Una visión y una necesidad se entrecruzan permanentemente en nuestra existencia sin que seamos capaces de inventar un espacio donde darles acomodo y sosiego. Y que, de paso, nos permita mantener a raya a los reptiles de la indignidad y la hipocresía. No queremos aceptar que el mundo se vuelve intolerable por el ferviente deseo de pertenecer a el de la forma que sea, incluyendo las abyectas, lo cual nos produce heridas y culpas incicatrizables. Es por ello que aspiremos al perdón de nuestros semejantes, lo que sirve para que crezca en nosotros sin parar una doble moral. Por un lado, el poder manejar de manera abstracta un repertorio de actitudes para salvar a la humanidad en general, y, por otro, tener las manos libres para hacer en nuestra vida cotidiana lo que nos pete. Una doble moral que es una forma de consuelo y también de perversión. Consolarse a costa de pervertirse no me parece a mi que nos lleve a ninguna parte interesante.
Bastaría con instalarse en una actitud mas interrogativa para empezar a ver y a sentir las cosas de otra manera. Bastaría con fijarse mas, mediante ese aprender a convivir con las preguntas, en el ámbito de nuestra intimidad y saber diferenciarlo así del ámbito de la propiedad privada y del espectáculo de lo publico. Territorios estos últimos suficientemente manoseados en su incesante conchabeo, para que quepa alguna posibilidad de sacarles otros provechos que los ya por todos conocidos. No sería mal comienzo para poder atajar el problema de la mala conciencia que nos paraliza: lo que decimos que hacemos no consigue mitigar la evidencia de lo que hacemos.
Y es que lo que siempre ocultan la endiablada y corrupta complicidad entre lo publico y lo privado es el sentir propio de lo intimo. Ahogar la posibilidad de que eso que verdaderamente nos pasa sea contado. La mala conciencia es, entonces, una válvula de escape de esa forma de asfixia. La falta de aire no solo nos ahoga sino que también nos confunde, nos distrae, y todo ello hace que nuestras mejores intenciones en el trato con el mundo se vean atrapadas entre dos de los vicios mas letales que padece, como consecuencia, la comunicación humana: hacer todo lo posible para que al hablar o escribir los demás nunca nos entiendan y solo saber pensar y contar sobre aquello que no nos preocupa.
Si la mala conciencia es la manera de tratar con un mundo atrapado entre los intereses, cada vez mas oscuros e incontrolables, que entrelazan lo privado y lo publico, la intimidad es la manera de contar la vida, de darse cuenta y de tener en cuenta la vida, nuestra vida y su singular y precario destino. Y eso solo es posible aprenderlo a través de los grandes personajes de ficción que la representan. Ellos no nos hablan de sus pertenencias ni de sus chanchullos, sino de como se sienten así mismos. Nos comunican misteriosamente su intimidad, y ni la violan ni la ensucian. Pocos huecos mas, creo yo, le quedan a la causa antropológica donde poder refugiarse. Ese y dejar de mirar, y mirarse, a través de la ventana de la televisión. Esa roña que producen los verdaderos corsarios. Páselo.