En una país de confesos y convictos chorizos institucionales, que todavía siguen durmiendo cada noche en su cama al lado de su santa esposa, lo de menos es discutir ahora si bajarse es robar. Lo importante es que después del estallido de la burbuja inmobiliaria, con el lío de la SGAE ha saltado por los aires la burbuja cultural. Y van dos. Que todavía no lo haya hecho la burbuja política, cómplice necesaria y enmarañada con las otras hasta los zancajos, debe ser porque la señora Merkel ha dicho que primero hay que pagar lo que se debe, sino queremos salir de la Unión Europea y pedir hora para entrar en la Unión Africana. En esas estamos.
Ajenos por completo a una tradición cultural europea de la búsqueda de la verdad. Únicamente educados en el gatillo fácil de la respuesta tipo aquí te pillo aquí te mato. Y tu más, y tal y tal. Nos va costar entender, ahora que se ha destapado el cotarro del señor Bautista y Cia., que en la época, formalmente, de mayor libertad de expresión solo tenga posibilidad de tirar adelante la inteligencia subvencionada. La SGAE representa, cabalmente, esa tendencia apabullante y asfixiante de nuestro tiempo. Una especie de sindicato, déjeme que lo llame, siciliano, tan caro a los del gatillo fácil y la respuesta entre ceja y ceja. Un sindicato formado por tipos que, siendo inexcusable parte perpetradora del calamitoso sistema cultural que sufrimos, juegan a ser, también, sus irreductibles outsiders. Con un par.
Entonces, bajarse es robar. Que quiere que le diga, vendría a ser algo así como el fuego amigo, que inevitablemente se produce en el campo de batalla de un conflicto de larga duración, cuyo final es tan improbable como imprevisible.