viernes, 3 de junio de 2011

LA FAMILIA SAVAGES, de Tamara Jenkins


VEJEZ, DIVINO TESORO

Dos hermanos, Wendy y Jon, tras vivir años separados, se ven obligados a convivir de nuevo para cuidar de su padre enfermo, Lenny Savages, con el que no se hablaban en los últimos veinte años. Dicho de otra manera, o como nuestro padre se ha hecho viejo y está enfermo, y tenemos que cuidarlo aunque él nos abandonó cuando éramos pequeños.

La película esta construida sobre la fuerza enigmática de la culpa, sobre todo en Wendy que es quien aparenta más vulnerabilidad de los dos hermanos. Jon pone el contrapunto tirando del pragmatismo, y le dice a su hermana, cuando pierde los nervios, que el padre no se entera de nada y ademas la gente mayor y enferma lo normal es que se muera. Todo ello desaparece cuando entierran a Lenny. Una catarsis. Es entonces cuando Wendy y Jon, antes de despedirse de nuevo, sellan una nueva fraternidad que parece ya definitiva.

Vejez, divino tesoro. Cuando el espectador lo conoce no le cabe la menor duda de que Lenny ha podido hacer suyo este eslogan a base de imponer una gozosa impertenencia a su alrededor durante toda su vida. Como experto superviviente ha aprendido que, al sobrar en todas partes cuando ya nadie te hace ni puto caso, por fin todo es posible. Todo. De esta manera, puede practicar su libertad de forma extrema. Y antes de atravesar la última raya de la lucidez que le queda y adentrarse definitivamente en la oscuridad de la enfermedad senil que lo llevará a la tumba, firma la despedida pintando con su mierda los azulejos del cuarto de baño de su habitación, nombrando hijo de la gran puta (y de paso también a lo que representa) al celador que lo cuida. Como verá, un menda a tener en cuenta como ejemplo, despues de la quiebra del Estado del Bienestar. Viejos así son el futuro.

¿De que se siente culpable Wendy y, a través de ella, Jon, si su padre ha sido un ausencia constante en sus vidas, si es un tipo que viste semejante pelaje? La pregunta me vino a la cabeza de forma tan inevitable como, igualmente, me di cuenta de su esterilidad. La cuestión no era saber porque Wendy se sentía culpable si quien la había abandonado habia sido Lenny (un toma y daca de intercambios psiquícos, que siempre es un camino que lleva a ninguna parte) sino que había hecho y, sobre todo, que iba a hacer ella con esa culpabilidad en el tramo final de la vida de su padre. Y, también, como afectaba eso a la relación con su hermano, que habia vuelto a descubrir en circunstancias tan ásperas y hostiles. Su padre habia estado ausente, pero la culpablidad era una presencia que interpelaba a toda su vida, su hermano Jon incluido. Con esos mimbres tenía que ayudar a morir a Lenny y no hacerlo ella en el intento. Es era el envite.

Razonar así me vino inducido por la manera de contar y filmar de la directora Jenkins. Y lo hago notar, ya que el aluvión de sentimientos que se asoman a la pantalla podían haber precipitado la historia hacia un acantilado, donde seguro se hubiera hecho añicos. Sin abandonar las zonas templadas de la superfice, Wendy y Jon consiguen zurcir el pespunte final a la historia de su padre, y poner hilo a la aguja de su nueva relación fraternal, sin ocultar en el trayecto las turbulencias que mas les bullen en sus adentros. Pienso que sin la mano segura y la mirada amplia de la señora Jenkins, el estado mental que exige al espectador su peli no hubiera sido posible.