sábado, 13 de agosto de 2011

LAS OTRAS MEMORIAS DE AFRICA


Lo tenia todo a su favor. La invitaba a cenar su mejor amiga. Los otros comensales eran, su segunda gran amiga y su hija, y yo, a su parecer un cielo de hombre, puesto que así lo ha decidido su mejor amiga. Total, cinco fans alrededor de una mesa, llena de buena comida y bebida, música al fondo, luz en su justo punto de iluminación, para hablar de su último viaje a Zimbabue, de su particular memoria de Africa. Cinco dispuestos a escuchar lo que dijese. Entregados, todavía, a ese plus de exotismo que lleva a afinar el oído ante lo que diga alguien que se ha dado una vuelta, otra vez, por el continente negro. Cinco que la quieren sinceramente. Un homenaje.

Lo primero que dijo fue eso de que allí ven las cosas diferentes de como las contamos aquí. Bueno, le respondí, eso es como decir que el sol sale cada mañana por el este. Pasa en Africa, en Castilla la Mancha y en Poyatos de Torío. Pasa en Lavapies y en el Paseo de Gracia. Pasa con su hija y conmigo. Cada cual ve las cosas a su manera. Y las cuenta en consecuencia. ¡Que poquita cosa somos! Arrancar el homenaje con tal obviedad se puede entender como esa necesidad de la narradora viajera de tomar carrerilla antes de decir lo importante. También como una manera de aumentar en los oyentes sus expectativas respecto a lo que le van a contar. En fin, como una mas de esas coletillas, disculpables siempre entre amigos, que se cuelan una y otra vez en las conversaciones. Pero, de repente, su mejor amiga le espetó a la cara que dejara a los unos y a los otros, y que dijera cual era su parecer sobre lo que había visto y sentido. Se acabó el calentamiento y las dilaciones. Ten amigos para esto. Entonces, se produjo una gran pausa...

El nivel de expectación subió de forma alarmante. También el de sospecha sobre lo que iba a contar. Ella había hecho el viaje, ella era la principal protagonista y narradora. Todo lo que contase sería a cuenta de su corazón y de su inteligencia. Que ambas estancias se avinieran de la mejor manera posible dependería de su talento. ¿Qué es lo que estaba esperando? La cena era en honor al relato que nos quería contar sobre su experiencia africana, mejor dicho, en honor a su manera de contarlo. No nos habíamos convocado para volver a repetir lo que, muchos años después, siguen escupiéndose los unos contra los otros. ¿Es que no tenía nada que contar? ¿por que había vuelto a Africa?, ya es la cuarta vez ¿O es que no sabía como contarlo? ¿O es que no podía ser oído? Si no podía ser oído, es que no valía la pena que lo contase. Solo existen los viajes que son contados. Por eso la especie humana sobrevive.

Antes que ella, otras mujeres dejaron por escrito sus memorias africanas. La baronesa Blixen (Isak Dinesen) sea, tal vez, la mas conocida porque se enamoró de Robert Redford. Me hubiera hecho feliz si hubiera respondido que lo que ella piensa sobre Africa lo ha conseguido a través de alguien que ha conocido en el viaje, de cuya manera de ver las cosas ha quedado prendada. Y que había venido a cenar porque quería compartir con nosotros algunas escenas de la peli de Sidney Pollack, que le han ayudado a entender aspectos del estado eufórico y, al mismo tiempo, contrariado en que se encuentra. Me hubiera hecho feliz si hubiera respondido que Africa es sobre todo la perspectiva que le ofrece, que se ha transformado en una historia de seducción, desconocida hasta ahora para ella. Desconocida en tanto que oculta, no como en el caso de la baronesa Blixen, bajo el manto escasamente poroso de su mirada europea. Y con esa fuerza arrebatadora tirando de la noche, ¡qué diferente hubiera sido hablar del colonialismo, y de la oposición sangrante que subyece en todos los procesos de liberación y las prácticas de libertad que le suceden!

Pero cuando dio por terminada la pausa, respondió que los ingleses habían engañado a Mugabe. Y volvío a callarse otro rato.

Ahora que nada volverá a ser ni más perfecto, ni más grande, ni más elegante, ni más opulento, ni más justo, ni más democrático, ahora que vamos a celebrar, como una premonición, el centenario del hundimiento del Titanic, en fin, ahora que se ha acabado el sueño del progreso ilimitado, hay algo que pienso y deseo que la crisis se lleve por delante, igual que a los que mas lo han abanderado, y que no es otra cosa que la obsesión por dedicarse a militar en la invención y el conocimiento de leyes para la vida, manifestando una solemne y cruel despreocupación por el ámbito complejo de complicidades racionales y sentimentales donde se intentan aplicar.

Aprovechando que he vuelvo de mi excursión kafkiana, le dije, por aquello de intercambiar experiencias veraniegas, que leyera “Ante la ley” , donde el escritor de Praga dice: “¿dónde ha de colocarse uno para saber de la vida, fuera o dentro de la ley?”

¿Dónde, para saber y contar el viaje a Africa? ¿Dónde, para cualquier viaje, incluso el que va del comedor a la cocina de nuestra casa? ¿Dónde? ¿Es ese donde y el para qué una explicación a las largas pausas de mi querida viajera africana? Largas pausas que no eran silencios dando cabida a un aliento ineficiente, indisciplinado, contrariante, confuso, contradictorio, digamos al fin, innovador, recientemente descubierto en Zimbabue, sino que me parecieron ecos de tambores lejanos en su cerebro ya apenas audibles. Mugabe y el engaño inglés eran el dato. Y el símbolo.