"El derecho a la propiedad era, en la antigüedad, el derecho al secreto del taller, en tanto que el derecho moderno atañe a la propiedad intelectual, es decir, a la propiedad privada de las ideas o incluso de las ocurrencias" Felix de Azúa.
El concepto de Artesanía tuvo su momento de esplendor en una época en la que se alcanzo el mayor y mas fructífero equilibrio conocido entre las tres fuerzas que nos constituyen. La de nuestra razón contable y emocional, la de la naturaleza y la divina o celestial. Imaginación Humana, Naturaleza y Dios alcanzaron en esos siglos renacentistas la distancia perfecta entre ellos, para que cada cual pudiera disponer de un espacio donde maniobrar, influyendo sobre los otros sin molestar. Ser Artesano en ese mundo nombraba el sentimiento exacto que permitía poder relacionarse con lo que era superior a los hombres: la Naturaleza visible y cognoscible, y el Dios misterioso e inabarcable. Coordenadas cabales donde se desenvolvía lo que se era y lo que se podía llegar a ser. Ser Artesano resumía cabalmente dos atributos, humanos muy humanos, la vanidad y la humildad. Fue, también, la mejor manera de poner el dique de contención contra los excesos y los adelantamientos apresurados, sin que se resintieran las nobles aspiraciones de la superación y el logro personal. Ser artesano comportaba el aprendizaje lento y sostenido, lo que suponía empezar desde abajo, sin posibilidades de avasallar.
Todo lo que vino a continuación, digamos, hasta la SGAE, ha sido un intento paulatino por parte del eslabón mas débil de ese equilibrio de gigantes de subvertir el equilibrio conseguido en ese primer humanismo renacentista. Un monstruo con dos cabeza ha sido el artífice de semejante ruptura: el tecnocrata y el artista. La razón contable se comió a la emocional produciendo en la imaginación una metástasis sin parangón, que la ha llevado al máximo estadio de la megalomanía. Dominada la naturaleza, muerta la figura de Dios, ella era la única reina del cotarro. Podía hacer lo que quisiera y como no tenia miedo a estrellarse con ningún obstáculo, es lo que ha venido haciendo hasta ahora. La Artisticidad, la mejor obra de ingeniería de esa imaginación monstruosa y embravecida, ya sin rivales, iba a dar lustre y dinero a cualquiera que pasara por allí.
Fulanito puede ser un cero a la izquierda. Lo curioso es que si se le inocula, vía subvención o compadreo, la variable Artisticidad, ese Fulanito se transforma en otra cosa: por ejemplo, se transforma en escritor; acaso en escritor incomprendido, en genio, en escritor maldito, perseguido, ninguneado, contestatario, alternativo... Lo que sea, pero en cualquier caso escritor. Y desde ese momento ya no importa tanto su obra, leída pieza a pieza y compartida por los lectores en espacios creados a tal fin, como la cotización de su figura literaria en el mercado de la Artisticidad en la que ha sido admitido. Lo que importa es la masa ruidosa de seguidores del escritor, no lo que haya dado de si la lectura atenta y responsable de cada lector silencioso. Queda claro que lo que vale para la lectura vale también para las otras formas de creación.
Si queremos seguir viviendo en este planeta, nos conviene volver a ser artesanos, cada uno en nuestro oficio, dejando de poner en manos de especialistas sobrevenidos nuestra potencialidad creativa. Pasando de la largo de las bolsas de cotización artística. Recuperando su significado, que no es otro que el antiguo secreto del taller o el incansable compromiso con las preguntas que nos haga receptivos a experimentar la fuerza completa de su increíble misterio. Creamos o no en dios, lo cierto es que el hombre ha sido incapaz de ocupar su sitio como había imaginado febrilmente. Montando, a cambio, dos guerras mundiales que han dejado mas cien millones de muertos y hecha añicos la naturaleza. A lo que no es ajeno, como dice Werner Heisenberg, el Arte Moderno consecuencia de nuestra peligrosa transformación del pensamiento en esta época supertecnica. Ese vacío divino, o su relleno coyuntural, nos estarán mirando siempre. Y por si se nos había olvidado quien parte el bacalao, la naturaleza ruge cuando le peta y se lleva por delante a unos cuantos miles de japos mediante una ola gorda. Como cuando entonces, perdonadas nuestra vanidad y arrogancia, dios o su ausencia y la naturaleza siguen ahí esperando a que volvamos a ocupar el lugar que abandonamos.
Tenemos una corta vida con su correspondiente experiencia. Lo que nos permite acumular un puñado de palabras, imágenes y sonidos. No la sigamos cagando. Como los antiguos humanistas, volvamos a poner la imaginación delante de lo que es mas grande que nosotros y nos supera. Compartamos con los otros, sin alharacas, lo que valga la pena ser compartido, creando los espacios adecuados para hacerlo posible. Poniendo ahí lo que uno quiere llegar a saber, siempre por delante de lo que cree que sabe. Así nos daremos cuenta de que no todo se vuelve nuevo porque se convierta en digital.Y como decía Aristoteles, no sigamos llamando vida a la podredumbre.