa y excluyente celeridad aplicativa, inasimilable por el tempo y el ritmo propio de la creatividad humana, que es constante e inmutable desde las cavernas. Los ferraris son una obra de arte y las carreras de fórmula uno son el mejor relato deportivo que existe actualmente. Pero me taladran el cerebro el ruido diario de tantos coches en la ciudad. Es así y no me resulta contradictorio.

El sabio Yuang Tsi, hace dos milenios y medio, lo explicaba de otra manera en clave de fábula. Le dejo muestra.

“Cuando Tsi Gung andaba por la región al norte del río Han, econtró a un viejo atareado en su huerto. Había excavado unos hoyos para recoger el agua del riego. Iba a la fuente y volvía cargado con un cubo de agua, que vertía en el hoyo. Así, cansándose mucho, sacaba escaso provecho de su labor.
Tsi Gung habló: hay un artefacto con el que se pueden regar cien hoyos en un día. Con poca fatiga se hace mucho. ¿Por qué no lo empleas? Levantóse el hortelano, le vio y dijo: ¿cómo es ese artefacto?
Tsi Gung habló: se hace con un palo un palanca, con un contrapeso a un extremo. Con ella se puede sacar agua del pozo con toda facilidad. Se le llama cigoñal.
El viejo, mientras su rostro se llenaba de cólera, dijo con una risotada: he oído decir a mi maestro que cuando uno usa una máquina, hace todos su trabajo maquinalmente, y al fin su corazón se convierte en máquina. Y quien tiene en el pecho una máquina por corazón, pierde la pureza de su sencillez. Quien ha perdido la pureza de su simplicidad está aquejado de incertidumbre en el mando de sus actos. La incertidumbre en el mando de los actos no es compatible con la verdedera cordura. No es que yo no conozca las cosas de que tú hablas, pero me daría vergüenza usarlas.”

Con este espíritu salí de ver The Artist. A ese es a quien interpela y quiere a su lado su director. Ese es su valor de uso y su oportunidad en este momento, tío oscar a parte. ¿Que hubiera sido de nosotros como espectadores, si el cine mudo hubiese continuado su existencia al lado del sonoro? ¿Y el blanco y negro al lado del color? Mas preguntas sin respuesta. Pero si sé que la películas de Chaplin, de Keaton, de Laurel, de Hardy, de Lloyd, de Valentino, de Eisenstein y de tantos otros, me devuelven, cada vez que las veo, ese sentimiento perdido de pureza que transmite su ingenua sencillez. No confundir con simplicidad. O lo que es lo mismo: me dan la posibilidad de darle una nueva oportunidad a mi segunda inocencia. La misma que reclamaba Machado para su mundo en llamas.

Si no queremos acabar todos locos, es perentorio recuperar este sentimiento en el cine, porque lo es igualmente necesario en la vida. El mundo en que vivimos se ha desquiciado, aunque a unos los atontoline y los empobrezca más que a otros. No soy capaz de imaginarme nada en 3D que sea útil para mi vida, lo mismo que no me imagino en Marte, o fuera de esta galaxia. En esto también hay un límite, mas allá del cual cualquier forma de imaginación se hace inhumana. Imaginar en 3D solo les resulta posible y, sobre todo, rentable a los de Lehman Brothers y sus cuates. El dinero si tiene esa ilimitada ductilidad imaginaria. Por eso saca tajada lo mismo en un secarral que un vergel. Con las armas mas letales que con las ideas mas hermosas. Pero eso no quiere decir que le haga igualmente bien a la necesidad de entretenerse que buscan con desespero los damnificados por sus fechorías. A ésa lo que le hace falta es desprenderse de las dos maldiciones temporales que la emparedan. Repito, el trabajo alienante y el ocio estéril. Y ahí, el 3D y Lehman Brothers no pintan un carajo.