viernes, 13 de enero de 2012

SOMEWHERE, de Sofia Coppola


CUANDO EL YO HACE AGUAS: SE AHOGA

¿Qué puede pasar cuando el Yo Gorgo y Depredador, única respuesta que hemos sabido dar a la insistente ausencia de Dios desde hace ya mas de cien años, se empieza a resquebrajar? Diferentes e inopinadas calamidades. La primera, la soledad cósmica. ¿Hay alguien por ahí? Nadie que no sea el Yo gritón y otros muchos yoes gritones haciéndose la misma pregunta. La segunda, que todo ese griterío sale de la intuición, no siempre con perfiles visibles y comunicables, de que no le vale con la suprevivencia como los gatos, y que, por tanto, algo tendrá que poner encima, o debajo, o dentro, de ese trajín diario en que se encuentra inmerso. La tercera, que todo el empeño que ha puesto en acotar el mundo que le pertenece y hacerlo distinto del de los demás ha sido inútil. Bien, lo ha construido pero ha condición de empezar a volverse loco y enfermo. Fue un punto de vista que aceptó como un éxito mientras no le hizo daño, pero era justo el sufrimiento lo que habia tratado de evitar al protegerse de los demás con su forma de vida. Y, lo peor, no acaba de entender si ese daño viene de afuera o se lo ha producido él mismo con su empecinado aislamiento.

No se si han de ser esos, y tantos, los minutos de quietud y de estravagancia de la cámara delante del rostro y del cuerpo atormentados del protagonista todo lo que hay que esperar para que salga lo que de verdad lo esta matando. Pero si consiguen transmitir una falta de causalidad inquietante, y esa sensación de que eso que le pasa a él en sus adentros es lo que ha pasado siempre, pase lo que pase afuera donde poderosos, expertos y moscones de toda laya y condición no paran de emitir diagnósticos y recetas de aliño. Todo lo cual coloca al prota y al espectador donde nada mas cabe agarrar y tocar, y sentir, y agarrar y tocar, y sentir.

Minutos y, también, algo de entrenamiento. Sea como fuere, el caso es que las escenas con su hija a la que no dejó de acariciar y besar, y la escena final cuando deja de tocar la caja de cambios y el volante del ferrari, y tocando con su pies el rustico asfalto de una carretera secundaria comienza a caminar sin destino, valieron para que su alma asomara la cabeza y dijera, de espalda para que no se le notara: sí, aquí hay alguien. Yo y otro.