jueves, 30 de junio de 2011

CRÓNICAS DE YORKSHIRE 1


CUMBRES BORRASCOSAS

Somos prisioneros de nuestras propias ficciones en igual medida que lo somos de nuestros arquetipos ancestrales. No podemos vivir sin ellos porque es lo nos distingue de los simios. Para eso estamos aquí. Por eso abandonamos a nuestros hermanos en los árboles, aunque después de tantos años no si de verdad ha merecido la pena. Llegar a ser un simio fue un logro evolutivo loable. La aventura humana esta retrocediendo, sin embargo, a cotas de los reptiles que avergüenzan al proceso evolutivo. Ha llegado a ser una forma de humillar la dignidad del mono que, colgado en la rama, nunca dejó de observarnos.

Por eso me atrae la gente que se da cuenta de esto y se apea del carro, mucho antes de que el carro se hunda. Por eso no frecuento a los que siguen empecinados, cada día, en ofrecernos soluciones imposibles, a base de consignas y propagandas floreadas. Queriendo aparecer mas humanos al hacerlo, se parecen cada vez más a las sabandijas.

La historia que le iré contando, en sucesivos capítulos o entregas, tiene que ver con todo eso, y empezó hace treinta años, cuando leí por primera vez la novela “Cumbres borrascosas”, de Emily Brönte. Entonces me pareció la típica novela decimonónica, culebrón melodrámatico y tal, sin duda influenciado por la versión cinematográfica que habia hecho William Wyler, que deja que los tópicos del género romántico se impongan sobre las fuerzas abrasivas y telúricas que mueven y sostienen la estructura de la novela. Los modernos estábamos por encima de semejante cuitas. Creímos poder dominarlo todo con una calculadora en la mano. Al final, no hemos entendido nada, pero seguimos a lo nuestro, midiendo y contándo. Aupados en ese racionalismo contable ocultamos nuestra verdadera condición de caguetas y acojonados irreductibles.

Pero, como le decía al principio, hay gente que no traga con tales imposturas y se apea del cotarro mundano nada más nacer. Vienen al mundo con esa extraña lucidez. Y les importa una higa como vaya el mundo, porque saben que al mundo le importa otra higa como vayamos nosotros. No se trata de ese toma y daca. Sobre todo porque casi siempre imaginamos el mundo contra las fuerzas ocultas y misteriosas que lo mueven y alientan. Ellos no se oponen, lo observan, lo aman, se dejan penetrar por él y ofrencen al mundo el fruto de su embarazo.

Diez años mas tarde de la primera vez, volví a leer “Cumbres borrascosas” y descubrí un sitio, una novela y a una mujer inconmensurables. Juré, entonces, ante el texto que algún dia visitaría el lugar de los hechos de la novela, y la casa y el pueblo donde vivió y murió su autora. El alma la tendría siempre conmigo entre las manos, mientras pudiera volver al libro. Y ya no me abandonaría nunca. Le hablo de los páramos de Haworth, en Yorkshire, al norte de Inglaterra. El lugar sagrado, Wuthering Heights. El encuentro se produjo, al fin, durante los días de este último solsticio de verano, cuando el sol en los páramos, a ojos de un meridional europeo, parece que no se pone nunca.