jueves, 7 de julio de 2011

CRÓNICAS DE YORKSHIRE 3


LA RECTORIA DE HAWORTH

Antes de lanzarme a los páramos fue obligada la visita a la rectoria del reverendo Brönte. Como ya dije en la anterior entrega llegó allí con su numerosa familia el 20 de abril de 1820, y no lo hizo como propietario de la plaza que venía a ocupar. Contra su voluntad y deseo, dependía de la iglesia de Bradford, ciudad situada a unos veinticinco kms. Esa dependecia suponía que debía entregar todo el dinero que recaudaba a cuenta de la generosidad de sus fieles. Trago amargo del que no puedo desprenderse durante el resto de su vida, que concluyó en 1861, y que le obligó a sufrir siempre la amenaza de la pobreza sobre él y toda su familia.

Quiero volver a insistir que el viaje venia a ser el colofón de un trabajo previo - primero había leido las obras de las hermanas Bronte, algunas de sus biografías, y después he visto las pelis que se han hecho sobre ellas – que tiene su justificación en el hecho de comprobar, como en toda obra literaria, la existencia de otros mundos en el que vivimos. Y lo que me parece más determinante, la importancia de lo oscuro y lo incognoscible en nuestars vidas literales. Eso que se conoce como la doble visión de la realidad. La vida y la obra de Emily Brönte y sus hermanas, y hermano, es un campo de exploración inestimable para llevar a cabo tales averiguaciones.

La importancia de la rectoría reside, en que era el lugar donde aquella familia de talentos artísticos recapitulaba y ponía nombre a lo que antes habían imaginado en sus largas excursiones por los páramos, donde todo aparecía inombrable o, a medida que se fueron haciendo mayores, en sus escasas salidas de Haworth a estudiar o ganarse la vida. En cualquier caso, la vuelta a la rectoría era un acontecimiento de primer orden para sus vidas, que parecían volver a empezar, renovadas, en cada retorno de algún miembro de la familia que hubiera estado largo tiempo ausente. En este sentido la rectoria tiene un significado sagrado, totémico, que aunque ha sufrido las inevitables modificaciones desde entonces, conserva en lo fundamental la misma estructura de antaño. La importancia de la rectoria tiene que ver con que sus fachadas, paredes y habitaciones, así como el pequeño jardín que la separa del cementerio, son testigos de una poderosa historia de amor, que ha llegado hasta nosotros a través de las obras de sus moradoras.

Una historia de amor que se podría resumir en algo aparentemente obvio: un largo y heredado proceso de adaptación al medio. Donde la verdad, el bien y la belleza consisten en que todo sea igual así mismo por los siglos de los siglos. Es decir, que gracias a Dios nada cambie. Es la apariencia que los que vivimos en entornos urbanos nos gusta que sea la verdad verdadera de los que viven en los ámbitos rurales. Aunque me podrá objetar que ahora las cosas han cambiado. Claro que sí, siempre y cuando el cambio consista en que los pueblos sean mas urbanos cada vez que los visitamos, salpimentados con ese toque de tradición que le esponjan el alma a tantos capitalinos de fin de semana.

Folclorismos y turisteos aparte, lo que ocurre es que no es habitual que en los ámbitos rurales se puedan desarrollar talentos literarios de la talla de Emily Brönte, homologable a cualquier primera figura de la historia de la literatura universal que usted quiera poner sobre la mesa. Esta concepción del amor como algo medioambiental, nada de impulsos ni brotes volcánicos por el calor repentino del asfalto, tiene su sede memorística o ministerio mundial en la rectoria de Haworth. Para acabar de comprender el sentido de esta forma de amar, y de las fuerzas que es capaz de convocar, hay que comenzar por poner lo pies en sus frías baldosas de piedra, subir y bajar la escalera que comunica los dos pisos que la constituyen, echar un ojo a las habitaciones poniendo mucha atencion sobre los objetos que algún dia fueron suyos, mirar de frente el pequeño jardín y, a su través, el cementerio y la iglesia. Para a continuación, agachando la cabeza dar la espalda a todo eso y enfilar el largo camino ascendente hacia los grandes páramos, llenos de brezo.