Aparentemente sin venir a cuento, dos dias despues de que nos visitaran los Reyes de Oriente y debajo de la Torre Eiffel (ese contundente símbolo del progreso rotundo y sin fisuras) me llega la noticia de la matanza de Arizona. En el próximo y en el lejano Oriente eso pasa cada dia, y no mueren seis, mueren a mansalva. Pero de allí vienen los magos reales, y, por tanto, debe ser que bajo su advocación otros son los estropicios y estragos que causa la violencia inopinada. Otras también las maneras de contarlo.
El caso es que uno de 22 años se ha cargado a seis, entre ellos una niña que nació el dia 11 de septiemfre de 2001, y ha dejado gravemente herida a la congresista Gifford, de 40 años. Si en la matanza de Arizona no hubiese participado como víctima la congresista Gifford, la noticia se habria colocado y archivado en la carpeta de lo social y sus enfermedades. Michael Moore tendria motivos para volver a predicar desde lo mas alto de la gran pantalla. Pero, lamentablemente, bajo el radio de acción de la matanza se encontraba contra su voluntad una representante del poder, por lo que su carpeta de gestión tiene que ser la de sus inquinas y psicopatías. Es entonces cuando cobra todo el protagonismo el lenguaje militar del poder civil: no hay mejor adversario político que el que está muerto. Ese deseo inconfesable. Entra, entonces, en escena con toda su virulencia lo que da de si el lenguaje de los insultos vertidos y las pistolas desenfundadas para explicar lo sucedido, que pareciera inexplicable entre gente siempre encorbatada. No hace falta que le diga que aquí somos primera potencia en la materia. Nunca faltan los pistoleros envenenados, ni el veneno en su flatriquera.
Pienso, desde que me lo enseñó Pascal, que el poder es manicomial. Cualquier poder. El poder siempre condena a quien lo tiene y pone en peligro la dignidad de quien lo padece. A uno lo condena a ser un canalla, a ser un necio, a vivir de ser un canalla y de ser un necio. Lo cual empuja al otro no solo al abismo de la pobreza, sino, mas abajo, a la sima que lo convierte también en un miserable. A las palabras del que parece cuerdo, que el gentío tanto jalea, le siguen indefectiblemente los hechos criminales del que dicen que está loco. Y es que su simiente ya la habia puesto antes el consentimiento teoríco de aquellas, por parte de los que piensan que estan lúcidos.
O dicho de manera mas poética, si han de morir los niños y... ha de crecer la hierba, que sea así y por ese orden.