miércoles, 24 de agosto de 2011

CRÓNICAS DEL ELBA 1


SIGUIENDO EL MOLDAVA

Abandoné la ciudad de Kafka no sin dificultad, ya que es una ciudad poco apta para los ciclistas, siguiendo el curso del rio Moldava, con una idea en la cabeza que la gran masa turística que me abandonaba a mis espaldas le otorgaba toda su vigencia y actualidad. Por supuesto la idea lleva la vitola kafkiana y no es otra que la manera como nos acostumbramos a no nombrar a las cosas por su nombre. Haciendo de la apariencia resultante el único principo de realidad que estamos dispuestos a admitir. Nuestro destino, así, queda a la deriva y a merced de todo lo que desconocemos, porque nos empeñamos en ocultarlo. No poder evitar ser turista y razonar así, me resulta impensable sin haber conocido a Kafka.

Este arrobamiento ante el hecho de que la vida solo pueda llegar a ser como la disfrazamos se hace un precepto irreductible entre los turistas, que guia su deambulr y choque de unos contra otros por las estrechas calles de la capital del antiguo reino de Bohemia. Es un signo de nuestros tiempos, que Kafka vislumbró con la claridad inapelable de los visionarios, cuando hace cien años el bienestar de las sociedades europeas era solo un balbuceo incipiente, casi inapreciable. Un bienestar que después de haberse extendido sin tino por todo el continente, toca ahora a su fin (señora Merkel ordena) en su forma mas impagable y, por tanto, definitivamente insoportable.

Todo lo que escribió el praguense lo hizo para no ponerlo al resguardo de la muerte. La literatura de Kafka es un diálogo permanente con esa inquietante señora, no como la negación de la vida, sino como su indomable e insigne explicación continua. No por ser un aguafiestas o un amargado, no. Contra todas las leyendas urbanas el ciudadano Kafka era un tipo divertido, amigo de sus amigos, y tal. Lo que pasa es que miraba donde los demás giraban la cabeza, y ademas tenía la necesidad de ponerlo por escrito. Un misterio que no tiene cabida en la exigencias que impone el ritmo del progreso. Para Kafka dialogar con la muerte significaba dialogar con la verdad. El progreso, que él ya intuía lo que traía bajo el brazo en aquella ciudad de provincias de un imperio a punto de desaparecer, se obsesionó desde el principio con lo contrario. Hasta enfermar. La cuestión no era solo no dialogar con la muerte, sino hacerla desaparecer de la vida como condición imprescindible para su dislocado desarrollo. El optimismo patológico que necesita inculcar la industria del entretenimiento a sus consumidores para que le cuadre la cuenta de resultados, es una representación exacta de semejante delirio, que al final a tocado a su fin. Porque, a su pesar, la muerte no ha dejado de acompañarle durante su itinerario.

El rio Moldava divide a la Praga turística en dos: la ciudad vieja y el lado pequeño de la ciudad vieja. Y el puente Carlos es el más emblemático, y con mas densidad de habitantes por minuto, de todos los que unen las dos partes. Siendo mas caudaloso que el río Elba, en donde desemboca medio centenar de Km hacia el oeste, en Melnick, pierde su nombre al salir de la desembocadura por una de esas convenciones internacionales, que viene a decir que el nombre del curso de aguas resultante de toda desembocadura será el del rio que forme un ángulo mas grande, independiente de su caudal y de su literatura.

Una convención demasiado técnica, nulamente Kafkiana, que no hace ninguna justicia a la memoria de tantas grandezas y calamidades humanas de las que el rio Moldava es un impar testigo milenario.