Como venía haciendo las últimas noches, a eso de las doce, descendí por la boca del metro y me acomodé en uno de los rincones del sinuoso pasillo que conducía hasta las taquillas. Esponjé con delicadeza los dos grandes cartones que me servían de colchón y manta, y que hacían mas acogedor y abrigado el tálamo. En el exterior la dureza del frío empezaba a acuchillar los semblantes de quienes iban y venían, encogidos, a la busca de un refugio donde guarecerse. De repente, al meterme entre los cartones, comprobé que mis pantalones necesitaban un recambio inmediato. Así, con semejante propósito, me debí de quedar dormido. Algo poderoso, que no logro recordar, debió acompañarme durante el sueño, ya que a la mañana siguiente mi preocupación indumetaria volvió a la carga con unas inexplicables fuerzas renovadas.
Años atrás, acabada la cena, después de una de esas jornadas laborales que uno siente condensada en su interior la capacidad de tomar decisiones, cuando los niños se habían ido a dormir y yo parecía decidido a quedarme en casa ya que fuera hacía un tiempo de perros, me ponía el batín y me sentaba en la mesa iluminada dispuesto a entregarme a la buena lectura o a algun juego de mesa con mi mujer, entonces, y solo por esa noche, me sentía por completo desprendido de toda aquello.
Mientras me desperezaba me hice una pregunta que era algo más que retórica y que, a esas horas de la mañana, la sentí como algo primordial, prioridad uno: ¿qué tipo de pantalones iba a adquirir? Los que llevaba puestos eran de una gran calidad. Los conseguí en una oportunidad irrepetible, una noche, hace ya bastantes noches, cuando todavía era inimaginable lo que me ha sucedido, en uno de esas tiendas que hacen de las millas o las islas urbanas lugares dorados. A la nueva adquisición le podía permitir que tuviera algún desperfecto, siempre y cuando fueran de un modelo similar, me hacia mucha ilusión lucirlos en los próximos meses. Tal vez en la trastienda de los grandes almacenes pudiera encontrar algo, aunque ahora esta gente cada vez se desprende de menos. Casi todo lo reciclan o lo venden mas barato. Con la crisis las cosas están cambiando.
Mas tarde me vino a la cabeza que quizá en los tanatorios pudiera encontrar lo que buscaba. Era cuestión de localizar donde enterraban al muerto y esperar a la noche. Sin embargo, consideré esta posibilidad demasiado laboriosa, además de que era difícil que para tal ocasión se armonice el buen gusto con la muerte. Enterrar a alguien ha perdido todo el ritual y elegancia de antes, hasta convertirse en una industria más. Ahora vale cualquier trapo para cubrir el cuerpo del difunto. Sentí el frío en la espalda, lo que hizo que me diera otra vez la vuelta entre los cartones. Con al rutina y la pereza habitual, la gente empezó a cubrir el pasillo como una gran marea gigante, cuyo runrun lo oyes poco a poco según se acerca, y no eres consciente de lo que te espera hasta que te moja. Sumergido dentro de toda aquella vorágine, de repente, aparecieron delante de mis narices, empujadas por la estrepitosa fuerza de la corriente, dos piernas cubiertas por los pantalones que había soñado durante toda la noche. Me incorporé con ligereza y solo tuve tiempo de divisar como su dueño, a empujones, doblaba un recodo después de haber pasado por taquilla. Estuve tentado de seguirlo y hablarle de lo mío. Pero me di cuenta que no tenía lo suficiente para pagar el billete. Tal descubrimiento alivió mi pesadumbre. Solo era cuestión de tiempo y una oportunidad mas favorable. Más tranquilo, creo que me volví a quedar dormido.