viernes, 28 de mayo de 2010

SOMOS ALGO ASÍ COMO UNA PARADOJA

Le dejé el otro día delante de un reto diabólico: la única manera de conseguir la dignidad es en la intimidad de uno mismo. Vaya panorama. Como para fiarse de ese tal Uno Mismo. No si ya ha ido a la farmacia, si es que no hoy reitero lo dicho y creáme que no le engaño. Como le decía, cualquier intento de tratar con la realidad exterior y sus circunstancias dentro del paradigma dominante es echar a perder la dignidad. Pero no intentarlo de ninguna manera, por el mero hecho de que es un fracaso asegurado, conduce a la locura. Por tanto, nada mas nos queda saber elegir las otras circunstancias bajo las cuales vamos a defender nuestra dignidad.

La dignidad humana tiene que ver con la comunicación, y esta presupone un estado de pureza o de transparencia, necesarias para la compenetración. La transparencia necesita un lenguaje y éste de su traducción (¿qué dices? o mas aún ¿qué me dices con lo dices, o con lo que callas?). Llegados aquí se acabó la ilusión de llegar al otro. Todos nuestros problemas derivan de la proverbial incompetencia de nuestra naturaleza para aceptar eso. La incomunicación que de ello se deriva nos precipita al abismo una y otra vez. No se quede embobado delante de los picos de oro, fíjese con atención y les notará el carton de todas sus trampas entre tanto brillo. No se enfade ni sospeche de quienes nunca dicen nada, fíjese y observara igualmente los atajos oscuros de su silencio. En fin, fíjese en cualquiera que hable en una conversación cualquiera un dia cualquiera, y dedíquele diez minutos a analizar lo que han dicho. Si es que ha habido, lo cual no se lo voy a a negar, determine de que lado ha caido, y hacia donde apunta, la inteligencia, la sensibilidad, la torpeza o el cinismo. Le hablo de eso que los lingüistas llaman los ideolectos. Todos, sin excepción, el brillante, el mudo, el inteligente, el torpe, el cínico, el normal, usted y yo mismo, nos apropiamos del lenguaje común que es patrimonio de nuestra cultura y tradición, y lo adaptamos a nuestros intereses personales y del momento a la hora de dirigirnos a los demás. Lo que decimos ya no es lo común heredado, sino nuestro particular manara de traducirlo, nuestro ideolecto, que como es fácil deducir ya nadie entiende. Aunque las formas de las palabras sean las mismas, el sentimiento y el sentido que las arrastra ya no es el común del origen, sino que tiene que ver con los intereses de uno mismo. Esa apropiación de lo que es de todos, equivocadamente, le llamamos comunicación cuando en realidad es una de las formas de la supervivencia de la especie, que es lo mismo que decir una de las formas que coge el poder. No puede soslayar que lleve, en su firme determinación de ser así (hay que tirar para adelante, mandando y obedeciendo), su propia indignidad. No vea en ello un cuestión de moralina barata, vea su inevitabilidad. Resultado: lo que conocemos como comunicación humana, dialogo y tal, no es otra cosa que un sinfin de ruidos ininteligibles emitidos entre esos especímenes que se parecen a uno mismo. Ese jolgorio puede llegar a valer para mantenernos dentro de la vida económica, política y social con sus componendas y complicidades, pero no para la verdadera comunicación.

Por tanto, las verdaderas circunstancias de la comunicación solo vale la pena buscarlas y elegirlas dentro del ámbito de la ficción, el lado oculto y oscuro de lo real. Ahora la pretendida objetividad y voluntad de medirlo todo, antes que entender lo que se pueda, de éste, es sustituida por la sugerencia, lo simbólico y metafórico de aquella. Yo creo que estos ambientes son los que mejor le sientan a nuestra dignidad. Esta forma de la comunicación se puede entender como una farsa, o como algo de cuya necesidad se puede obtener algún tipo de beneficio. En el primer caso es justamente seguir al pie de la letra el tópico tan vilmente aceptado y publicitado por quienes fundamentan sus intereses en que no decaiga: yo leo o voy al cine para distraerme y no pensar, que bastantes cornadas da la vida. O sea, fe irreductible en la vida a pesar de sus embestidas, usando la ficción en plan analgésico y tal. Lo que acontece es que las farsas terminan más tarde o más temprano.

Es más interesante lo segundo. Que sea imposible (no nos entendemos, como decía el americano impasible de Graham Greene), no quiere decir que la comunicación no siga siendo necesaria y beneficosa cuando se intenta. Paradójicos que somos los mendas de esta especie nuestra. El esfuerzo de llevar cabo esa tentativa sin esperanza, produce unos lazos lo suficientemente fuertes que evitan caer en esa catatonia que sería nuestro final. Nuestras contradicciones, nuestra lagunas mentales y de las otras, las diferencias entre lectores y espectadores, son las que producen la tensión necesaria para qué el conocimiento y nuestra actitud delante de él produzcan algún tipo de beneficio, como decía antes. El sentido de todas esas experiencias está asociado al sentir, es decir, a la forma como provoca nuestro sentimento y, en consecuencia, al cambio de percepción que de ahí deviene.

A lo largo de mi vida, en diferentes instancias y a variopintas distancias, he conocido matones de todo pelaje, pero nunca conocí a un asesino de verdad hasta que vi, y vuelvo a ver, a Lee Marvin en la peli Los asesinos. Ni le cuento la cantidad de adolescentes que he tenido que oir y aguantar, empezando por el que yo fui en su día, a lo largo de mi biografía, pero ninguno me ha dicho tantas verdades a bocajarro y con tanto sentido como el quinceañero Holden Caulfield, en la novela El guardian entre el centeno. Me he enamorado unas cuantas veces y he escuchado pacientamente a mis amigos-as los temanejs de sus amorios, pero nadie ha dialogado desde lo mas hondo y con mas honradez sobre su historia de amor como lo hacen Bogart y Bergman en la transtienda del bar de Rick en Casablanca. Solo son unos ejemplos, seguro que usted tiene los suyos, de como la comunicación verdadera cuando se busca con ahinco y dignidad se encuentra.