Aun faltaba mas de una hora para la solemne ceremonia y ya se respiraba el aire fundacional que la precedía. Las caras de los asistentes estaban todas ordenadas con trazos de optimismo y de éxito. El desorden de algunos detalles a ultima hora, sin embargo, se resistía a desaparecer, lo que apuntillaba con su presencia el buen hacer de los organizadores.
Las autoridades municipales habían diagnosticado que la mala salud de mi barrio se debía a la falta de unas entrañas como dios manda. Sanas y saludables. Así que habían decidido hacer llegar el metro hasta el epicentro mismo del mismo. No se porque les dio por ese tono organicista, el caso es calo ente el vecindario.
La mala voluntad que tuvieron las personas y sus cosas al asentarse en el barrio, era para mi explicación mas que suficiente de lo que nos había venido ocurriendo. Pero todo lo pasado daba ya igual. Los mas viejos soñaban esperanzados con volver a recuperar la felicidad que presidio su juventud en sus pueblos de origen. Los mas pequeños se habían imaginado, en los preparativos que estuvieron trabajando en la escuela, una invasión marciana en toda regla que, inopinadamente vendría del subsuelo. Agarrados con las dos manos a un bocata de salchichón, cantaban las consignas aprendidas para la representación. Un grupo de jóvenes se reafirmaban con sus guitarras en su convicción: el rock tiene sustancia de alcantarilla. Algunos matrimonios se hacían oír, mediante una pancarta, diciendo que por fin no llegarían tarde al trabajo. Los de una asociación de meditación, que habían abierto un local hacia dos años, hacían su propaganda entregando unas hojas sueltas, donde avisaban que con la llegada del metro los peligros no desaparecían ya que el diablo y el daño estaban por todos los sitios, no solo en las entrañas.
Así, al compás de creencias y ensoñaciones, fuimos descendiendo en riguroso orden por cada una de las dos bocas que habían abierto. A mi lo que aquello me parecía, descendiendo allí abajo, era del mismo efecto que una lavativa puesta a un organismo estreñido, por seguir el run run de la municipalidad. Luego ocupamos el lugar que nos habían asignado, sin dejar de hablar o murmurar en voz alta. Al cabo de un rato, el alcalde rodeado de sus municipes hizo su aparición. Antes de empezar a hablar, observo detenidamente a sus vecinos y acercándose al que tenia mas a mano le dijo que no poseían tan mal aspecto como le habían dicho. Señor, son los preludios de esta inauguración tan esperada que han hecho los milagros del mejor afeite imaginable, le respondió con tono solemne como si lo hubiera ensayado para el caso. El alcalde le río lo que el considero un gesto del buen humor de sus administrados y saco un papel del bolsillo derecho de su chaqueta. Antes de concluir su breve discurso, miro al techo y se fijo en una telaraña que había entre dos tubos fluorescentes, sin ajustar la luz todavía. Luego, entre vítores y ovaciones, se acerco al del afeite y lleno de satisfacción lo invito a tomar una copa, y seguir hablando del bienestar y la felicidad de los barrios periféricos. Al salir a la superficie, un niño algo sucio le pidió que lo invitara a un helado en el kiosco de enfrente.