domingo, 23 de mayo de 2010
FRÈRES, de Igaal Niddam
LA ISRAELIANA DE CANNES
Lo dijo muy claro el director de la peli (en la foto) antes de comenzar la proyección: la he filmado porque cada vez me preocupa más la deriva fanática y sectaria que está tomando la forma de gobernar en Israel. Venía a ser como una advertencia, un pancartazo, una llamada de atención del modo como se está haciendo la gobernanza en ese país del oriente mediterráneo.
Tres fuerzas en liza en un territorio lleno de espiritualidad y arena, ganado ovino y unas pocas hierbas, y una ciudadanía que no está dispuesta a olvidar que son los que de milagro quedan después del Gran Holocausto Nazi. Una a muerte contra todo lo que no tire con igual fuerza y en la misma dirección: la de los ultraortodoxos, que cada vez tienen más influencia y cada vez piden tener más, claro está a costa del erario público que costean entre todos. Otra la de Aaron, rabino ortodoxo, que viene de Estados Unidos y pretende, via el diálogo y la persuasión, convencer a los demás de que lo mejor para Israel es que se convierta en un estado judío, es decir, regido bajo los principios del judaismo. La tercera, la del hermano del anterior, Dan, que regenta con éxito una granja de ovejas (kibboutz), está felizmente casado con una mujer que es música y tienen dos hermosas hijas, y lo único que le importa es seguir así, sin mas interferencias ni de los unos ni del otro. La resultante de la pugna de las tres fuerzas, como puede imaginar, se lleva por delante, mediante tres puñaladas en el estómago en un callejón de la parte vieja de Jerusalen, al rabino ortodoxo, que, para mí y con diferencia de seis kipas, es el personaje que mejor encarna la enorme complejidad de lo que allí está pasando.
Aaron es el que mejor ha leido la Tanak (La Biblia judía, que viene a coincidir con el Antiguo testamento cristiano), que junto a la memoria permanente del Holocausto forman las dos señas de identidad básicas del pueblo judío. La peli no lo hace, ya lo advirtió el director al principio, pero es lo que a mí más me hubiera interesado. Enfrentar al Libro Sagrado con la Memoria del Mal absoluto: lo mismo que mirar la erupción de un volcán de frente y tratar de sacar la calculadora. Del Holocausto no se habla en la peli, pero no pude dejar de pensar sino es la fuerza determinante de todas la demás, incluso de la lectura que hace ahora de la Tanak el rabino Aaron, y que le lleva a estar convencido de las excelencias de un Estado judío, es decir, regido por aquella ¿Sabía cuando así hablaba que quienes lo gobernarían serían, al fin y al cabo, quienes lo acabarían asesinándolo a traición en medio de un callejón de la Ciudad Santa? Evidentemente no. No lo ve, no quiere verlo, a pesar de que su hermano se lo advierte, y sobre todo a pesar de lo que la Tanak le dice. A estas alturas Aaron se ha convertido en un mal lector, es, sin saberlo, un lector cristiano de la Biblia. Quizá valga la pena señalar, a fuerza de ser esquemático, que la radical diferencia entre la lectura judía de la Tanak y la lectura cristiana de la Biblia es que la judía ha leido el relato mediante relatos, en una reescritura constante, mientras la cristiana se ha evaporado en teosofía, en interpretaciones finalistas y concluyentes del mundo, en sectas y sus sectarios. Los resultados de estos dos procedimientos tan distintos han producido dos culturas de una gran diferencia en cuanto a la actitud ante el Libro Sagrado y ante el pensamiento, en lo sagrado y en lo profano. No hace falta que le diga la herencia que mamamos y que padecemos los de este lado occidental del Mediterraneo, donde se concentraron los valores absolutos de la cristiandad después de la espantada de los romanos del imperio romano. Creame si le digo, que el sectarismo ambiente actual tiene que ver, en parte, con la forma de leer durante siglos y siglos el Libro Sagrado en el mundo cristiano y católico occidental. Ese jodido punto de vista ha calado en nosotros hasta el último pliegue del alma. Lo de la laicidad, que Niddam definió acertadamente como el reconocimiento del Otro, es una capa fina de sensatez, de cambio en el punto de vista, de apenas un puñado de años de existencia. Ergo, el pelo de la dehesa totalitaria anida con vivacidad inusutada en nosotros, a pesar de la voluntad maquilladora de aquella.
Llegado hasta aquí, me pregunto que si no hubiera existido el genocidio nazi lo que se atreve a pensar el rabino Aaron hubiera sido inevitable, como sin duda nos quiere hacer creer. Uno puede ciertamente hacer lo que quiera, pero no puede querer lo que quiera. Es la ostinación y sectarismo de raiz cristiana y católica frente a este dilema universal, lo que le lleva a encontrarse con las navajas de los estudiantes ultras, a los que pretendía aleccionar en la buena senda del judaismo ortodoxo.
Lástima que lo único que el director quería hacer era solo llamar la atención al mundo, no que el espectador, cualquier espectador, pudiera entender y sentir lo que en tierra santa se está cociendo.
Después de la proyección, tres y media de la tarde, en el coloquio lleno de espectadores añosos de cineclubs de los de antes, quiero decir de los de los colegios universitarios de los sesenta y setenta, o de la gauche parisina, el asunto derivó, faltaría más, como los debates de antes, eso sí, con ese juego limpio francés que nunca dejaré de agradecer. El turno de palabras se respetó escrupulosamente, y, al menos, parecía que todo el mundo escuchaba al que la tenía en uso. Poco antes de concluir tuve que salir por piernas a coger el autobús, ya que a las cinco empezaba, no lejos de allí, la peli alemana de un realizador de treinta y ocho años que no sabía como se llamaba.