miércoles, 12 de mayo de 2010
LAS CENIZAS Y LOS MERCADOS
Ahora que las cenizas del volcán islandés nos nublan el cielo y los mercados nos oscurecen las retinas en la tierra, ahora que allí arriba y aquí abajo todo apunta a la incertidumbre y la sombra, sea quizá el momento de dejar de jaztarnos que controlamos nuestras vidas. No hay nada peor que un nihilista sin compasión disfrazado de optimista convulso riendose todo el día. No es un juego de palabras, es lo que hay cuando todo es ruido y furia, porque en verdad no hay nada. Una montaña en un lugar tan lejano que cuesta imaginárselo y media docena de bancos y multinacionales han conseguido ponernos en nuestro sitio. No se me ponga a estas alturas estupendo, ni desempolve la pancarta y se lance a la calle a llenarla con mas ruido y furia, si cabe. Ese tiempo ya ha pasado. Lo que hay que hacer es pararse y no seguir corriendo. Hay que saber retirarse, para que la derrota no sea un desastre, para que pierda su significado. Ganar y perder es cosa de pobres de espíritu.
Si se fija con atención, desde lo griegos, siempre ha sido así. Lo que pasa es que nunca como ahora hemos perdido toda capacidad de perplejidad, y de tener delante la gama de actuaciones que de ella se deriva, apelando a la imaginación, al conocimineto de las semejanzas, de las asociaciones, de lo metáforico, de lo difícil, es decir, de lo que es hasta ese momento oscuro para nosotros, que es casi todo y durante toda la vida. Nunca antes como ahora nos hemos dado a buscar explicaciones adecuadas y plenamente satisfactorias a nuestra experiencia, apelando a la confirmación de los datos de las encuestas y de las estadísticas, que siempre nos devuelve la cara de lo obvio y lo evidente. Nunca antes como ahora hubo tantas estrellas y todas intentado brillar con la máxima intensidad sobre la superficie del planeta. Y todas tan fugaces.
Nos atrae más el ámbito de la información que el de la sugerencia. Seguimos creyendo en la existencia imposible de lo objetivo y despreciamos lo único real y más valioso que tenemos como sujetos. Llegado el extremo, somos capaces de dar la vida por un predicador en lo alto de una tarima, pero no apostamos ni un centavo por lo que nos ha hecho sentir una película, una novela, un cuadro, una sinfonía, o la emoción de alguien que ha visto, leido y oido a nuestro lado. Creemos en la luz vicaria que las palabras de cualquier charlatán nos proporciona, pero no prestamos la más mínima atención a nuestros sentimientos surgidos entre las sombras de nuestra conciencia. Mendigamos tanto, y con tanto ahinco, un poco de sentido en nuestras vidas, que nos vendemos al demonio con tal de que no se nos note, y así nos reinvente una y otra vez. Como todo lo así construido puede tener una fuerza positiva o aniquiladora, pero ya nunca puede desinventarse, y al final explota. Esa pérdida de la capacidad de la perplejidad ante el mundo, de la sencillez primordial, nos aqueja de incertidumbre en el mando de nuestros actos. Tal vez sea ésta, pues, la mas cabal y acertada descripción ante la crisis que padecemos.
Pero las cenizas persisten sin saber muy bien hasta cuando y los mercados han cogido por los arbaitas al máximo baranda, hasta casi cortarle la respiración. Se acabó la luz cegadora del recreo.