domingo, 3 de julio de 2011
CRÓNICAS DE YORKSHIRE 2
LAS HERMANAS BRÖNTE Y SU HERMANO
Al margen de los adultos, esos de las consignas, la propaganda y de las reglas que no conocen bien y no saben como se aplican, las hermanas Brönte y su hermano Branwell pudieron desarrollar uno de los mas entusiastas y grandiosos mundos de fantasía que pueda imaginarse el lector a edades tan tempranas. Libres de la protección y la murga de sus mayores, no echaron en falta ni su compasión ni su comprensión. Por tanto, jamás se subieron al columpio de la queja. Sencillamente no fueron unos niños mimados, y en sus primeros años fueron seres verdaderamente libres. Teniendo a su alcance el espacio ilimitado y permanente de los páramos, imaginaron mundos que habitaban con su espíritu de igual manera que sus frágiles cuerpos se cobijaban en la rectoría al caer la noche, y cuando el viento y el frío así lo aconsejaba. Protegidos bajo el techo familiar, después de la cena, continuaban contándose historias de manera ininterrumpida hasta la hora de irse a la cama.
Asombra la facilidad y la determinación con que los niños organizan, al lado del mundo donde han nacido, otros mundos en paralelo, cuando los adultos dejan de meterse donde no los llaman. Y asombra más, todavía, en el caso del mundo de las Brönte y su hermano Branwell, que su imaginación corriera con total libertad sorteando las férreas normas de la moral victoriana, imperante en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XIX, y de la que era un convencido representante su propio padre. Bien es verdad que, junto a esa visión austera y disciplinada de la vida material, el señor Bronte era igualmente un firme partidario de que sus hijos se educasen bajo los auspicios de la cultura mas refinada. El era un hombre culto y cultivado, y desde que llegaron a Haworth ese fue unos de sus principales propósitos. No consintiendo que su prole fuera a la escuela del pueblo, se encargó personalmente desde el primer momento de que sus hijas y su hijo tuvieran todo lo necesario para que desarrollaran sus habilidades intelectuales y artísticas.
Desde lo alto de la muy empinada Maine Street de Haworth, no cuesta imaginar ver llegar, en 1820, a las siete carretas que transportaban a toda la familia Brönte y sus cosas. Maine Street sigue siendo el eje comercial, y ahora turístico, mas importante de Haworth. La linea quebrada del cielo, que definen las techumbres de sus casas, vale decir que se ha mantenido casi intacta, pico arriba o abajo, durante los últimos 190 años.
El reverendo Patrick Brönte, junto a mujer Maria Branwell, llegó para ocupar la plaza de rector en la iglesia del pueblo, y con ellos sus seis hijos, cinco niñas y un niño, que oscilaban entre los seis años de la mayor, Maria, y los pocos meses de la pequeña, Anne. Entre medias, Elisabeth, Charlotte, Patrick (mas conocido por Branwell) y Emily.
Al final del duro repechón se encuentra la iglesia. A cien metros, la rectoría, entonces la ultima casa habitada del pueblo, rodeada por el cementerio y un pequeño jardín en la parte delantera. Detrás, la infinitud de los páramos. En sus correrías por ellos los pequeños Bronte, con Emily como genio adelantado e indiscutible, iban a ponerse delante, con su talentosa inteligencia e imaginación, de uno de los mas perturbadores misterios: el amor por todo lo que tiene limites y puede ser nombrado, y el amor, en igual medida e intensidad, por todo lo que no lo tiene y se resiste contumazmente a ello.
Una música que, se me antoja, forma siempre parte del rugido interior de cualquier existencia, pero que, en la mayoría de los casos, no llegamos a saber interpretarla. Cierto es que en los páramos de Yorkshire, en la época de los Brönte, la inteligencia y la imaginación no estuvieron nunca subvencionadas.