martes, 25 de mayo de 2010

LA DIGNIDAD Y SUS CIRCUNSTANCIAS


El Gran Macho Proveedor lo ha dicho, y junto a él toda la cohorte de sus palmeros: sigo siendo el mismo, las que han cambiado son las circunstancias. Creo que no ha dicho la contraria: que si las circunstancias no hubiesen cambiado, a él no lo reconocería ni la madre que lo parió. Los grandes machos proveedores eran quienes traían la caza a la cueva cuando entonces. Ya se puede imaginar en manos de quienes estamos. ¿Se puede vivir, amar, odiar, desertar, gobernar, en fin, se puede uno morir sin circunstancias?

No sé a qué dígito del coeficiente intelectual he de atenerme para medir lo que pasa por la cabeza a gente así. Tampoco sé muy bien el qué decir delante de alguien que tiene como orgullo prioritario no cambiar en la forma de pensar o percibir. Cuando lo propio del paradigma histórico en el que vivimos y convivimos, y que, con nuestras rabietas, más o menos aplaudimos, a saber: la racionalidad científica, la innovación tecnológica, el sistema de mercado libre y la democracia política, es el cambio permanente de personas y sus circunstancias, me hago cruces de las del antiguo paradigma teocrático al escuchar aquello de que yo pienso lo mismo que cuando tenía veinte años, así que cambien las circunstancias, sí quieren, o sino que se jodan. Tanto me da si quien así se expresa solo tiene puesta su confianza ciega en el recuerdo del futuro o si lo que le hace levantarse cada mañana es su fe inquebrantable en el invento del pasado. Son en el fondo dos maneras irreductibles del mismo inmovilismo, dos estilos suicidas que siempre están en disposición de poner al borde del precipicio el paradigma en el que vivimos. Digo más, cualquier hombre o mujer de cuando el mundo era mil años más joven tenían un sentido del cambio y de la permanencia más arraigado y equilibrado. Tenían también más hambre y la violencia era más explícita y diaria, podian morir en cualquier amanecer o puesta de sol, la seguridad era nula o muy escasa, pero nunca perdieron la dignidad necesaria al pensar que todo venía del cielo.

Los del paradigma moderno apostamos toda nuestra dignidad a las instancias científico-tecnológicas o del mercado y a las elecciones cuatrianuales, pero no queremos entender que la dignidad no tiene sentido en esos ámbitos. Está fuera de sus dominios ya que, como dicen los expertos, no poseen sistemas de autorregulación. Es lo que mejor hemos inventado para resolver los problemas sociales, digamos, para no matarnos un día sí y otro también, pero eso no garantiza que no se pueda ir todo a la mierda en el mejor de los mundos posibles. Ya lo ve. No queremos entender que apostar ahí nuestra dignidad es perderla para siempre. De repente, cuando hemos conseguido no matarnos tan a menudo, cuando hemos conseguido vivir holgadamente, resulta que nuestra dignidad se convierte en un problema. Pasa lo mismo que con las palabras, que solo nos damos cuenta de su complejidad cuando se hace evidente leyendo un texto. Mientras, hablamos y hablamos como si fuera lo más natural del mundo. Difusamente queremos seguir teniendo nuestra dignidad intacta, pero no sabemos cómo hacerlo. Tenemos de todo pero no sabemos de qué va eso de ser dignos. O nos fugamos hacia ninguna parte, o mejor quedarnos como estamos, que tenemos mucho que perder. Ya le digo, los dos movimientos suicidas en que estamos embarcados. Dos bandos para los que no tienen otra cosa que el orgullo pertinaz y resentido de decir que siempre han pensado de la misma manera. Como si ese comportamiento y los resultados que de él se derivan tuvieran una relación inmediata. Y Dios, que hace cuatrocientos años que no dice ni mu, no va venir ahora a echarnos una mano. Probablemente ni vuelva a aparecer por estos lares.

La dignidad se logra y se mantiene a base de tratar con la realidad y sus circunstancias de frente, no dándole la espalda o negar que existe, inventándonos una a la carta. La dignidad es un concepto ético, no científico-técnico, económico o político. Es un concepto individual e íntimo. He leído por ahí que, tal y como está el patio, algún espabilao lo pretende comercializar en las farmacias como un psicotropo. Claro está, sin receta médica.