domingo, 10 de julio de 2011

LA HORA DEL LECTOR

Al parecer cierran el programa de Emilo Lozano, la hora del lector. En su lugar quieren poner algo que hable de literatura, pero que sea más visual. El otro día oí en que iba a consistir idea tan relumbrante. Mejor que se lo cuente, lo dejo a cargo de su imaginación. No se como todavía nos aguantan en el club de los que leen mucho y además lo hacen con sentido, que coincide, cabalmente, con los que dirigen el cotarro europeo. Y es que saber leer con sentido y saber dirigir con fundamento son dos saberes que se buscan y se acaban encontrando. Ya que saber leer es saber mirar mas allá de lo obvio, asignatura que debería ser de obligado cumplimiento desde los seis años. En el mundo, digamos, de los que no saben hacer ni una cosa ni la otra, basta con tener la palabrería a punto para encauzar los odios y el resentimiento del gentío.

Saber leer mecánicamente es infinitamente mas sencillo que pilotar un transbordador espacial de la NASA. Por la misma razón que es más fácil manejarse en el ámbito del propio barrio que hacer un viaje hasta Marte o fuera de nuestra galaxia. Sin embargo, la lectura que proponía Lozano en su programa tenía mucho que ver con la comprensión oculta del sentido de la vida, no con la dimensión y diseño de los trayectos que se puedan organizar sobre su superficie. Dicho de otra manera, Ulises no pudo ira mas allá del Mar Egeo, pero cuando volvió a casa tenía la cabeza llena de los mismos fantasmas e incertidumbres que un astronauta, que haya aterrizado después de viajar a los últimos confines del universo. Solo los distinguirán la palabras que sean capaces de dar forma a sus experiencias. Para eso vale la literatura y las palabras dentro de ella. ¿De donde viene esa tenaz lucha por continuar viviendo, sino es de la necesidad de seguir nombrando?

La hora del lector de Emilio Lozano era la hora de la palabras, únicamente de la palabras, no de las imágenes, que para eso ocupan las veintitrés restantes del día. No se a que viene esta obsesión inquisitorial. Todas las palabras me parecen a mi una lata, salvo las que digo yo, supongo que habrá pensado el baranda que ha tomado la decisión de quitar de en medio al periodista mallorquín. Y si ha sido así, es porque hay mucha gente que piensa lo mismo. No olvidemos que el nivel máximo de interacción verbal en Facebook es precisamente el botón de “me gusta”. ¿A donde vamos con este murmullo? No al deseable e inquietante silencio humano, sino al gruñido primordial y único de los animales.

Mal, muy mal van las cosas cuando hay que repetir lo obvio. Las palabras son lo único que tenemos los humanos en cuanto humanos. Y una imagen no es que valga mas que mil palabras, sino lo que sea capaz de transmitir como tal imagen o conjunto de imágenes, estáticas o en movimiento, que para poder hacerse inteligibles entre los humanos mas allá del consabido me gusta o no me gusta, mire usted por donde, tendrá que ser mediante el uso adecuado de las palabras. Para eso somos la única especie que habla. Y que piensa. Y nuestra forma de pensar va ligada indisolublemente al lenguaje de las palabras. Y del mismo modo que nuestra vida busca ansiosamente el molde arquetípico de los acontecimientos las palabras habladas buscan el molde de las palabras escritas. Para eso valen las horas que le dedicamos a la lectura, para descifrar lo que ocultan las segundas, y llenar así la insuficiencia de las primeras.

Pero llevamos demasiado tiempo confundiendo eslóganes con ideas, la comunicación con la imagen y la imagen con la cosmética. Y el resultado natural de esa cadena de despropósitos es que confían la dirigencia de la televisión a los creadores de imagen. Me dirá que el tiempo lo cura todo, cierto. Pero no todo lo arregla. Y ademas estamos en tiempo de descuento.