martes, 19 de julio de 2011

CAMINO A LA PERDICIÓN, de Sam Mendes


MENTIRA HISTÓRICA, VERDAD DE FICCIÓN

Tal vez convenga recordar que ni todas las sociedades ni todas las personas ni muchos momentos de nuestra existencia viven atrapados dentro de lo que conocemos como curso de la historia o tiempo histórico. Ese imperativo de la razón que únicamente es demostrable cuando es medible, es decir, cuando es contante y sonante produciendo beneficios inmediatos. Cuando lo que mueve el afán del corredor histórico son impulsos oscuros y silenciosos, tales como la avaricia, la incompetencia, la ambición, el miedo, el odio, la falta de coraje, el amor, etc., esa razón tiende a hacerse inoperativa. Y de nada vale investigar para sacar su secreto a la luz, siempre quedará oculto. Lo que ocurre es que intuimos que lo que ahí se encuentra es algo poderoso que nunca podremos conocer del todo, eso que llamamos la verdad, e insistimos, insistimos. Solo así se puede entender que novelas, pelis, cuadros, sinfonías, etc, creadas mucho antes de que nosotros inaugurásemos, al nacer, nuestro tiempo histórico, nos sigan conmoviendo como si hubieran sido creadas hoy mismo. Y, al contrario, obras creadas hoy mismo nos parecen tan insulsas como si hubieran sido creadas muchos años antes de que naciéramos. Todo ello nos puede parecer, a simple vista del tiempo histórico, inverosímil, pero yo pienso que es algo permanente, es decir, verdadero, dentro del ámbito creativo.

Camino a la perdición, ¿es una de gansters?, me preguntó un espectador poco antes de comenzar la proyección de la película. No, le respondí. Es la historia que cuenta el narrador, cuando tenía doce años, sobre como descubrió quien era su padre, un tipo que tenía un trabajo peligroso en la empresa donde trabajaba, en el invierno de 1931. Un trabajo peligroso para que tu tengas cada día algo que comer en el plato, le respondió su madre cuando el niño quiso saber a que se dedicaba. De eso va la peli, de querer saber cuando no se sabe casi nada. Quiero decir, cuando la vida adulta llama a la puerta de la vida infantil para anunciar que esa vida de despreocupación se acaba y empieza otra llena de amenazas y preocupaciones. El niño quiere saber y su curiosidad le hace darse de bruces contra el oficio de su padre en plena faena rutinaria: un sicario a sueldo del jefe de la mafia local asesinando a alguien que sobraba. La peli esta contada desde la intensidad y profundidad de los sentimientos del niño, mirando de frente a la inmensidad del mar, lugar donde los convoca y donde convoca al espectador para que lo acompañe. Escenas frente al mar que abren y cierran significativamente el relato. La peli cuenta la inauguración de forma abrupta de la conciencia adulta dentro de un cuerpo infantil. Entendiendo por conciencia adulta esa presencia apabullante y oscura, que a través de su bruma podemos distinguir lo mismo la vida de un grupo de mafiosos de la época de Al Capone en Chicago, como los tejemanejes de las corporaciones político-mediatico-financieras de hoy, aquí mismo.

A uno y otro lado de la ley, que mas da, tengan mucho poder o ninguno, los hombres y mujeres presentamos siempre a nuestras familias, mientras podemos, como la mejor garantía pública de nuestra honorabilidad. Sabemos que es mentira, pero reconocer lo contrario, como no pagar la deuda, sería mucho peor. ¿Cómo y cuando habrán descubierto los pequeños de cada familia quienes son en verdad sus padres? ¿en qué trabajan? ¿De que manera los habrá afectado? La peli de Sam Mendes responde a esas preguntas, señalando con la cámara, sin aspavientos, allá donde ocurren las cosas de las que nadie habla en las familias, a pesar de que ocupan el centro neurálgico de las mismas.

Digan lo que digan los demás sobre nuestros padres, como dice el narrador de Camino a la perdición, mi padre será siempre, y únicamente, mi padre. Lo cual creo que es bueno para la mentira del tiempo histórico y para la verdad del tiempo de ficción. Mentira y verdad que así continúan su inestimable trabajo de colaboración. Y que dure.

sábado, 16 de julio de 2011

LOS MERCADOS Y NOSOTROS

Distingamos a los mercados de quienes, sabiendo lo que son los mercados, que lugar ocupan y quienes son sus capitostes, se pasan el día tocandose la entrepierna. Distingamos, también, a quienes, sabiendo lo importante que es el cariño, gastan todo su tiempo únicamente en traer dinero a casa. Distingamos y relacionemos a ambos grupos humanos.

Delante de tal asociación la razón con la que hasta ahora hemos venido interpretando el mundo ha quedado definitivamente derrotada. Cuanto antes lo aceptemos, antes comenzaremos a terminar con esta agonía.

Los gigantes y los dragones en la Edad Media, no eran diferentes a los especuladores y los políticos en la nuestra. Son frutos de nuestra imaginación, maneras con las que tratamos de combatir o protegernos de nuestro miedo ancestral al desconocimiento de la realidad exterior y de nosotros mismos. Existen en tanto en cuanto nosotros los imaginamos así. Si frente a los gigantes y dragones nuestros antepasados inventaron su héroes, a nosotros nos toca hacer lo mismo. La diferencia estriba en que ellos no distinguían entre ficción y realidad, par ellos era un todo donde pasaba todo lo que que era importante que pasase. Nada era literal. A nosotros nos dio por separar la ficción de la realidad, creyendo a pies juntillas que son dos entidades que no se tocan. La una para ganar pasta, la otra para distraerse del
cansancio que produce ganar pasta. Y así no damos crédito a lo que nos está pasando, porque nos parece cosa de ficción que todo dependa del estrés de los mercados. Y lo que creíamos que era nuestra realidad contante y sonante ha quedado hecha añicos. ¿Quienes somos? ¿Donde estamos? ¿A donde vamos? Y todo lo demás. Otra vez esa murga.

Nosotros los modernos, que siempre nos creímos esa tabarra de que íbamos a cambiar el mundo de tal manera que no lo reconociera ni la madre que lo pario, ¿vamos a ser aniquilados sin que sepamos por quien? ¿Nos van a llevar al patíbulo los mismos a quien votamos? Los antiguos se avergonzarían de nosotros si levantaran la cabeza. A ellos nunca se les ocurriría estar trajinado con los mismos gigantes y dragones, construyendo siempre el mismos relato. Sin embargo, nosotros somos incapaces de tener el dinero en otro sitio que no sea un banco y votamos y volvemos a votar a los mismos cabezas de lista o a alguno de su cuadrilla. Contra todo pronostico pereceremos pues de involucion, de atraso, mientras nuestros gigantes y dragones, ya fuera del control de nuestra imaginación, alcanzaran las mas altas cotas de prosperidad. Solo falta saber si la muerte será seca, por falta liquidez, por inanición. O lo será por ignorancia y quietud general.

jueves, 14 de julio de 2011

CRÓNICAS DE YORKSHIRE 4

LOS PÁRAMOS DE HAWORTH

Darse una vuelta por los páramos es meterse de lleno donde ocurrió todo. Donde sigue ocurriendo todo el universo de los Bronte, y de forma significativamente abrumadora todo el universo de Emily Brönte, a quien le dedicaré esta entrega y, si la cosa sigue teniendo cuerda, las siguientes. Hasta donde me llegue el aliento. Vacaciones mediante.

En la paramera de Haworth no hay nada especial que se pueda contar Y que pueda tener algun tipo de aliciente para el gentío. Ese tipo de entretenimiento es incompatible con lo que allí habita. A ninguna cadena de TV se le ocurría ir a estos lugares a filmar un documental sobre este tipo de naturaleza pensando en la audiencia. El director quedaría fulminantemente despedido antes de acabar su proyección. Unicamente los japos son capaces de llevar a cabo tal odisea, porque saben de lo que estan hablando, ya que antes saben lo que han leido, cuando se adentran en los páramos. Los carteles indicadores, escritos también con la tipografia de su idioma, así lo atestiguan a todo lo largo y ancho del recorrido.

A la paramera de Haworth hay que entrar, para que me entienda, “colocao”. Pasa lo mismo que ponerse delante del muro de las lamentaciones, epítome incuestionable de la ciudad de Jerusalen. O en la catedral de sant Denis, al norte de París. O en los lugares bendecidos por las fuerzas interiores de los hombres y mujeres, que antes por allí pasaron y dejaron su huella invisible, que no deja de ser una presencia y una fuerza en el destino humano. Si el viajero no va bien limpo y leido, exento de excrecencias inútiles, el itinerario puede suponer un auténtico latazo.

Antes de ser una escritora de reconocimiento mundial (Virginia Woolf la adoraba), Emily Brönte fue una niña preciosa. Y como todos los niños pequeños, que están creciendo, incapaz de poner orden en sus propios sentimientos. Esa doble tensión que se refuerza durante bastantes años, cuanto mas creces mas lio tienes en la cabeza, en el caso de Emily Brönte estuvo firmemente condicionada, desde que llegó a Haworth con dos años, por la presencia de los páramos como lugar de arraigo y representación. Los páramos no solo estaban ahí, como algo pictórico, desde el principio la imaginación de Emily los sintió como un conjunto de fuerzas en constante colisión unas con otras. Y lo seres humanos, en medio de ese enfrentamiento perpetuo, de nada vale que nos queramos mantener al margen como unos comodones espectadores, estamos fatalmente en medio de la batalla. Somos carne de cañon de una lucha en la que tenemos pocas posibilidades de salir triunfantes. Nuestras fuerzas rara vez estan a la altura de las que, sin darnos cuenta, nos rodean. Es conocida su pasión por la tormentas en medio de los páramos, ese desatado concierto de rayos y truenos que la fascinaba, no entendiendo el miedo que producía en alguno de sus familiares o criadas.

Así, pensaba, la naturaleza encabritada mostraba su auténtica manera de ser, su verdadero poderío incontestable. Ese fue el escenario que eligió, desde que bien pequeña empezó a escribir junto con sus hermanas y hermano, para el desarrollo de sus dramas y aventuras humanas. Y lo hizo siempre sin perder la pureza de su simplicidad, evitando así verse aquejada por la incertidumbre en el mando de sus actos. Simplicidad en el alma que no quiere decir en la mirada. Lo que vivio y sintió, y luego escribió, es difícil que para un lector exigente pueda ser catalogado de sencillo. Emily Brönte fue un alma reservada, no tímida.

martes, 12 de julio de 2011

SECRETOS DEL TALLER

"El derecho a la propiedad era, en la antigüedad, el derecho al secreto del taller, en tanto que el derecho moderno atañe a la propiedad intelectual, es decir, a la propiedad privada de las ideas o incluso de las ocurrencias" Felix de Azúa.

El concepto de Artesanía tuvo su momento de esplendor en una época en la que se alcanzo el mayor y mas fructífero equilibrio conocido entre las tres fuerzas que nos constituyen. La de nuestra razón contable y emocional, la de la naturaleza y la divina o celestial. Imaginación Humana, Naturaleza y Dios alcanzaron en esos siglos renacentistas la distancia perfecta entre ellos, para que cada cual pudiera disponer de un espacio donde maniobrar, influyendo sobre los otros sin molestar. Ser Artesano en ese mundo nombraba el sentimiento exacto que permitía poder relacionarse con lo que era superior a los hombres: la Naturaleza visible y cognoscible, y el Dios misterioso e inabarcable. Coordenadas cabales donde se desenvolvía lo que se era y lo que se podía llegar a ser. Ser Artesano resumía cabalmente dos atributos, humanos muy humanos, la vanidad y la humildad. Fue, también, la mejor manera de poner el dique de contención contra los excesos y los adelantamientos apresurados, sin que se resintieran las nobles aspiraciones de la superación y el logro personal. Ser artesano comportaba el aprendizaje lento y sostenido, lo que suponía empezar desde abajo, sin posibilidades de avasallar.

Todo lo que vino a continuación, digamos, hasta la SGAE, ha sido un intento paulatino por parte del eslabón mas débil de ese equilibrio de gigantes de subvertir el equilibrio conseguido en ese primer humanismo renacentista. Un monstruo con dos cabeza ha sido el artífice de semejante ruptura: el tecnocrata y el artista. La razón contable se comió a la emocional produciendo en la imaginación una metástasis sin parangón, que la ha llevado al máximo estadio de la megalomanía. Dominada la naturaleza, muerta la figura de Dios, ella era la única reina del cotarro. Podía hacer lo que quisiera y como no tenia miedo a estrellarse con ningún obstáculo, es lo que ha venido haciendo hasta ahora. La Artisticidad, la mejor obra de ingeniería de esa imaginación monstruosa y embravecida, ya sin rivales, iba a dar lustre y dinero a cualquiera que pasara por allí.

Fulanito puede ser un cero a la izquierda. Lo curioso es que si se le inocula, vía subvención o compadreo, la variable Artisticidad, ese Fulanito se transforma en otra cosa: por ejemplo, se transforma en escritor; acaso en escritor incomprendido, en genio, en escritor maldito, perseguido, ninguneado, contestatario, alternativo... Lo que sea, pero en cualquier caso escritor. Y desde ese momento ya no importa tanto su obra, leída pieza a pieza y compartida por los lectores en espacios creados a tal fin, como la cotización de su figura literaria en el mercado de la Artisticidad en la que ha sido admitido. Lo que importa es la masa ruidosa de seguidores del escritor, no lo que haya dado de si la lectura atenta y responsable de cada lector silencioso. Queda claro que lo que vale para la lectura vale también para las otras formas de creación.

Si queremos seguir viviendo en este planeta, nos conviene volver a ser artesanos, cada uno en nuestro oficio, dejando de poner en manos de especialistas sobrevenidos nuestra potencialidad creativa. Pasando de la largo de las bolsas de cotización artística. Recuperando su significado, que no es otro que el antiguo secreto del taller o el incansable compromiso con las preguntas que nos haga receptivos a experimentar la fuerza completa de su increíble misterio. Creamos o no en dios, lo cierto es que el hombre ha sido incapaz de ocupar su sitio como había imaginado febrilmente. Montando, a cambio, dos guerras mundiales que han dejado mas cien millones de muertos y hecha añicos la naturaleza. A lo que no es ajeno, como dice Werner Heisenberg, el Arte Moderno consecuencia de nuestra peligrosa transformación del pensamiento en esta época supertecnica. Ese vacío divino, o su relleno coyuntural, nos estarán mirando siempre. Y por si se nos había olvidado quien parte el bacalao, la naturaleza ruge cuando le peta y se lleva por delante a unos cuantos miles de japos mediante una ola gorda. Como cuando entonces, perdonadas nuestra vanidad y arrogancia, dios o su ausencia y la naturaleza siguen ahí esperando a que volvamos a ocupar el lugar que abandonamos.

Tenemos una corta vida con su correspondiente experiencia. Lo que nos permite acumular un puñado de palabras, imágenes y sonidos. No la sigamos cagando. Como los antiguos humanistas, volvamos a poner la imaginación delante de lo que es mas grande que nosotros y nos supera. Compartamos con los otros, sin alharacas, lo que valga la pena ser compartido, creando los espacios adecuados para hacerlo posible. Poniendo ahí lo que uno quiere llegar a saber, siempre por delante de lo que cree que sabe. Así nos daremos cuenta de que no todo se vuelve nuevo porque se convierta en digital.Y como decía Aristoteles, no sigamos llamando vida a la podredumbre.

lunes, 11 de julio de 2011

NOMBRE

Aquella mañana de lunes mojaba un croissant en una taza grande de cafe con leche con inusitada parsimonia. Era una mañana mas y, también, la ultima.

Hacia tiempo que, sin saber muy bien por que, me acuciaba la necesidad de olvidar mi nombre. Y después cambiarlo por otro. Esta fue la primera crisis de mi vida. Acababa de cumplir los cuarenta. Siempre he afrontado los desajustes existenciales con la solvencia que me inculcaron en la adolescencia los educares que me tocaron en suerte. Pero, indudablemente, lo que aquellos no pudieron prever fue la influencia tan determinante que iba a tener sobre mi futuro mi propio nombre. Siempre oculte tal disconformidad y el malestar que me provocaba, mostrando un rostro sereno y una vocación inequívocamente triunfadora. Muchas veces he pensado, a lo largo de estos años, que lo de cambiarme el nombre no fuera otra cosa que una manía estética, una mas de las muchas que han ido invadiendo mi vida. Otras, en fin, también he pensado que no fuera fruto de los momentos duros de aburrimiento. No se. Lo cierto era que aquella primera mañana de semana iba a ser, como ya he dicho, la ultima con esa horrible etiqueta encima.

Había acabado con mi matrimonio y no quería saber nada de mis hijos. También me fui de la empresa donde había cosechado mis éxitos profesionales y borre del mobil todos los teléfonos de mis amigos. Apartado, de incógnito, en un lugar de la montaña, estuve imaginando durante bastantes semanas alguna solución al lío en que me había metido mi radical intolerancia a seguir llamandome como siempre. Mas que cambiar, llegue a la conclusión, que lo que necesitaba era intercambiar mi nombre con otro. Eso me eximria de seguir confundido entre otros. Asi pude concentrar todas mis energías hacia ese nuevo horizonte.

Repase con exhaustividad la idoneidad de los lugares que mejor facilitarían el trueque nominal que deseaba. Desdeñe lo cines, teatros o grandes concentraciones de motivo deportivo o musical, por tener todos un estimulo superior a mi sencilla aspiración. Lo que necesitaba eran aglomeraciones humanas en situación estática, con una motivación casi inapreciable, que fomentara la vacuidad de la mente y la desgana de los rostros. Comprobé, después de no pocas cavilaciones, que tales características solo las reunían los vagones del metro a primeras horas de la mañana, cualquier día laborable. Mejor los lunes.

Después de pagar el cafe y el croissant, baje las escaleras de la estación de metro que estaba al lado. Espere unos cinco minutos y me subí a un vagón lo suficientemente lleno como para no tener que forzar el acercamiento entre los cuerpos. No me demore mucho y me dirigí a la persona que por azar se había colocado enfrente de mi. Se llamaba como yo. Igualmente el segundo y el tercero a quienes me dirigí. Cuando el cuarto me hizo saber también que era mi tocayo, sentí una punzada de perplejidad que me impulso a abandonar el tren.

Intente lo mismo en otros trenes y en otras líneas de trenes, siempre con idéntico resultado. Mi nombre, empece a sospechar, que pudiera ser universal. El nombre de todos los hombres, lo cual me impedía toda posibilidad de intercambio. Y, por tanto, de superación de mi crisis. Cercado por el descubrimiento de tal circulo infernal, empece a caminar por la ciudad sin rumbo fijo. Solo me atreví a maldecir a mis antiguos educadores, por haberme convencido de que era un tipo diferente.

domingo, 10 de julio de 2011

LA HORA DEL LECTOR

Al parecer cierran el programa de Emilo Lozano, la hora del lector. En su lugar quieren poner algo que hable de literatura, pero que sea más visual. El otro día oí en que iba a consistir idea tan relumbrante. Mejor que se lo cuente, lo dejo a cargo de su imaginación. No se como todavía nos aguantan en el club de los que leen mucho y además lo hacen con sentido, que coincide, cabalmente, con los que dirigen el cotarro europeo. Y es que saber leer con sentido y saber dirigir con fundamento son dos saberes que se buscan y se acaban encontrando. Ya que saber leer es saber mirar mas allá de lo obvio, asignatura que debería ser de obligado cumplimiento desde los seis años. En el mundo, digamos, de los que no saben hacer ni una cosa ni la otra, basta con tener la palabrería a punto para encauzar los odios y el resentimiento del gentío.

Saber leer mecánicamente es infinitamente mas sencillo que pilotar un transbordador espacial de la NASA. Por la misma razón que es más fácil manejarse en el ámbito del propio barrio que hacer un viaje hasta Marte o fuera de nuestra galaxia. Sin embargo, la lectura que proponía Lozano en su programa tenía mucho que ver con la comprensión oculta del sentido de la vida, no con la dimensión y diseño de los trayectos que se puedan organizar sobre su superficie. Dicho de otra manera, Ulises no pudo ira mas allá del Mar Egeo, pero cuando volvió a casa tenía la cabeza llena de los mismos fantasmas e incertidumbres que un astronauta, que haya aterrizado después de viajar a los últimos confines del universo. Solo los distinguirán la palabras que sean capaces de dar forma a sus experiencias. Para eso vale la literatura y las palabras dentro de ella. ¿De donde viene esa tenaz lucha por continuar viviendo, sino es de la necesidad de seguir nombrando?

La hora del lector de Emilio Lozano era la hora de la palabras, únicamente de la palabras, no de las imágenes, que para eso ocupan las veintitrés restantes del día. No se a que viene esta obsesión inquisitorial. Todas las palabras me parecen a mi una lata, salvo las que digo yo, supongo que habrá pensado el baranda que ha tomado la decisión de quitar de en medio al periodista mallorquín. Y si ha sido así, es porque hay mucha gente que piensa lo mismo. No olvidemos que el nivel máximo de interacción verbal en Facebook es precisamente el botón de “me gusta”. ¿A donde vamos con este murmullo? No al deseable e inquietante silencio humano, sino al gruñido primordial y único de los animales.

Mal, muy mal van las cosas cuando hay que repetir lo obvio. Las palabras son lo único que tenemos los humanos en cuanto humanos. Y una imagen no es que valga mas que mil palabras, sino lo que sea capaz de transmitir como tal imagen o conjunto de imágenes, estáticas o en movimiento, que para poder hacerse inteligibles entre los humanos mas allá del consabido me gusta o no me gusta, mire usted por donde, tendrá que ser mediante el uso adecuado de las palabras. Para eso somos la única especie que habla. Y que piensa. Y nuestra forma de pensar va ligada indisolublemente al lenguaje de las palabras. Y del mismo modo que nuestra vida busca ansiosamente el molde arquetípico de los acontecimientos las palabras habladas buscan el molde de las palabras escritas. Para eso valen las horas que le dedicamos a la lectura, para descifrar lo que ocultan las segundas, y llenar así la insuficiencia de las primeras.

Pero llevamos demasiado tiempo confundiendo eslóganes con ideas, la comunicación con la imagen y la imagen con la cosmética. Y el resultado natural de esa cadena de despropósitos es que confían la dirigencia de la televisión a los creadores de imagen. Me dirá que el tiempo lo cura todo, cierto. Pero no todo lo arregla. Y ademas estamos en tiempo de descuento.

jueves, 7 de julio de 2011

CRÓNICAS DE YORKSHIRE 3


LA RECTORIA DE HAWORTH

Antes de lanzarme a los páramos fue obligada la visita a la rectoria del reverendo Brönte. Como ya dije en la anterior entrega llegó allí con su numerosa familia el 20 de abril de 1820, y no lo hizo como propietario de la plaza que venía a ocupar. Contra su voluntad y deseo, dependía de la iglesia de Bradford, ciudad situada a unos veinticinco kms. Esa dependecia suponía que debía entregar todo el dinero que recaudaba a cuenta de la generosidad de sus fieles. Trago amargo del que no puedo desprenderse durante el resto de su vida, que concluyó en 1861, y que le obligó a sufrir siempre la amenaza de la pobreza sobre él y toda su familia.

Quiero volver a insistir que el viaje venia a ser el colofón de un trabajo previo - primero había leido las obras de las hermanas Bronte, algunas de sus biografías, y después he visto las pelis que se han hecho sobre ellas – que tiene su justificación en el hecho de comprobar, como en toda obra literaria, la existencia de otros mundos en el que vivimos. Y lo que me parece más determinante, la importancia de lo oscuro y lo incognoscible en nuestars vidas literales. Eso que se conoce como la doble visión de la realidad. La vida y la obra de Emily Brönte y sus hermanas, y hermano, es un campo de exploración inestimable para llevar a cabo tales averiguaciones.

La importancia de la rectoría reside, en que era el lugar donde aquella familia de talentos artísticos recapitulaba y ponía nombre a lo que antes habían imaginado en sus largas excursiones por los páramos, donde todo aparecía inombrable o, a medida que se fueron haciendo mayores, en sus escasas salidas de Haworth a estudiar o ganarse la vida. En cualquier caso, la vuelta a la rectoría era un acontecimiento de primer orden para sus vidas, que parecían volver a empezar, renovadas, en cada retorno de algún miembro de la familia que hubiera estado largo tiempo ausente. En este sentido la rectoria tiene un significado sagrado, totémico, que aunque ha sufrido las inevitables modificaciones desde entonces, conserva en lo fundamental la misma estructura de antaño. La importancia de la rectoria tiene que ver con que sus fachadas, paredes y habitaciones, así como el pequeño jardín que la separa del cementerio, son testigos de una poderosa historia de amor, que ha llegado hasta nosotros a través de las obras de sus moradoras.

Una historia de amor que se podría resumir en algo aparentemente obvio: un largo y heredado proceso de adaptación al medio. Donde la verdad, el bien y la belleza consisten en que todo sea igual así mismo por los siglos de los siglos. Es decir, que gracias a Dios nada cambie. Es la apariencia que los que vivimos en entornos urbanos nos gusta que sea la verdad verdadera de los que viven en los ámbitos rurales. Aunque me podrá objetar que ahora las cosas han cambiado. Claro que sí, siempre y cuando el cambio consista en que los pueblos sean mas urbanos cada vez que los visitamos, salpimentados con ese toque de tradición que le esponjan el alma a tantos capitalinos de fin de semana.

Folclorismos y turisteos aparte, lo que ocurre es que no es habitual que en los ámbitos rurales se puedan desarrollar talentos literarios de la talla de Emily Brönte, homologable a cualquier primera figura de la historia de la literatura universal que usted quiera poner sobre la mesa. Esta concepción del amor como algo medioambiental, nada de impulsos ni brotes volcánicos por el calor repentino del asfalto, tiene su sede memorística o ministerio mundial en la rectoria de Haworth. Para acabar de comprender el sentido de esta forma de amar, y de las fuerzas que es capaz de convocar, hay que comenzar por poner lo pies en sus frías baldosas de piedra, subir y bajar la escalera que comunica los dos pisos que la constituyen, echar un ojo a las habitaciones poniendo mucha atencion sobre los objetos que algún dia fueron suyos, mirar de frente el pequeño jardín y, a su través, el cementerio y la iglesia. Para a continuación, agachando la cabeza dar la espalda a todo eso y enfilar el largo camino ascendente hacia los grandes páramos, llenos de brezo.

martes, 5 de julio de 2011

FUEGO AMIGO

En una país de confesos y convictos chorizos institucionales, que todavía siguen durmiendo cada noche en su cama al lado de su santa esposa, lo de menos es discutir ahora si bajarse es robar. Lo importante es que después del estallido de la burbuja inmobiliaria, con el lío de la SGAE ha saltado por los aires la burbuja cultural. Y van dos. Que todavía no lo haya hecho la burbuja política, cómplice necesaria y enmarañada con las otras hasta los zancajos, debe ser porque la señora Merkel ha dicho que primero hay que pagar lo que se debe, sino queremos salir de la Unión Europea y pedir hora para entrar en la Unión Africana. En esas estamos.

Ajenos por completo a una tradición cultural europea de la búsqueda de la verdad. Únicamente educados en el gatillo fácil de la respuesta tipo aquí te pillo aquí te mato. Y tu más, y tal y tal. Nos va costar entender, ahora que se ha destapado el cotarro del señor Bautista y Cia., que en la época, formalmente, de mayor libertad de expresión solo tenga posibilidad de tirar adelante la inteligencia subvencionada. La SGAE representa, cabalmente, esa tendencia apabullante y asfixiante de nuestro tiempo. Una especie de sindicato, déjeme que lo llame, siciliano, tan caro a los del gatillo fácil y la respuesta entre ceja y ceja. Un sindicato formado por tipos que, siendo inexcusable parte perpetradora del calamitoso sistema cultural que sufrimos, juegan a ser, también, sus irreductibles outsiders. Con un par.

Entonces, bajarse es robar. Que quiere que le diga, vendría a ser algo así como el fuego amigo, que inevitablemente se produce en el campo de batalla de un conflicto de larga duración, cuyo final es tan improbable como imprevisible.

domingo, 3 de julio de 2011

CRÓNICAS DE YORKSHIRE 2


LAS HERMANAS BRÖNTE Y SU HERMANO

Al margen de los adultos, esos de las consignas, la propaganda y de las reglas que no conocen bien y no saben como se aplican, las hermanas Brönte y su hermano Branwell pudieron desarrollar uno de los mas entusiastas y grandiosos mundos de fantasía que pueda imaginarse el lector a edades tan tempranas. Libres de la protección y la murga de sus mayores, no echaron en falta ni su compasión ni su comprensión. Por tanto, jamás se subieron al columpio de la queja. Sencillamente no fueron unos niños mimados, y en sus primeros años fueron seres verdaderamente libres. Teniendo a su alcance el espacio ilimitado y permanente de los páramos, imaginaron mundos que habitaban con su espíritu de igual manera que sus frágiles cuerpos se cobijaban en la rectoría al caer la noche, y cuando el viento y el frío así lo aconsejaba. Protegidos bajo el techo familiar, después de la cena, continuaban contándose historias de manera ininterrumpida hasta la hora de irse a la cama.

Asombra la facilidad y la determinación con que los niños organizan, al lado del mundo donde han nacido, otros mundos en paralelo, cuando los adultos dejan de meterse donde no los llaman. Y asombra más, todavía, en el caso del mundo de las Brönte y su hermano Branwell, que su imaginación corriera con total libertad sorteando las férreas normas de la moral victoriana, imperante en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XIX, y de la que era un convencido representante su propio padre. Bien es verdad que, junto a esa visión austera y disciplinada de la vida material, el señor Bronte era igualmente un firme partidario de que sus hijos se educasen bajo los auspicios de la cultura mas refinada. El era un hombre culto y cultivado, y desde que llegaron a Haworth ese fue unos de sus principales propósitos. No consintiendo que su prole fuera a la escuela del pueblo, se encargó personalmente desde el primer momento de que sus hijas y su hijo tuvieran todo lo necesario para que desarrollaran sus habilidades intelectuales y artísticas.

Desde lo alto de la muy empinada Maine Street de Haworth, no cuesta imaginar ver llegar, en 1820, a las siete carretas que transportaban a toda la familia Brönte y sus cosas. Maine Street sigue siendo el eje comercial, y ahora turístico, mas importante de Haworth. La linea quebrada del cielo, que definen las techumbres de sus casas, vale decir que se ha mantenido casi intacta, pico arriba o abajo, durante los últimos 190 años.

El reverendo Patrick Brönte, junto a mujer Maria Branwell, llegó para ocupar la plaza de rector en la iglesia del pueblo, y con ellos sus seis hijos, cinco niñas y un niño, que oscilaban entre los seis años de la mayor, Maria, y los pocos meses de la pequeña, Anne. Entre medias, Elisabeth, Charlotte, Patrick (mas conocido por Branwell) y Emily.

Al final del duro repechón se encuentra la iglesia. A cien metros, la rectoría, entonces la ultima casa habitada del pueblo, rodeada por el cementerio y un pequeño jardín en la parte delantera. Detrás, la infinitud de los páramos. En sus correrías por ellos los pequeños Bronte, con Emily como genio adelantado e indiscutible, iban a ponerse delante, con su talentosa inteligencia e imaginación, de uno de los mas perturbadores misterios: el amor por todo lo que tiene limites y puede ser nombrado, y el amor, en igual medida e intensidad, por todo lo que no lo tiene y se resiste contumazmente a ello.

Una música que, se me antoja, forma siempre parte del rugido interior de cualquier existencia, pero que, en la mayoría de los casos, no llegamos a saber interpretarla. Cierto es que en los páramos de Yorkshire, en la época de los Brönte, la inteligencia y la imaginación no estuvieron nunca subvencionadas.