sábado, 15 de mayo de 2010
GIGANTE, de Adrián Biniez
LO QUE IMPORTA ES EL ALMA
La cuestión no es hacer buen o mal cine, la cuestión es hacerlo con alma. Para lo primero se necesita a un juez, o a dos, o a tres, que determinen que es lo bueno y que es lo malo, lo cual implica, necesariamente, una sentencia, o dos, o tres. Para lo segundo se necesita solo un espectador, lo cual implica, necesariamente su alma.
Yo creo que cualquier actividad creativa se ha de enfrentar, si no lo esta haciendo ya, a este dilema. O pongo el alma en lo que hago, o me saldrá una carcasa vacía. Con toda la pirotecnia digital que quiera, pero sin alma. Lo dije el otro día, hay que tener mucho cuidado con los nihilistas sin compasión. Los que no ponen bombas se refugian detrás de los cascarones vacíos que inundan y amamantan nuestra vida cotidiana. Dicho en campanudo, alerta contra todos esos signos huecos que inundan nuestra vida estética.
Desde las épocas gloriosas del ser humano primitivo, en toda cueva y en toda alma coexisten dos conceptos, si quiere de forma nebulosa y no del todo consciente, que son la composició de las formas que cogen los objetos y su color. Es más, seguimos ahí dentro, lo que pasa es que ahora la cueva tiene la forma de las diferentes pantallas que manejamos. Y creyendo que así lo controlamos todo, le damos a la mojarra sin parar. Y dándole a la mojarra sin parar, nos ólvidamos del alma y le vamos dando forma a la carcasa vacía. La vida democrática tiene innumerables ventajas, pero es un peligro para la concepción tradicional del Arte: cualquiera cosa puede ser arte, cualquier persona puede hacer cualquiera cosa. Fin de una época. Vuelta a comenzar. Metidos en cualquiera de nuestras cuevas, dígale pantallas si todavía se escandaliza, somos los primitivos de una nueva era que comienza (Azua, dixit).
Se apagó la luz de la sala (¿no es eso la mejor representación de lo que es una cueva moderna?) y apareció un armario de tres cuerpos que se llamaba Jara, Jarita para los colegas. Hora y media después, aquel tipo que caminaba como un oso, había dejado de ser lo que había visto, convirtiéndose en lo que sentía, una metáfora, un signo de todos los guardias nocturnos (y de mucha más gente) que en el mundo sobreviven así, que para mí se llamarán Jara o Jarita. Nada de eso habría sido posible si desde las primeras secuencias no hubira conseguido arañarme, sin yo proponérmelo, algún rincón de mi alma. Esta bien, dígale conciencia si se encuentra flojeras.
No le de más vueltas, ni lo demore más. La experiencia artística de la nueva época, como la de la primera hace miles de años en la cuevas de los antiguos cazadores, ha de comenzar así. Pintando lobos, ciervos, osos, armarios de tres cuerpos, Jaras o Jaritas. O lo que es lo mismo, fijando una elemental y necesaria experiencia de amor, sin previo aviso. Lo demás es carcasa y chatarrería al servico de un puñado de bancos y multinacionales. Esos que dominan el mercado del arte, esos que nos han dejado a los pies de los caballos, que ya nadie pinta.