miércoles, 1 de junio de 2011

ASESINATO

Decidí cometer mi primer asesinato aprovechando la jornada de huelga que se habia decretado en mi empresa y, también, el jolgorio que tenían montado los indignados en la plaza. Se esperaba una fuerte presencia de la pasma por toda la ciudad.

Yo también estaba indignado, lo que pasa es que lo quería manifestar a mi manera. Haciéndole un homenaje a la vida o si se quiere gastándole una broma pesada a la muerte. Hablar esta visto y comprobado que no conduce a nada que no sea seguir hablando. Callar lo vivo siempre como una derrota. La situación requería, por tanto, una acción sin vuelta atrás. Como en los duelos de honor, que es lo que la situación requería. Pensé que matar a una persona no tenía la entidad de la estadística para que se hicieran eco lo medios de comunicación, pero ante mí simbolizaba de manera inéquivoca mi oposición a los acampados y a quienes querían desalojarlos. Y si lo hacía como imaginaba, me parecía un buen ejercicio de estilo para mi vida, que últimamente andaba un poco roma.

Se me ocurrió utilizar el amparo de la noche para llevar a cabo mi aventura, pero me pareció caer en una rotunda hipocresía. No sé, la noche esta para otras cosas. A la luz del día, mezclado entre el tumulto de los acampados, no era una mala solución pero me pareció poco elegante. Al final, elegí los subterraneos del Metro. En las tripas de la ciudad era donde mejor iba a encontrar a la víctima ideal para mis propósitos, y además sintetiza y representa mejor que ningún otro lugar, creo yo, toda la corrupción y miseria que se ha apoderado de la ciudad. El lugar idoneo para llevar a cabo la ceremonia de la catarsis.

No pudiéndome comprar una pistola, ya que mi quebrada hacienda me lo impedía, tendrían que ser las manos o un arma blanca las que se encargasen del asunto. Sin que mi mujer se diera cuenta, escondí en el bolsillo de la chaqueta un cuchillo mediano de cocina y disculpé mi ausencia durante todo el día por mis obligaciones como huelguista. Sin prisa, me introduje en la boca del metro mas próxima. Sabedor de que disponía de mucho tiempo por delante, preferí fijarme con atención en las posibilidades que se me iban ofreciendo. Pasaban la horas y no acababa de decidirme, lo cual me hizo temer que aquellas no volvieran a repetirse. Bien porque en el vagón no coincidíamos solos la víctima y yo, bien porque habia una máxima concurrencia de viajeros, noté que me iba deleitando más en lo que daba de sí mi imaginación que en hacerlo realidad. A mediodía, después de recorrer muchos pasillos y distintas líneas, no habia conseguido vislumbrar como conseguir tener éxito en la misión que habia impuesto. Fue entonces cuando decidí cambiar de táctica.

Opté por preguntar directamente si alguien deseaba abandonar este mundo y no tenía suficiente valor. La crisis estaba dejando a mucha gente al borde del abismo, y seguro que esperaban que alguien le diera el definitivo empujoncito. Ya se que asistir a la muerte no es lo mismo que retarla a pecho descubierto, ni es lo propio de un indignado radical como yo. Seleccioné entre los muchos prodioseros, que ocupaban pasillos y andenes, los que me parecieron que se encontraban en una situación más lamentable. Uno a uno agradecieron mis buenos propósitos, pero desistieron que yo apuntillara su vida ya que me veían como un diletante.

Bien entrada la noche estaba totalmente abatido y con el sentimiento de la fustración cercándome inmisericorde. Volví a mi casa y sin decir nada a nadie me metí en la cama. A la mañana siguiente me incorporé a mi puesto de trabajo. Noté, al entrar, miradas extrañas. Me palpé la chaqueta y comprobé que todavía llevaba el cuchillo de cocina. No habían pasado ni dos horas cuando se acercó un compañero y, sin venir a cuento, me llamó esquirol. Lo miré de soslayo. Dejé el bolígrafo sobre la mesa y sin mediar palabra enterré el cuchillo en su prominente barriga.

Nunca he sido partidario de los crímenes por ideas ni tan siquiera por sobrevivir. Pero he de reconocer que el arte de asesinar también había rebajado sus pretensiones de impunidad y era necio por mi parte ir contra corriente. Lo importante es que he conseguido iniciarme.