lunes, 17 de enero de 2011

NOTHING PERSONAL, de Urszula Antoniak


AMOR EN EL CAMPO

Nuestra heroína, esa solitaria con mochila, ¿a cuento de qué sale de la ciudad y se mete en el campo, que tampoco perece entusiasmarle? Arranco así este apunte, porque durante los noventa minutos que duró la peli tuve la sensación de que esta chica gastaba tanta mala hostia por qué la habían echado de un lugar en el que había puesto todas las esperanzas de su corta existencia. Llegué a pensar, dada la belleza y refinamiento de la actriz en cuyo cuerpo serrano y melenaza al viento se encarna el personaje de Ann, que hubiera perdido un concurso de esos en una agencia de modelos, cogiéndose tan monumental cabreo que le impulsó a desaparecer hasta digerirlo, o lo que fuera eso que hacia deambulando por el campo. Incluso no podía dejar de ver en ella a una niña mimada de papá, que no estaba acostumbrada a que le lleven la contraria, desplegando cuando llega el caso una furia inusitada capaz de llevarse todo lo que se ponga por delante. La escena del presunto violador es una excelente secuencia que muestra lo que le digo. ¿De donde le sale a esta estilizada señorita ese aullido primordial, mas propio del crisol de las cavernas que de la pasarela de moda? Digo más, no se me fue de la cabeza que sus familiares y amigos ya hubiesen dado la voz de alarma y, junto a la policía, estuviesen detrás de su rastro por los alrededores.

No se de donde venía, pero si sabía que no era del mismo sitio de donde vienen todos esos solitarios, y alguna que otra solitaria, que el western clásico y el urbano nos han dibujado de forma tan pertinente. También supe desde el principio que la directora había elegido esta plantilla para llevar cabo su trabajo. Ya le dije que el western es una de las pasiones contemporáneas tan universales como ocultas, una misa pagana a la que van a recibir la bendición los directores que quieren explicar los altos vuelos y los bajos fondos de la condición humana, y mostrar, de paso, una visión irrisoria de la civilización occidental. Por eso me sorprendió que Ann hiciera un camino tan extraño.

Si recuerda a cualquiera de esos solitarios que le he mencionado, comprobará que hay mucho tiempo de por medio entre la imagen irreductible de impar que muestran y las causas que la originaron. El extremismo de los sentidos de antaño se ha petrificado en la geografía de los surcos su rostro actual, en la forma distinguida de abrirse paso al andar, o en la de remar a contracorriente con las manos. Ninguna Idea Gorda justifica su modo de estar en el mundo. El solitario se sustenta por si mismo. Como un árbol añoso, como una roca milenaria, como el viento, como un río, como una manada de búfalos, como una tormenta, como la sangre sobre el asfalto. Todos los verdaderos solitarios forman parte de esa manera de ser. Sin porqué.

Sentí esa falta de solidificación, de mineralizacion si quiere, en la soledad que exhibe y de la que presume la elegante y solitaria Anne. Sentí que todo lo que había provocado aquella estampida era fruto de una rabieta, y los hechos que se la habían originado habían sucedido hacía pocos días, horas me atrevería a decir. El encuentro con el menorero y ermitaño Martin no arregló las cosas. Con el roce, la sangre de ambos fue haciéndose mas líquida, con menos presión, y metidos en la casa se fueron desentendiendo de la hermosura y de la fuerza salvaje del entorno natural donde se encontraban. ¿De que me vale reconocer, al igual que la reseña que recogí en la taquilla, que la fotografía de Daniel Bouquet es majestuosa en la capacidad de transmitir imponentes sensaciones telúricas, si los dos protagonistas van mutando en dos residentes de fin de semana?

Me vino a la cabeza, porque los páramos que nos muestra Bouquet así me lo evocaron, el recuerdo de Cathy y Heathcliff en las Cumbres borrascosas. Dos solitarios de los pies a la cabeza, sin fisuras. Uniendo su destino a una naturaleza cambiante, que está siempre a la busca de formas, cuyo rostro se modifica a cada paso y donde ellos, tan pronto se introducen se pierden. El de Cumbres Borrascosas es el territorio en el que las pasiones humanas se anegan en contacto con una dimensión que las supera de principio a fin. Pero Ann y Martin, ay, lo que quieren es ligar en el campo, protegidos bajo el techo de la dacha como dos urbanitas desencantados, pero con el run run de la ciudad a golpe de oído.