martes, 19 de julio de 2011
CAMINO A LA PERDICIÓN, de Sam Mendes
MENTIRA HISTÓRICA, VERDAD DE FICCIÓN
Tal vez convenga recordar que ni todas las sociedades ni todas las personas ni muchos momentos de nuestra existencia viven atrapados dentro de lo que conocemos como curso de la historia o tiempo histórico. Ese imperativo de la razón que únicamente es demostrable cuando es medible, es decir, cuando es contante y sonante produciendo beneficios inmediatos. Cuando lo que mueve el afán del corredor histórico son impulsos oscuros y silenciosos, tales como la avaricia, la incompetencia, la ambición, el miedo, el odio, la falta de coraje, el amor, etc., esa razón tiende a hacerse inoperativa. Y de nada vale investigar para sacar su secreto a la luz, siempre quedará oculto. Lo que ocurre es que intuimos que lo que ahí se encuentra es algo poderoso que nunca podremos conocer del todo, eso que llamamos la verdad, e insistimos, insistimos. Solo así se puede entender que novelas, pelis, cuadros, sinfonías, etc, creadas mucho antes de que nosotros inaugurásemos, al nacer, nuestro tiempo histórico, nos sigan conmoviendo como si hubieran sido creadas hoy mismo. Y, al contrario, obras creadas hoy mismo nos parecen tan insulsas como si hubieran sido creadas muchos años antes de que naciéramos. Todo ello nos puede parecer, a simple vista del tiempo histórico, inverosímil, pero yo pienso que es algo permanente, es decir, verdadero, dentro del ámbito creativo.
Camino a la perdición, ¿es una de gansters?, me preguntó un espectador poco antes de comenzar la proyección de la película. No, le respondí. Es la historia que cuenta el narrador, cuando tenía doce años, sobre como descubrió quien era su padre, un tipo que tenía un trabajo peligroso en la empresa donde trabajaba, en el invierno de 1931. Un trabajo peligroso para que tu tengas cada día algo que comer en el plato, le respondió su madre cuando el niño quiso saber a que se dedicaba. De eso va la peli, de querer saber cuando no se sabe casi nada. Quiero decir, cuando la vida adulta llama a la puerta de la vida infantil para anunciar que esa vida de despreocupación se acaba y empieza otra llena de amenazas y preocupaciones. El niño quiere saber y su curiosidad le hace darse de bruces contra el oficio de su padre en plena faena rutinaria: un sicario a sueldo del jefe de la mafia local asesinando a alguien que sobraba. La peli esta contada desde la intensidad y profundidad de los sentimientos del niño, mirando de frente a la inmensidad del mar, lugar donde los convoca y donde convoca al espectador para que lo acompañe. Escenas frente al mar que abren y cierran significativamente el relato. La peli cuenta la inauguración de forma abrupta de la conciencia adulta dentro de un cuerpo infantil. Entendiendo por conciencia adulta esa presencia apabullante y oscura, que a través de su bruma podemos distinguir lo mismo la vida de un grupo de mafiosos de la época de Al Capone en Chicago, como los tejemanejes de las corporaciones político-mediatico-financieras de hoy, aquí mismo.
A uno y otro lado de la ley, que mas da, tengan mucho poder o ninguno, los hombres y mujeres presentamos siempre a nuestras familias, mientras podemos, como la mejor garantía pública de nuestra honorabilidad. Sabemos que es mentira, pero reconocer lo contrario, como no pagar la deuda, sería mucho peor. ¿Cómo y cuando habrán descubierto los pequeños de cada familia quienes son en verdad sus padres? ¿en qué trabajan? ¿De que manera los habrá afectado? La peli de Sam Mendes responde a esas preguntas, señalando con la cámara, sin aspavientos, allá donde ocurren las cosas de las que nadie habla en las familias, a pesar de que ocupan el centro neurálgico de las mismas.
Digan lo que digan los demás sobre nuestros padres, como dice el narrador de Camino a la perdición, mi padre será siempre, y únicamente, mi padre. Lo cual creo que es bueno para la mentira del tiempo histórico y para la verdad del tiempo de ficción. Mentira y verdad que así continúan su inestimable trabajo de colaboración. Y que dure.